Opinión

¿El fin de la mayoría plural?

Pedro Sánchez se equivocaría si interpreta que estamos ante el retorno del bipartidismo

Pedro Sánchez, en una rueda de prensa en la sede nacional del PSOE.Samuel sánchez

En política, no hay peor error que negar lo evidente. Hace cuatros años los socialistas llegaron en cabeza en Andalucía, ahora el PP les saca 700 mil votos. Si Sánchez se resiste a darse por enterado su suerte está echada.

Empecemos por Andalucía: en 2018, con la alianza con Ciudadanos, el PP acabó con una hegemonía de los socialistas que parecía intocable. La cara visible de la pérdida del feudo fue Susana Díaz, último representante de la vieja guardia socialista, a la que Pedro Sánchez derrotó en las elecciones para la secretaria general del partido, poniendo fin a una época. Sobre la...

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En política, no hay peor error que negar lo evidente. Hace cuatros años los socialistas llegaron en cabeza en Andalucía, ahora el PP les saca 700 mil votos. Si Sánchez se resiste a darse por enterado su suerte está echada.

Empecemos por Andalucía: en 2018, con la alianza con Ciudadanos, el PP acabó con una hegemonía de los socialistas que parecía intocable. La cara visible de la pérdida del feudo fue Susana Díaz, último representante de la vieja guardia socialista, a la que Pedro Sánchez derrotó en las elecciones para la secretaria general del partido, poniendo fin a una época. Sobre la turbia herencia socialista se montó Moreno Bonilla que, sin estridencias, ha sido capaz de reformar y ampliar las estructuras territoriales del gobierno andaluz de probada eficacia clientelar. Y ha tenido premio. Con tres factores añadidos que cambian el panorama: la anunciada desaparición de Ciudadanos, que confirma el destino de los partidos construidos sobre un solo tema –en este caso el furor antiindependentista- y devuelve al PP un espacio que le había quitado; la frenada de Vox, que aligera a Feijóo del debate sobre las alianzas con la extrema derecha; y el ridículo de la extrema izquierda empantanada una vez más en la psicopatología de las pequeñas diferencias entre personajes que creen que cambiarán el mundo por su cara bonita.

Traslademos este retablo a España y a Cataluña. No hay duda que la virtud de Pedro Sánchez es el sentido de la oportunidad. Le ha dado grandes dividendos: se cargó a la vieja guardia del PSOE que creía haberle liquidado, ganó la presidencia del Gobierno captando el momento de la moción de censura y creó una mayoría plural que contra muchos pronósticos está a un año de completar la legislatura. Pero, ahora mismo, se nota la dificultad de Sánchez para convertir en proyecto su perceptibilidad. Y, sin embargo, la mayoría plural es una magnífica expresión de diversidad que merecería ser cuidada. No es fácil, porque la extrema izquierda no tiene paciencia y se agita permanentemente contra sí misma, entre egos y doctrinas, y porque la articulación de los nacionalismos periféricos requiere un complejo ejercicio de autoridad –para que el país acepte determinados acuerdos- y de confianza –en un espacio de fundados recelos-. La realidad es que las divisiones en Unidas Podemos ya aparecen imparables y el independentismo está en el momento del vivo sin vivir en mí. Cuesta deshilvanar el ovillo del procés, cuando ya nadie niega que el programa de máximos queda lejos. A Sánchez le falta la osadía para dar algunos pasos que podrían dar estabilidad y confianza.

Con Andalucía, Feijóo consigue esconder la parte fiera de la derecha que Casado y Ayuso exhibían desvergonzadamente. Pero Pedro Sánchez se equivocaría si interpreta que estamos ante el retorno del bipartidismo y se plantea su estrategia cómo soltar lastre (de la izquierda y de los nacionalismos). Sólo mirando al centro el PSOE tiene poco recorrido.

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