Opinión

Adiós, Xefo

Sin él nos quedamos viudas y viudos, no tan sólo de él, sino también de una Barcelona creativa y cosmopolita que se ha ido definitivamente con él, para no regresar

Xefo Guasch. 31 de Agosto de 2009 © EDU BAYEREdu Bayer

Se fue Xefo, dejando viuda a una Barcelona de artistas, bohemios, alternativos y viejos hippies que sin él ya no existe. Era un huracán. Desde principios de los setenta estuvo metido en todas las salsas underground de la ciudad. Fue entonces cuando lo conocí. Tuve el privilegio de convivir con él varios meses durante un viaje a la India en un destartalado Land Rover, en 1973.

Aquel viaje nos cambió radicalmente a los cinco amigos que lo emprendimos: Xefo Guasch, Carlos Mir, Manuel Pijoan, Paco Escudé, que nos dejó poco después, y quien esto escribe. Hasta el último minuto, Xefo estuvo dudando entre viajar a Oriente o a Nueva York. Los dos polos de atracción para los hijos díscolos de la burguesía de aquella época, que quizá no sabían exactamente lo que querían, pero tenían muy claro por lo que no estaban dispuestos a pasar. Finalmente, tras debatirse en una especie de match point consigo mismo, se decidió por el viaje a la India: el Grand Tour de la segunda mitad del siglo veinte. Así como los hijos ilustrados del norte de Europa viajaron en otros tiempos a Grecia e Italia en busca de cultura e inspiración, las ovejas negras de la Europa y la Norteamérica acomodadas, imbuidos de la contracultura y las ideas de Jack Kerouac, Erich Fromm, Alan Watts, Allen Ginsberg, Jiddu Krishnamurti, o del Mayo del 68, buscaron en La India respuestas a su malaise, que muy pocos hallaron.

Carlos Mir, Xefo Guasch y Jordi Esteva en Irán en 1973.Paco Escudé

Mientras atravesábamos las estepas de Irán, o recorríamos las carreteras del Himalaya, o la Grand Trunk Road, que desde Peshawar, en Pakistán, llegaba hasta Calcuta, o mientras conducíamos de noche en convoyes para protegernos de los ataques de los naxalitas, los guerrilleros maoístas del estado de Bihar, tuvimos tiempo para sincerarnos y maquinar cómo romperíamos con nuestras familias y con el mundo que nos tenían asignado. Aunque todos andábamos despistados, elucubrábamos sobre los proyectos artísticos y culturales que emprenderíamos. Fue realmente un viaje iniciático, porque volvimos transformados por completo. Claro que vivimos aventuras. En la frontera entre Irán y Afganistán nos encerraron en un calabozo porque nos tomaron por espías afganos, convivimos con guerrilleros del Baluchistán, armados hasta los dientes, e incluso estuvimos en un tris de ser violados en un lugar remoto de la India, camino de Bombay, por un cacique y sus secuaces, que nos habían puesto algún tipo de droga en el aguardiente casero con el que nos tentaban. Jamás hubo el mínimo roce entre los cinco amigos, y la personalidad arrolladora de Xefo limaba cualquier aspereza. Era un bálsamo para todos nosotros.

Aquel viaje nos unió para siempre, y nos constituimos en una suerte de hermandad llamada Los supervivientes del Land Rover, que se reunía, cada vez con mayor frecuencia, para rememorar batallitas. Era como si cada uno conservara un pedazo de un espejo roto que cuando nos juntábamos lográbamos recomponer por entero.

El mismo Xefo reconoce en sus memorias autoeditadas que aquel viaje fue uno de los puntales de su vida y que lo cambió para siempre. Él era, entre muchas otras cosas, un arquitecto original, pero destacó sobre todo como promotor y agitador cultural. En la transición, fundó Video Nou junto a Luisa Ortínez, Pau Maragall y otros. Filmaban las condiciones de vida de los barrios marginales, las manifestaciones y los acontecimientos sociales de aquella época convulsa. A petición del Sindicato de Espectáculos de la CNT, grababan las intervenciones de los encuentros en el salón Diana y a continuación cruzaban la ciudad a toda velocidad para proyectar aquellos debates durante las famosas Jornadas Libertarias del Parque Güell. También filmaron el arte emergente: las exposiciones de la rompedora galería Mec Mec, de Mariscal o de Robert Llimós y las movidas de Camilo, Ocaña y Nazario. Por aquel tiempo, junto a Manuel Pijoan, alquilaron un palacete que se caía de viejo en el barrio de El Born, entonces llamado La Ribera. Aquel lugar era un desfile continuo de gente creativa donde podías cruzarte con multitud de personajes, desde la familia Montoya de Lole y Manuel, a los hijos de Robert Graves, o a un jovencísimo Miquel Barceló, recién desembarcado de Mallorca, o a los componentes del rompedor Living Theatre de Nueva York, que se establecieron por una temporada en Barcelona, que en aquella época sí era la ciudad de los milagros. En el palacete de la calle Blanquería se alojó un joven Pedro Almodóvar, que por aquel entonces conoció a Pepón Coromina, otro asiduo del lugar, quien le produciría Pepi, Luci, Bom, su primera película comercial.

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Aquella época frenética y viva acabó hace muchos años, pero Xefo, incansable, siguió ejerciendo de arquitecto y recomponiendo la noche barcelonesa, huérfana de Zeleste, en la Ceca, un maravilloso local en una antigua fábrica de moneda de El Born, que cerró por las quejas de los vecinos. Nada podía parar a Xefo, y al poco creó Turmix. Cada semana anunciaban por sorpresa el local, a cuál más original y excéntrico, donde se celebraría la fiesta. Luego vendría Bikini, un anticuado salón de baile reconvertido por un tiempo en el nuevo templo de la noche barcelonesa. Años más tarde, Xefo se convertiría en restaurador, lanzando con Teresa Reyes el Margarita Blue y otros locales tex-mex, lugares de encuentro en los que se escuchaba buena música. Los dos habían contraído matrimonio en Las Vegas el día de San Valentín de 1992, con ocasión del proyecto Honeymoon de Miralda, en el que la estatua de Colón de Barcelona se esposaba con la de la Libertad de Nueva York.

Años más tarde, con el dinero de una indemnización que le pagó el hotel Soho por su piso de renta antigua en la plaza Medinacelli, se compró un amplio local con vivienda y terraza en el Poble Nou, que convirtió en Chez Xefo, una galería de arte tan ecléctica y maravillosamente dispersa como él, donde se realizaban performances, cinefórums y se colgaban fotografías, collages y pinturas. La última vez que lo vi fue precisamente en aquel lugar con ocasión de la boda de José María Martí Font, otro de sus grandes amigos y cómplices, con Isabel Valverde.

Xefo se fue plácidamente la víspera del primero de año, en el Delta del Ebro, mientras dormía la siesta con su compañera, la escultora Curra Martín. La fuga de una nevera de butano fue la culpable. La multitudinaria despedida a nuestro amigo tuvo lugar en Chez Xefo, donde se volvieron a colgar los cuadros de la exposición que había realizado un mes antes con el premonitorio nombre de Post mortem. Toda la Barcelona superviviente de aquellos fructíferos años y parte de la nueva, no hay que olvidar que era una mente abierta como ninguna a los nuevos tiempos, estaba allí. Sin Xefo, como afirmaba al comienzo del artículo, nos quedamos viudas y viudos, no tan sólo de él, sino también de una Barcelona creativa y cosmopolita que se ha ido definitivamente con él, para no regresar.

Jordi Esteva es escritor y fotógrafo.

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