Durruti y Pussy Riot: la reivindicación social y política abre las fiestas de la Mercè en Barcelona
Una ópera rock y las críticas a la Rusia de Putin hermanaron celebración y protesta en la primera noche musical de las fiestas
Ya antes de Cristo las ciudades griegas aparcaban sus conflictos para que con la ekecheiria se impusiese una tregua que facilitase el desplazamiento de público y atletas para celebrar las Olimpíadas. Más de dos mil años más tarde algunos aún discuten si deporte y política son mundos incomunicados. Por suerte para la música este debate hace siglos que se zanjó, quizás cuando las religiones la imbricaron en el poder, lo que no obsta para señalar el valor y la oportunidad de comenzar las fiestas de la Mercè con dos espectáculos de marcado aire político, militante incluso. En una noche en el que la previsión de la ciudadanía para armarse con paraguas mantuvo a la lluvia como mera espectadora en las alturas, Buenaventura Durruti en el Raval y la crítica a la Rusia de Putin en la plaza de Catalunya abrieron mediante la ideología hecha espectáculo las fiestas patronales. Y fueron en su diferente aproximación a la exigencia de libertades las dos caras de una misma moneda, una de las cuales cayó en derrota. La otra aún gira en el aire.
En el Raval, con el escenario situado en la parte de la rambla contigua a Sant Pau, de espaldas a ese gato de Botero que siempre montan las criaturas, La Companyia Les Solidàries orquestó un homenaje a la figura del anarcosindicalista y de su pareja Émilienne Morin, “quien tiene una biografía aún más interesante que la de Durruti, que ya es decir”, se proclamó desde escena. Siete músicos, entre ellos trompeta y trombón, para articular diez y ocho composiciones pautadas cronológicamente sobre la vida de Durruti y los convulsos hecho que atravesó una España sangrante alfombrada de cadáveres cuya densidad aún aumentaría con la represión posterior a la derrota de la República. Aún con todo la tragedia se expuso con laxitud y sentido del humor, cierto aire de improvisación, era el segundo concierto del montaje, espíritu pop, armonías vocales un sólo solo de guitarra y estimulantes piruetas como hermanar A las barricadas con Brecht y Weill en la pieza Mimi.
Más que juzgar lo que fue, un espectáculo jovialmente despeinado, se intuyó lo que puede ser cuando se incorporen los anunciados arreglos de cuerda y la pantalla que con sus visuales ayudaría a entender un texto en el que llegan a hablar entre sí la Segunda República, Federica Montseny y Émilienne Mimi Morin. Por mor de no desvincular historia y actualidad, se manifestó con reiteración la reivindicación de los vecinos de Vallcarca por no ceder su barrio a lo que ellos entienden es especular, y considerando que allí había extranjeros, desde el escenario se comenzó a traducir tanto la representación como la reivindicación vecinal, cuyo lema quedó en un hilarante Vallcarca is for living not for especuling. Nada ajeno a un espectáculo cuyo título juega como quien no quiere la cosa con el Urruti t’estimo. Antes Tuli Márquez, autor del libreto interpretado entre otros por Guillermo Caballero, voz y teclado, y Joan Colomo, el del solo de guitarra, leyó el texto de “Front Popular, la revolta ha fracassat” que, intercalando alusiones a la situación en Gaza, cerró con una frase que aún resuena: “La revolució serà del poble o no serà”.
Poco más o menos lo mismo que decía el subtexto de “Riot Days” el sobrecogedor espectáculo que el colectivo de activistas rusas Pussy Riot desplegó en Plaza de Catalunya. Aquí el humor brilló por su ausencia, quizás porque el dolor aún es demasiado intenso y las intérpretes están condenadas a largas penas de cárcel en su país, del que están exiliadas. Sólo su porte estático y casi marcial frente a los micros, solemne, y los arranques acalambrados de movimiento que en ocasiones se desataban en escena ya transmitían una severidad y crispación que no precisaba de muchas explicaciones. El espectáculo, completamente en ruso y sólo a partir de cierto momento con subtítulos en inglés no fácilmente legibles en pantalla, fue de una severidad extrema, tanto musicalmente, una mezcla de electrónica semi experimental, violín y batería casi tribal, como en su expresión mediante voz áspera y tono de arenga movilizadora. Sólo con eso, y pese a la dificultad formal del espectáculo, el público se mantuvo fiel al escenario, quizás como un acto más de airada protesta ante lo que ocurre en Rusia.
La temática, desgranada en dos partes y varios capítulos, alcanzó a muchos aspectos del orden dictatorial que Putin ha impuesto en Rusia. Desde la lucha feminista y los derechos LGBTQ+ hasta el asesinato de Navalni; de la autoinmolación de Irina Slavina en protesta por la situación en su país a la guerra de Ucrania con su eufemismo “operación especial militar”; desde la crónica de la primera represión sobre las Pussy Riot por irrumpir con su música en una ceremonia religiosa en 2.012 –poder y religión siempre van de la mano- hasta las críticas al presidente bielorruso Lukashenko, todo pasó por escena, policía y sistema represivo de Putin incluido. Lógicamente fue Putin el verdadero blanco de todos los dardos que tres, por momentos cuatro voces, lanzaron al aire. Entre el público alguna bandera blanca, azul y blanca de la Rusia que protesta y se yergue y un ambiente que indicaba que estar allí ya era en sí mismo un acto de resiliencia. Y dos momentos que entre muchos marcaron el espectáculo, las fotos de las personas represaliadas por el sistema y la frase “bienvenidos al infierno”. Esperemos que no nos alcance.