Muere Joan B. Culla, historiador y polemista
Maestro de periodistas y colaborador en varios medios, entre ellos ‘El País’, Culla deja una rica obra sobre la política catalana del último siglo
Al llegar al piso familiar tras una jornada de trabajo en la Hispano Olivetti, el padre de Joan B. Culla (Barcelona, 1952) traía bajo el brazo el vespertino El Noticiero Universal. En el tocadiscos sonaba canción ligera en catalán o se escuchaban los monólogos de Joan Capri, las estanterías se iban llenando de los volúmenes de una enciclopedia destinada a las clases medias en construcción y en el comedor casi ni se fijaban ya en la pequeña bandera catalana que tenían allí colocada y que la familia s...
Al llegar al piso familiar tras una jornada de trabajo en la Hispano Olivetti, el padre de Joan B. Culla (Barcelona, 1952) traía bajo el brazo el vespertino El Noticiero Universal. En el tocadiscos sonaba canción ligera en catalán o se escuchaban los monólogos de Joan Capri, las estanterías se iban llenando de los volúmenes de una enciclopedia destinada a las clases medias en construcción y en el comedor casi ni se fijaban ya en la pequeña bandera catalana que tenían allí colocada y que la familia se había traído de una escapada a Andorra con los alimentos de rigor. Aquel estudioso niño de ciudad crecía en un barrio humilde donde un cierto catalanismo popular, que combinaba la laboriosidad con formas de asociacionismo, era la normalidad. Culla fue hijo de ese tiempo de postguerra y de ese país real e invisibilizado. El historiador ha fallecido este miércoles a los 71 años.
No es extraño que la primera investigación del joven licenciado en Filosofía y Letras versase sobre uno de los grupos -L’Opinió- que habían integrado el partido que mejor agrupó ese catalanismo -Esquerra Republicana de Catalunya-. Para preparar la tesina se entrevistó con un desconocido Josep Tarradellas y dio un primer paso para construir el espacio profesional donde siempre se sintió más cómodo: entre la política, la historia contemporánea y el periodismo. No menos significativa fue la editorial donde publicó aquella monografía: Curial Edicions Catalanes de Max Cahner. En 1986 también publicó en Curial su tesis doctoral sobre el lerrouxismo, planteada como una superación del estereotipo para comprender la amplitud de aquel fenómeno social y político cuya comprensión superó las posibilidades del catalanismo conservador.
Por entonces Culla ya era un brillante y formal profesor en la Facultad de Periodismo de la Universitat Autònoma de Barcelona, como certifican miles de estudiantes. Participaba en la divulgación histórica desde la televisión con sus colegas Salvador Alsius y Albert Viladot. No se perdía congreso de partido político alguno para engrosar su legendario archivo personal con documentos y recortes de periódico. Había estrenado el perfil público que mejor le ha caracterizado: el del polemista irónico, pugnaz, brillante que colaboraba en prensa.
Fue así desde el primer artículo que puede leerse en la hemeroteca digital de EL PAÍS donde colaboró por invitación de Lluís Bassets y donde fue querido por la Redacción. Actuó a conciencia como un verso suelto. Aquella primera tribuna se titulaba “Max Cahner y los fantasmas”, se publicó en julio de 1984 y ya era una réplica a un editorial publicado en el mismo periódico donde batalló hasta el colapso de 2017. Al defender al consejero de Cultura que ya había sido defenestrado, Culla se plantaba frente al desprecio soberbio contra el nacionalismo que gobernaba la Generalitat y que a través del Jordi Pujol presidente reconectaba con aquel catalanismo popular. A efectos prácticos, si Félix de Azúa contemplaba Titánics desde su torre de marfil, él contratacaba respondiendo con orgullosa ironía menestral. En su primer artículo fijo en las páginas de opinión en el Avui, por ejemplo, también sacó el fusil para disparar contra el CCCB. Replicaba Culla y apenas lo hacía nadie más desde ese espacio.
Hasta que ese espacio intelectual apostó por compactarse en los años de la guerra fría entre el Palau de la Generalitat y el Ajuntament de Barcelona. En febrero de 1987, cuando la Barcelona del maragallismo se transformaba para ser olímpica, se celebró el seminario Nacionalisme català a la fi del segle XXI. Estaban históricos como Cahner y Sellarés y estaban nuevos publicistas nacionalistas conscientes de la necesidad de actualizar su discurso y su actuación. Al defender en su ponencia que el nacionalismo debía desacomplejarse, Culla brilló. Y pronto empezó una primera institucionalización del grupo, prácticamente en paralelo a la creación de los estados desmembrados de la Unión Soviética, con la creación de la Fundació Acta de la que formaron parte, entre otros, los Salvador Cardús, Vicenç Villatoro, Josep Maria Solé Sabaté o Pilar Rahola. Organizaban seminarios en público y en privado normalizaron las conversaciones con Pujol. No engañaban. “Des de el poder es pot construir consciència nacional”, declaró en una entrevista programática que en 1989 le hizo Francesc-Marc Álvaro.
Cuenta Villatoro en sus diarios que Miquel Roca les dijo en una cena que veía a Rahola y a Culla con auténtico potencial político. Aunque formaba parte de la órbita nacionalista y tuvo ofertas para dar el paso, Culla siempre quiso preservar su independencia para opinar con libertad beligerante. Cuando Catalunya Ràdio era la emisora hegemónica en los informativos matinales, con Josep Cuní y Con Antoni Bassas, Culla se descubrió como un tertuliano perfecto. Eso le otorgó una notable proyección pública. Sus libros, por una parte, tendrían un éxito considerable. Desde Israel, el somni i la tragèdia de 2004 hasta El tsunami. Com i per què el sistema de partits català ha esdevingut irreconeixible de 2017. Por otra parte fue cooptado por el Cercle d’Economia y fue miembro de la junta en los mandatos más tensos del Procés, momento en el que afianzó su amistad con Josep Ramoneda.
Fue entonces, en unas circunstancias que Culla relató en sus memorias La història viscuda y Bassets en un artículo reciente, cuando dejó de publicar en este periódico. Disconforme con la línea editorial, no se calló. Al no poder seguir batallando porque la dirección en Madrid vetó la publicación de un artículo provocador, como siempre, se fue. El día después el artículo se publicó en el Ara, que también estaba siendo sacudido por las tensiones del Procés. Allí el historiador polemista siguió polemizando hasta que la salud se lo permitió.
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