La mancha en el mantel

El president Pere Aragonès ha optado por afrontar la amenaza de la extrema derecha agitando el miedo y llamando al combate político

Un cartel electoral de partido de extrema derecha independentista de Silvia Orriols en RipollMASSIMILIANO MINOCRI

La extrema derecha es como una mancha de tomate en el mantel. Aparece allí porque alguien ha sido descuidado, y una vez presente, cuesta horrores limpiarla. Simplemente frotar puede incluso extenderla más, pero disimular y hacer como si no estuviera tampoco tranquiliza: aunque sea de reojo, se la ve y genera desasosiego. Es difícil encontrar el mejor medio para combatir a esta ideología que, en cambio, propone soluciones facilonas a problemas complejos utilizando, en el mejor de los casos, medias verdades; y en la mayor...

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La extrema derecha es como una mancha de tomate en el mantel. Aparece allí porque alguien ha sido descuidado, y una vez presente, cuesta horrores limpiarla. Simplemente frotar puede incluso extenderla más, pero disimular y hacer como si no estuviera tampoco tranquiliza: aunque sea de reojo, se la ve y genera desasosiego. Es difícil encontrar el mejor medio para combatir a esta ideología que, en cambio, propone soluciones facilonas a problemas complejos utilizando, en el mejor de los casos, medias verdades; y en la mayoría de ocasiones, mentiras directas (la “escalada de inseguridad sin precedentes” que proclama un día y otro Ignacio Garriga, jefe de filas de Vox en el Parlament, aunque el tema del que se esté tratando sea, por ejemplo, la ronda Nord).

El president Pere Aragonès ha optado por afrontar la mancha agitando el miedo y llamando al combate político. En la sesión parlamentaria de este miércoles ha insistido en varias ocasiones en la, casi, inevitabilidad de un Gobierno con Vox en España, lo que le permite atribuirse algo así como la reserva espiritual de la democracia y el progresismo: “El Govern de la Generalitat será el primer bastión contra el avance de los gobiernos de derecha y extrema derecha.” Aragonès se ha imbuido del momento preelectoral hasta el punto de terminar un discurso que debería estar más cerca de la disertación que del mitin -la presentación de sus nuevos consellers- con un “Visca Catalunya i visca la llibertat”. Sin duda, en Esquerra circula la instrucción de difundir ese mensaje: hasta seis miembros del partido, consellers o diputadas, han citado a la extrema derecha como un peligro inminente. La CUP y los Comunes se han sumado a las advertencias. La novedad, en este discurso general, ha sido la incorporación, ya, de la realidad de una ultraderecha independentista, evidenciada sobre todo por la victoria de Aliança Catalana en Ripoll: “los catalanes y las catalanas no somos mejores que otros pueblos de nuestro entorno, no estamos vacunados por nuestro hecho de ser catalanes ante la amenaza de la extrema derecha”, ha afirmado el president. Este asunto, además, permite a Esquerra remover tensiones internas en Junts per Catalunya, cuya línea oficial es establecer cordones sanitarios con la xenofobia nostrada, pero se topó con la opinión contraria de su líder Laura Borràs.

Porque, más allá de cualquier otro debate, el carburante de la política catalana sigue siendo el choque entre los dos grandes partidos independentistas. No sirven ni pactos en Ginebra ni rasgado de vestiduras por la unidad estratégica: la fractura es cada vez mayor. Si será así que, en esta última sesión, el portavoz de JxC, Albert Batet, ha acusado a Pere Aragonès de ser “un presidente tutelado” -por Oriol Junqueras, se entiende- y ha llegado a pedir, implícitamente, elecciones anticipadas, hasta el punto de defender, cosa insólita, a Pedro Sánchez: “Ha habido presidentes que proporcionalmente han perdido menos votos que usted y han tomado decisiones”. La utilización de los socialistas como garrote para darse de palos entre indepes, esa costumbre adquirida del postProcés.

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