Rubiales: tarjeta roja
El triunfo mundial de las futbolistas españolas implica un paso cualitativo de empoderamiento de la mujer
El triunfo mundial de las futbolistas españolas se recordará siempre por su insuperable dimensión deportiva. Además, implica un paso cualitativo de empoderamiento de la mujer, y especialmente de la mujer deportista, en un mundo históricamente concebido, protagonizado y jerarquizado por y para el hombre.
Rubiales demostró que ese mundo se resiste a desaparecer cuando exhibió en el palco presidencial su grosería y zafiedad, incompatible con la representación que ostentaba. Culminó su chulería y prepotencia con ...
El triunfo mundial de las futbolistas españolas se recordará siempre por su insuperable dimensión deportiva. Además, implica un paso cualitativo de empoderamiento de la mujer, y especialmente de la mujer deportista, en un mundo históricamente concebido, protagonizado y jerarquizado por y para el hombre.
Rubiales demostró que ese mundo se resiste a desaparecer cuando exhibió en el palco presidencial su grosería y zafiedad, incompatible con la representación que ostentaba. Culminó su chulería y prepotencia con aquel beso en la boca a Jenni Hermoso, indeseado, imprevisible e inevitable, y finalmente con aquel desvergonzado discurso ante su dócil asamblea. Ese beso constituye un delito de agresión sexual del Código Penal, reformado por la ley del sí es sí, que hoy cumple un año. Ahora es agresión sexual cualquier acto que atente contra la libertad sexual de otra persona, sin su consentimiento. La previa aceptación de un abrazo no presupone el consentimiento del beso sorpresivo. Las posteriores actitudes de la agredida no pueden interpretarse como signos de satisfacción, como todavía se pretende interpretar desde los atávicos sectores del machismo. La pena prevista para ese delito es de uno a cuatro años de prisión, pero el juez puede rebajar esa pena hasta una multa, “en atención a la menor entidad del hecho y las circunstancias personales del culpable”.
Ese delito se puede perseguir por denuncia de la víctima o, alternativamente, mediante una querella del fiscal “ponderando los legítimos intereses en presencia”. El fiscal deberá ponderar el grave daño que, previsiblemente, ocasionaría a Jenni un proceso lento, repleto de recursos inacabables, llegando hasta el Tribunal Constitucional, inevitablemente más mediático que jurídico, en el que Rubiales urdiría dudas sobre la veracidad y dignidad de Jenni, incluso atribuyéndole y redactando falsas declaraciones de consentimiento. Y todo ello para que, posiblemente, concluya con una pena de multa. Escasa disuasión para el agresor, demasiada para la víctima, doblemente victimizada.
El Tribunal Administrativo del Deporte y las demás instancias oficiales españolas tampoco ofrecen mayor rapidez ni severidad disuasoria, con el laberinto de trámites, competencias cruzadas y recursos, que, en todo caso, pueden acabar en la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo. Eso supone meses o años para las maquinaciones defensivas de un Rubiales recalcitrante y sin escrúpulos. Conclusión: la justicia ordinaria y la deportiva seguirán sus trámites de expulsión, pero inútilmente, porque acabarían cuando Rubiales ya habría cesado. Pero no han podido mostrar a Rubiales una tarjeta roja de expulsión inmediata.
Sí la ha mostrado el reproche público casi unánime, español y mundial. La FIFA inmediatamente le ha expulsado cautelarmente de su ámbito, al que no volverá. Lo que Rubiales llamó “la lacra del falso feminismo”, o sea, el irreversible empoderamiento de la mujer, también lo ha hecho. Dos futbolistas catalanas, sucesivamente elegidas mejores jugadoras del mundo, levantaron la tarjeta roja. Putellas le expulsó con su “se acabó”. Bonmatí lo ratificó defendiendo públicamente a Jenni y a todas las mujeres que sufren esos abusos de poder.
Gracias, campeonas, por vuestro triunfo deportivo, por vuestra valiente coherencia cívica y feminista.
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