Hacer volar un piano
El ilusionista Josep Maria Llàcer ha dedicado la vida a vender y fabricar magia
Año 1985. En Scala Barcelona, un piano y su pianista flotaban y daban volteretas en el aire. Quien hizo que eso fuera posible fue Josep Maria Llàcer y su ingenio mecánico para la levitación. También eran suyos mecanismos que hacían aparecer un tigre en una jaula que segundos antes ocupaba una señorita o conseguían que dos caballos se desvanecieran. Llàcer suministró otros engranajes para mistéricas levitaciones. Quizá la más singular fue la que permit...
Año 1985. En Scala Barcelona, un piano y su pianista flotaban y daban volteretas en el aire. Quien hizo que eso fuera posible fue Josep Maria Llàcer y su ingenio mecánico para la levitación. También eran suyos mecanismos que hacían aparecer un tigre en una jaula que segundos antes ocupaba una señorita o conseguían que dos caballos se desvanecieran. Llàcer suministró otros engranajes para mistéricas levitaciones. Quizá la más singular fue la que permitió al mago Antón que una imagen del apóstol se elevara ante la catedral de Santiago de Compostela en un año Jacobeo. Para conseguirlo hay que ser un buen artesano de milagros. La prueba está en que cuando el piano volador viajó a la Scala del Meliá en Madrid y unos operarios ignorantes pulieron el resorte…aquella noche el piano cayó.
Ésta ha sido una de las facetas de Josep Maria Llàcer (73 años). Pero lleva desde los nueve habitando de una manera u otra el mundo de la magia. Como precoz mago infantil de la mano de Bucheli, como coleccionista, como autor de libros, como distribuidor de juegos o propietario de la tienda Selecciones Mágicas de Barcelona. De ahí que, con todo merecimiento, el Mag Gerard le haya dedicado un artículo en la revista Maese Coral, una publicación dedicada a investigar la historia del ilusionismo. En 2021, el Festiva Li-Chang de Badalona le rindió un homenaje por, entre otros motivos, estar siempre abierto a enseñar a los magos que se le acercan. Una cordialidad que disfrutas si lo visitas en su tienda, sobre todo ahora que deja la gestión del día a día a su hijo Christian.
Tiene la colección y los archivos del físico, director de la Escuela Radio Maymó y mago… Fernando Maymó. También una parte de la colección del ilusionista Roca. “Roca tenía centenares de autómatas que lamentablemente se han perdido, menos este Rasputín”. Y lo muestra en la pared de la parte de atrás de la tienda donde cuelgan algunas piezas de su colección de carteles y fotos. En su librería doméstica, explica, hay una edición de principios el siglo pasado de The Discoverie of Witchcraft, una obra de Reginald Scott de 1584 que, para combatir la creencia en la brujería, detalla algunos trucos que empleaban las hechiceras. Tiene un ejemplar de la primera edición del Minguet (1733), el primer libro español sobre magia, y otras posteriores, “algunas piratas”. Un alma de bibliófilo que, sin embargo, apenas ofrece libros en su tienda. “Tengo algunos títulos sobre historia de la magia y mayoritariamente en inglés. Ya no se venden. Los libros sobre rutinas y trucos han sido desplazados por los tutoriales en internet, los audiovisuales”. Llàcer tiene su propia bibliografía: un libro con 53 trucos con el falso pulgar, otro sobre el manejo de cubiletes y es coautor de un tercero, Magia con palomas.
El currículo mágico de Llàcer es kilométrico. Asesoría y equipamientos en espectáculos teatrales, para parques de atracciones o el cine (las espadas de Mar i Cel, La Bella y la Bestia, Port Aventura, un truco para la gala de los Goya o atrezzo para el último film de Fernando Colomo), suministro de efectos a grandes magos, etcétera. El comercio de la magia, sin embargo, ha sufrido grandes transformaciones. Llàcer recuerda los tiempos en que cada año iba a una feria londinense y con otra gran tienda internacional, la de Ron McMillan, no se vendían sus respectivas novedades…se las intercambiaban. Se fabricaban tanto las grandes ilusiones como los pequeños juegos. “Vendimos miles Matx Box, una pieza de metal que ningún espectador puede atravesar con una aguja, únicamente el mago. Del cochecito de Simeón Morlas que adivina una carta y del que hacíamos una versión en metacrilato transparente llegamos a vender 30.000 en todo el mundo. Scalextric no quería vendernos las ruedas porque creía que íbamos a copiar sus coches. El propio Morlas me dijo que dejara de pagarle los derechos de autor porque ya había cobrado más que suficiente. Entonces se respetaban los derechos y las exclusivas. Cuando empezó la piratería unos pocos distribuidores internacionales organizamos un comité para defendernos. Fue un fracaso. En Estados Unidos, cuando los comerciantes honestos veían aparecer en la feria de un congreso a un intruso, abandonaban el certamen... pero este tipo de presión duró poco porque, a la hora de la verdad, dejaban todo el mercado a estos tenderos sin moral”. Llàcer ha sufrido la piratería en su propia tienda. “Un señor venía cada semana y cuando yo estaba en la trastienda tomaba medidas de una caja zig-zag que tenía expuesta para copiarla”.
“Ahora el mercado está dominado por la China que revienta precios a costa de la calidad. Yo trabajo básicamente con tres distribuidores que, a su vez, encargan la producción a China, pero procuran negociar compromisos sobre la calidad. Las grandes ilusiones ya se las fabrican los magos, pero la miseria se ha instalado en este arte. Ya no hay cabarets o varietés. Quedan las convenciones de empresa y las BBC (bodas, bautizos y comuniones). Me han hablado del caché de muchas BBC o de la taquilla en salas pequeñas y no entiendo cómo el mago puede sobrevivir. Y obviamente, no puede invertir en su espectáculo”.
En la tienda de la calle Enamorats -otra cosa, es el comercio en línea-, explica, principalmente se venden barajas. Llàcer cree que en el mundo profesional se ha perdido entusiasmo. “Veo demasiados ilusionistas sin ilusión. Para ser mago hay que ser artista, tener formación teatral, crear un relato cuando estás en el escenario. Además, la tecnología que nos rodea ha perjudicado el misterio. Es curioso, pero ahora los mejores clientes son los buenos aficionados que saben apreciar la belleza de un objeto, de una rutina”. Llàcer se jubila este mes de enero y deja la tienda a su hijo que, dice, alberga sus propias ideas. El irá por las mañanas a encontrarse con amigos, a charlar, a colgar en su página web vídeos sobre la bella historia de la magia y sus magos, de la que forma parte.
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