La gran noche de Antònia Font
El grupo mallorquín se doctoró en el Sant Jordi con un concierto de autoafirmación de su frondoso repertorio
Esa debe de ser una de las razones. Aunque al comienzo nadie se atreva a soñarlo en serio por mor de no desilusionarse en caso de no conseguirlo. Tener ante la mirada un recinto como el Sant Jordi, lleno, botando contigo, que sobre el escenario apenas das crédito y desentrenado y virgen sólo puedes definir lo que pasa con un elemental “quina burrada”. Lo dijo ...
Esa debe de ser una de las razones. Aunque al comienzo nadie se atreva a soñarlo en serio por mor de no desilusionarse en caso de no conseguirlo. Tener ante la mirada un recinto como el Sant Jordi, lleno, botando contigo, que sobre el escenario apenas das crédito y desentrenado y virgen sólo puedes definir lo que pasa con un elemental “quina burrada”. Lo dijo Pau Debon, el atónito y feliz cantante que apenas pudo encontrar a los largo de dos horas y cuarto de concierto otros adjetivos para calificar lo que su grupo estaba experimentando. Y era eso que los músicos apenas se atreven a soñar: triunfar ante tu gente, notar que tus canciones ya son una constelación de recuerdos, un patrimonio común, minúscula cultura popular en las mayúsculas de un recinto enorme. Sí, Antònia Font se doctoraron en el Palau Sant Jordi para revelarse, ya sin ambages, como uno de los grupos más significativos de la música catalana. De ahora y para siempre. Y acentuada en mallorquín, alejada de la normatividad, en los arrabales de la cultura en frac, mecida por una dicción que aumenta la belleza de canciones que destilan tanta algarabía como melancolía, tanta ternura como misterio. Fue su gran noche. La que los músicos sueñan.
Sexo, drogas y rock and roll, se dice. Pues no. Sexo se les supone, pero no al por mayor, aunque alguno de ellos parecería que las mata callando. ¿Drogas?, de haber existido, poco más que un breve hola y adiós, y rock and roll casi nada, sólo pop, un pop moldeado con hermosas melodías y unas letras en las que cada persona puede incubar su sentido, palabras llenas de una poesía que no necesita significar nada predeterminado. Y unas pintas de obreros de la música que podrían parecer una apuesta instrumentada para significarse como normales pero que son sólo fruto de esa misma normalidad. Como el mismo escenario que los acogió, con unas parabólicas quizás para conectar con las galaxias de Sisa y unas gafas 3D que repartieron sin que su utilidad quedase suficientemente acreditada. Ocurrencias en ellos con sentido. Cinco músicos y casi una cuarentena de canciones, un repaso a su historia, una autoafirmación firmada en una temporal vuelta a los escenarios que los ha encumbrado extrayéndolos del circuito de teatros y salas medias en los que vivieron toda su vida para situarlos allí donde pisan los grandes, allí donde ahora pisan ellos. El año que viene un poco más y después de nuevo adiós.
Su vasto, variado y maravilloso cancionero se explicó de manera ampliada en relación al que ofrecieron en verano en el Primavera Sound. Aquel concierto, el primero de su retorno, fue inolvidable, en s’hora baixa, un cálido atardecer al aire libre, con todos los apaches locales sintiéndose por una vez más numerosos que los vaqueros foráneos. En el Sant Jordi los apaches fueron los vaqueros, seguros de sí mismos en su territorio, entregados desde que Pau, en plan estrella, apareció en la parte posterior del escenario y se puso en marcha la algarabía con Un minut estroboscòpica, de su último trabajo. Reseñar todo lo que sonó resulta tan prolijo como banal, pues sonaron canciones pequeñas y todas sus grandes canciones salvo las que cada asistente quiera añadir porque esa que faltó fue precisamente la que acompañó algo que ya no olvidará en su vida. La música es memoria, por ello mismo en el Sant Jordi hubo más recuerdos que aplausos, más evocaciones que teléfonos moteando las gradas con su luz, tantos suspiros como brincos: tanta emoción como música. Quizás el sonido no se sumó a la fiesta, pero la finura de Joan Miquel, el inquietante cerebro en la sombra, quedó patente, así como el trabajo del resto del grupo, que debió sentir que el suelo se alejaba de sus pies en una merecida apoteosis que cerraron con una canción que tiene 20 años, Viure sense tu y que nació con su primer elepé. Marcharán, pero quedarán sus canciones, que visto lo visto en el Sant Jordi, pertenecen a muchas personas.
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