A bordo del ‘Amerigo Vespucci’, el barco en el que no se duerme más de tres horas y media
El icónico buque escuela de la marina militar de Italia, construido en 1931, viaja desde Barcelona hasta Las Palmas de Gran Canaria de camino a completar la vuelta al mundo en dos años
“No puedo permitirme el lujo de tener miedo”. Luigi Romagnoli, comandante del Amerigo Vespucci, mira primero a los ojos cuando empieza a hablar y después busca la mejor palabra para seguir la conversación en algún rincón del barco. Quiere ser preciso. Es su manera de rendir homenaje al icónico navío que capitanea, buque escuela de la marina militar de Italia, botado en 1931, y considerado el “barco más bonito del mundo”, desde que coincidiera en 1962 navegando en el Mediterráneo con el ...
“No puedo permitirme el lujo de tener miedo”. Luigi Romagnoli, comandante del Amerigo Vespucci, mira primero a los ojos cuando empieza a hablar y después busca la mejor palabra para seguir la conversación en algún rincón del barco. Quiere ser preciso. Es su manera de rendir homenaje al icónico navío que capitanea, buque escuela de la marina militar de Italia, botado en 1931, y considerado el “barco más bonito del mundo”, desde que coincidiera en 1962 navegando en el Mediterráneo con el USS Independence. El portaaviones le requirió que se identificara. “Buque escuela Amerigo Vespucci, Armada italiana”, se presentó. “Eres el barco más bonito del mundo”, respondieron los americanos. La escena alcanzó cota de leyenda en Italia hasta el punto de que el año pasado se celebraron los 60 años de aquel encuentro fortuito con una conversación por radio con el portaaviones USS George H.W. Bush. “Amerigo Vespucci, eres aún 60 años después el barco más bonito del mundo”.
Romagnoli odia y ama el miedo a partes iguales. Le ayuda a estar despierto, a no confiarse nunca, dice, incluso en las mejores condiciones. El mar no perdona. Tiene 425 marineros a su cargo, entre cadetes y tripulación, y defiende que el mando no debe flaquear de puertas afuera ante la adversidad. “Si el pasaje percibe que tengo miedo, sabrán que algo ocurre y la situación puede descontrolarse. Mi cometido es mantener siempre la sangre fría, incluso en los peores escenarios”.
El buque inició en Génova el pasado 1 de julio la vuelta al mundo, que pretende completar en poco menos de dos años. El pasado domingo paró unas horas a dos millas de la costa de Barcelona y actualmente se dirige hacia Las Palmas de Gran Canaria, donde prevé llegar la semana que viene. En total, realizará 31 paradas en 28 países y cinco continentes.
Subir a la cubierta del Vespucci debe ser lo más parecido a viajar al pasado. Velas grandes, cuadriculadas, de película, con un palo mayor que pide a gritos a un grumete y un catalejo. Hoy no está, pero podría. En el Vespucci todo está anclado en el pasado. La estructura y, sobre todo, la instrucción de los cadetes. “Aquí garantizamos una educación tradicional”, defiende Romagnoli. Jerarquía, obediencia militar y una educación marítima centenaria. Aquel que no es capaz de orientarse con la Estrella Polar y un sextante en plena noche no será válido. “Esto es una de las cosas que más les cuesta”, admite un instructor. “Es muy fácil aprenderlo en los libros, pero mucho menos aplicarlo en medio del mar cuando todo está a oscuras”.
A Rizzo, un cadete imberbe que hace guardia al lado del timón, le costó adaptarse a la muchedumbre y a la falta de espacio. “Inicialmente teníamos algunos conflictos entre nosotros”, admite. “O te organizas para hacer cosas tan mundanas como ir al baño, o es difícil”, comparte. El orden se hace indispensable para moverse en camarotes minúsculos en los que apenas hay algunas mesas para estudiar y un par de ganchos en la pared para montar y desmontar la hamaca donde duermen apenas tres horas y media como máximo al día. “La vida en un barco es lenta, pero siempre hay tareas pendientes y no hay tiempo que perder”, explica Romagnoli. El comandante admite que “la convivencia es lo más complicado”, pero defiende que “vivir situaciones así garantiza que aprendan que ahora trabajan en familia”.
La falta de espacio tiene consecuencias físicas directas: a la consulta médica llegan mayoritariamente “infecciones respiratorias”, propias de la proximidad humana, y “dolores articulares” por la falta de movilidad, según uno de los tres doctores que navega en el buque. Cada día es obligatorio realizar rutinas físicas en cubierta para mantener el tono muscular.
El Amerigo Vespuccio sirve como punto de encuentro de la diplomacia. Embajadores, ministros y actuales reyes como Carlos III de Inglaterra han pisado el giardinetto, un espacio en forma de balcón privado en la popa del barco que, aseguran los oficiales, ofrece el “mayor espectáculo” del mundo en alta mar por las vistas de las estrellas por la noche. La historia del Vespucci impresiona y la tripulación se encarga de que todo luzca, como un pequeño depósito de aceite original que sigue colgando frente a la cabina del capitán y que hacía funciones de candil. Era el único punto de luz y los cocineros tenían que ir hasta allí para encender su fuego. “Antiguamente la cabina del comandante tenía una guardia permanente y era la garantía para reaccionar rápidamente si había algún accidente con el fuego”, explica Maurizio, del servicio administrativo del barco. “Un incendio en un barco como este se propagaría muy deprisa, y solo se podía mantener el fuego con alguien permanentemente vigilando”, subraya.
A las pocas horas, los visitantes empiezan a sentir síntomas de mareo, que aumentan en los camarotes interiores. “Aquí se notan más que arriba”, avisa un oficial, que asegura tener el “pie marino”. “Nosotros no sentimos nada, ni el baile del barco. Nos mareamos las primeras horas de tocar tierra firme”, dice entre risas. Tiene tiempo de sobras para seguir estable: dos años para completar la vuelta al mundo pasando por Barcelona.
Puedes seguir a EL PAÍS Catalunya en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal