La empresa propietaria de la mina de Súria admite un fallo de comunicación pero lo desvincula del accidente mortal

El parte del turno de noche previo al siniestro, que había detectado un punto problemático en la misma galería, no llegó a los geólogos fallecidos, pero ICL no identifica estos hallazgos como la causa del desprendimiento

Trabajadores de ICL en la entrada de la mina de Súria, el pasado 9 de marzo cuando ocurrió el accidente mortal.Albert Garcia

Cuando se desprendió la roca que causó el accidente mortal en la mina de Cabanasses, en Súria (Barcelona) el pasado 9 de marzo, los tres geólogos fallecidos estaban en círculo, con los informes en la mano, conversando sobre los análisis que acababan de hacer. Óscar Molina, Victoriano Pineda y Daniel Álvarez estaban justo debajo de la roca que, de forma “imprevisible”, se despre...

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Cuando se desprendió la roca que causó el accidente mortal en la mina de Cabanasses, en Súria (Barcelona) el pasado 9 de marzo, los tres geólogos fallecidos estaban en círculo, con los informes en la mano, conversando sobre los análisis que acababan de hacer. Óscar Molina, Victoriano Pineda y Daniel Álvarez estaban justo debajo de la roca que, de forma “imprevisible”, se desprendió. De haberse parado a hablar unos metros más allá, no les habría ocurrido nada, puesto que solo cayó esta mole de seis metros de largo y unos 40 centímetros de grueso, sin arrastrar el resto del techo de la galería. Esta es la conclusión a la que ha llegado la empresa ICL, propietaria de la mina, en su investigación interna, que remitirá a la autoridad minera —el departamento de Empresa de la Generalitat— para que la envíe al juzgado que está investigando el accidente. En el informe, la empresa explica que el equipo del turno de noche previo al siniestro detectó en la misma galería un punto “que no estaba en condiciones”, y admite un “fallo de comunicación” porque esta información no llegó a los geólogos. De todas formas, ICL, la antigua Iberpotash, afirma que este hallazgo no fue la causa del desprendimiento, y que de haber tenido la información, los geólogos habrían ido igualmente a la galería a analizar estos puntos.

“La probabilidad de que caiga una roca como esta y que justo debajo estuviesen ellos tres, era muy baja”, señala Patricio Chacana, consejero delegado de ICL Iberia, la empresa que, de matriz israeliana, gestiona la mina de Cabanasses. Como ocurre en todos los accidentes laborales mortales, tras el siniestro un juzgado de Manresa abrió una investigación, que sigue en curso. La empresa, por su parte, ha elaborado este informe interno en el que han participado cinco representantes técnicos de la empresa, y cinco empleados, un proceso que ha durado un mes y se ha basado en entrevistas y diferentes análisis técnicos. El desprendimiento de una roca del techo, lo que se denomina un liso de carnalita, de 1,9 toneladas, tuvo lugar a las 7.35 horas en el minador 30, en la zona de explotación este de la mina, a 855 metros de profundidad. Molina, de 28 años, era quien hacía de guía de este grupo de geólogos encargados de mecánica de rocas y de control de grado (asignar la calidad de cada roca, y valorar cada tramo de la mina para asegurar que sea segura la explotación). Le seguían Pineda, de 29 años, y Álvarez, un estudiante de posgrado de 31 años que, de origen colombiano, llevaba diez días haciendo prácticas en la mina aunque había trabajado cinco años en minas colombianas. “Aún siendo jóvenes, los tres tenían mucha experiencia, y Óscar había hecho miles de valoraciones de minas”, destaca el consejero delegado. En el caso de Pineda, que iba a trabajar su tesis doctoral en junio, sus familiares recuerdan que solo llevaba poco más de tres meses en la empresa, y que previamente no había tenido ninguna experiencia directa con el trabajo en minas.

El informe establece que el accidente fue “imprevisible”, una conclusión que han respaldado en la investigación los expertos técnicos y los trabajadores que analizaron la zona. “No hay ningún síntoma que nos diga que el techo iba a caer, a nuestro mejor entendimiento, conocimiento y práctica de esta empresa”, señala Chacana. La causa, pues, fue simplemente que este liso, esta roca, “no tenía la resistencia suficiente para aguantar el peso de la cuña”, apunta Carlos Saavedra, director de servicios técnicos de la empresa. En paralelo, la investigación ha dado con dos “hallazgos no causales”: uno, que en la misma galería hay un pilar que es más estrecho de lo que debería, y el otro, que en el techo, pero a seis metros del lugar del desprendimiento, había un metro de techo que no estaba en condiciones. Este último punto es el que el turno de noche señaló en su parte, pero este no llegó a los geólogos que esa mañana fueron a hacer los análisis rutinarios. “Se cortó la cadena de comunicación en algún momento, normalmente los partes son en papel, en radio y verbalmente”, dice el consejero delegado. Según la empresa, estos hallazgos “no son relevantes” para el caso, porque por un lado no son la causa del desprendimiento, y por el otro, de haber sabido los geólogos que había estos problemas, ello no habría evitado que se encontrasen en esa zona de la mina. “Hubiesen ido a evaluarlo. De hecho, creemos que ellos vieron estos puntos, y por ello se situaron donde consideraron que era más seguro, que fue el lugar donde cayó la roca”, explica Chacana.

La compañía propone tres medidas para minimizar el riesgo de accidentes: seguir investigando e implementando tecnologías para reducir la exposición de las personas, como por ejemplo robots que puedan hacer algunos análisis; aumentar el sostenimiento de las galerías (ICL destaca que en diez años, desde el último accidente mortal en esta mina, se ha multiplicado por diez la instalación de bulones, unos hierros para “coser” el terreno, de los que ahora se instalan 250.000 al año); y valorar sistemas de explotación alternativos. “Pero esto es complicado porque nuestra mina no es plana, sino ondeada por la presión de la falla”, explica Chacana, que detalla que la inversión en seguridad, solo en la instalación de bulones, es de nueve millones de euros al año, y que el equipo de mecánica de rocas, del que formaban parte los fallecidos, ha aumentado hasta 12 personas.

Los responsables de la empresa admiten “frustración” por haber sufrido este accidente pese a las medidas de seguridad. La galería siniestrada está cerrada y no se va a explotar más, se abandonará y se irá cerrando sola naturalmente. “Este accidente es doloroso, pero el dolor, además de llorarlo, tiene que servir para aprender qué se puede hacer mejor. Teneos que seguir buscando soluciones y seguir con el sostenimiento de la mina”, concluye Chacana.

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