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Juan Carlos I, en sus memorias: “Siempre dije que Cataluña era más difícil de gobernar que el País Vasco. El tiempo me dio la razón”

El rey emérito repasa en ‘Reconciliación’ la situación de la política catalana y dice haberse sentido “traicionado” tras el referéndum ilegal de 2017, que califica de “cierto golpe de Estado”  

Juan Carlos I, que fue Rey de España entre 1975 y 2014, aborda en Reconciliación, sus memorias que se publicaron inicialmente en Francia y que ahora han llegado a España, la situación de la política catalana, desde el desmantelamiento de las instituciones franquistas hasta la actualidad y denuncia la deriva independentista de los últimos años. Admite que “hoy algunos sienten la necesidad de recuperar una memoria histórica. Mientras no sea utilizada con fines políticos y de revancha, lo entiendo”. Señala que, antes de que se aprobara la Constitución, ya su entorno temía “los deseos nacionalistas del país vasco, muy ruidosos y radicales, con su brazo armado”, pero él no paraba de repetir: “Cataluña es más difícil de dirigir que el País Vasco”.

“El tiempo me dio la razón, desgraciadamente. Hubiera preferido equivocarme. Vimos llegar lo peor en octubre de 2017, con un referéndum ilegal y la proclamación de su independencia. Los catalanes han cometido un cierto golpe de estado yendo contra la Constitución. Los independentistas catalanes han olvidado que votaron masivamente a favor de una Constitución que hoy rechazan”, dice.

Reivindica su labor y recuerda cuando, en el año 1977, tomó la decisión, “en un fuerte acto simbólico, de responder a las demandas identitarias catalanas” y pedir la vuelta a Cataluña de Josep Tarradellas, exiliado en Francia desde el comienzo de la guerra, para que se pusiera al frente de una “Generalitat restaurada”. “Para sorpresa de todos, le invité a la Zarzuela para que reconociese públicamente la legitimidad de la Corona y la unidad del país”, escribe.

Se reunió con Adolfo Suárez para llegar a un acuerdo sobre el estatuto de Cataluña, pero “no fue inmediato”. “Insistí para que encontraran una manera de transigir”, escribe. La presencia de Tarradellas en Cataluña “fue suficiente para reconocer su combate político por el reconocimiento de la Generalitat, suprimida en 1938. Integré los héroes del pasado para devolverles el lugar en una nueva España. Un gesto fuerte de reconciliación entre muchos”, señala.

En el capítulo que dedica al “calvario del terrorismo de ETA” habla de cómo lidió con las reivindicaciones independentistas. Explica que, aunque “las vascas eran ruidosas y violentas”, siempre advirtió a los gobiernos: “Los independentistas catalanes son menos ruidosos, pero más persistentes”.

Habla de la figura de Jordi Pujol, líder de CiU, que presidió la Generalitat “durante 23 años, una longevidad política única en democracia”. Desde el inicio, su objetivo fue la “reconstrucción nacional de Cataluña”. Critica que promovió una “cultura catalana, fundada en la exaltación de la historia” y una “catalanización” de la vida administrativa. En diez años “miles de funcionarios pasaron de la función pública española a la catalana. Llegamos a una situación absurda en la que los intercambios con el resto de España se contabilizaban como comercio exterior”, denuncia. “Pujol venía a Madrid a negociar prerrogativas. Primero se reunía con el presidente del gobierno, luego conmigo. Yo recibía un informe previo. Sabía que había que marcarle límites”, escribe el emérito.

Para “resumir el tema delicado que ha llevado a la crisis institucional de 2017”, recuerda que en 1983, una ley orgánica [conocida como LOAPA] igualó las competencias de todas las comunidades autónomas y “se había hecho inicialmente una distinción en la Constitución entre las comunidades históricas y las otras. Algunos lo llamaron ‘Café para todos’. A los catalanes no les gustó ver sus especificidades diluidas entre el resto”.

‎En 2006, se aprobó un nuevo estatuto para Cataluña, pero fue declarado inconstitucional en 2010. “Las manifestaciones fueron masivas. En 2012, nuevas reivindicaciones fiscales y judiciales desembocaron en el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. Yo ya no estaba en ejercicio, pero apoyé el discurso firme de Felipe, digno de un gran rey”, escribe.

“A nivel personal, me sentí traicionado. Cataluña, tierra dinámica y acogedora, se había convertido en un espacio de intolerancia en el que no ser nacionalista era ser facha. Si me lo hubieran dicho diez años antes, no lo habría creído. ¿Cómo llegamos a este antagonismo, después de tanto esfuerzo por vivir en armonía? A mis ojos era impensable, inimaginable. Los padres de la Constitución eligieron un camino que respetaba nuestras especificidades. Mi lucha fue por una España unida y reconciliada”, lamenta.

Reivindica que España “no puede ceder ante la discriminación identitaria ni al chantaje político”. “Tampoco podemos romper el diálogo. La concordia nacional nos obliga. Me preocupa que cada decisión siente precedentes difíciles de revertir. Si España es plural, Cataluña también lo es. Solo respetando esa riqueza podremos avanzar”.

Asegura que la situación en la comunidad autónoma le ha preocupado mucho últimamente, ya en su vida en Abu Dhabi. “Lo sigo en la distancia, leo la prensa, a la vez frustrado y preocupado. Sin embargo, esta tierra que conozco tan bien, donde tengo muy buenos amigos, me ha hecho sentirme feliz y orgulloso”, señala para hablar de 1992, el año en el que se celebraron los Juegos Olímpicos en Barcelona, una aventura de la que, dice, él fue el promotor junto con Juan Antonio Samaranch. Este le dijo: “majestad, nómbreme embajador en Moscú y le prometo que un día España tendrá unos JJOO”. La ciudad iba a acoger los siguientes Juegos y Samaranch proponía aprovechar el evento para presionar. “Su entusiasmo era contagioso”, dice de él.

Alaba la labor de Pasqual Maragall, del PSC, como alcalde de Barcelona, que hizo “un trabajo extraordinario por su ciudad, que cambió totalmente de cara entre 1987 y 1992”. No hubo atentados y “los independentistas catalanes no osaron a manchar la imagen de Cataluña. Se aceleró la historia de España”. “Los Juegos de Barcelona quedarán para siempre en mi memoria. No sé si la atmosfera política actual es propicia para un evento mundial, pero espero que el equivalente a 1992 se repita un día en Cataluña o en España”.

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