Entre Jumilla y Ripoll
Difuminada la polarización organizada alrededor de la independencia, el relevo llega de la mano del mito y fantasma de la Gran Sustitución
Si alguien todavía necesitaba una prueba más de la insalvable ruina del proceso independentista catalán, con la que acallar así las vanas esperanzas de unos y los inexplicables temores de otros sobre la repetición de la jugada, debería encontrarla entre ...
Si alguien todavía necesitaba una prueba más de la insalvable ruina del proceso independentista catalán, con la que acallar así las vanas esperanzas de unos y los inexplicables temores de otros sobre la repetición de la jugada, debería encontrarla entre Jumilla y Ripoll, momentáneas capitales de las políticas más hostiles a los inmigrantes, con las que se pretende preservar la identidad española en un caso y catalana en el otro. Difuminada la polarización organizada alrededor de la independencia, el relevo llega de la mano del mito y fantasma de la Gran Sustitución, la conspiración para disolver la población autóctona mediante la masiva llegada de población inmigrante.
No puede consolar a nadie que aquellos fervores y pasiones a favor y en contra de una Cataluña independiente sean sustituidos por la hostilidad y el miedo al extranjero, ni sobre todo que sus efectos demoscópicos catapulten a partidos como Vox y Aliança Catalana, de creciente implantación y expectativas, hasta el punto de atraer a uno de cada cinco potenciales votantes catalanes. El Centro de Estudios de Opinión (CEO, el CIS catalán) atribuye en su última encuesta entre 12 y 14 escaños a la formación de Santiado Abascal y entre 10 y 11 a la de Silvia Orriols. Aunque ambas compiten respectivamente con el Partido Popular y con Junts, ejercen un similar magnetismo identitario y xenófobo sobre un amplio electorado no únicamente conservador, cada uno en su ámbito identitario, sin perjudicarse mutuamente. Ambas imaginan similares medidas de exclusión, limitación de derechos e incluso expulsiones masivas como las que aplica el trumpismo en Estados Unidos.
De tan inquietante evolución surge una paradoja. No levanta cabeza la independencia, con un 40% a favor, frente a un 52% en contra, pero los escaños asignados a partidos abiertamente independentistas alcanzan una horquilla entre 62 y 68, en el filo de una inútil mayoría parlamentaria, puesto que la grieta que separa a la extrema derecha independentista de la tradición catalanista democrática convierte estas cifras en irrelevantes. Pertenecen a una senda abandonada que nadie volverá a transitar, al menos en años.
El nuevo camino, solo levemente indicado todavía, señala, por el contrario, insólitas y todavía improbables mayorías surgidas de las alianzas entre las estancadas derechas tradicionales y las dos pujantes extremas derechas xenófobas. La encuesta del CEO da una horquilla entre 64 y 70 escaños para el conglomerado de PP y Vox, Junts y Aliança, exacta dimensión de la derechización en ciernes y de su inocultable potencial parlamentario cuando se trate de cuestiones vinculadas a la inmigración.
Tal cuadro demoscópico puede interpretarse alegremente como una nueva manifestación del proverbial vanguardismo catalán, aunque ahora de signo más retrógrado que progresista. El mérito independentista en la eclosión de Vox ha sido ya reconocido, tanto como en el de Aliança, en un caso por amedrentar y en el otro por decepcionar. Se pretendía una república de ciudadanos, pero fue esencial la pulsión identitaria, con su capacidad catalizadora de síndromes autoritaritarios y de políticas de exclusión, multiplicados por dos. De aquellos polvos, esos lodos.