Opinión

Uzbek y Rica

Montesquieu plasmó en las Cartas persas la relación epistolar entre dos nobles convertidos en turistas accidentales para satirizar la sociedad occidental

Una imagen de un autobús turístico, el pasado verano, en Barcelona, delante de La Pedrera.©Consuelo Bautista

Querido lector, si usted no es de los que tienen vacaciones —porque trabaja para los que sí tienen, o porque no se las puedes pagar, o porque simplemente ha decidido quedarse en casa este verano— tengo una idea para que a lo mejor le interesa. Las vacaciones son ideales para chafardear, ahondar en las vidas de los demás. Escuchar a los passavolants es una manera de matar el tiempo. Ociosos, sólo necesitamos un poco de predisposición y nos explicarán un puñado de historias.

Hay muchos tipos de visitantes, pero en general se pueden ordenar según dos grandes grupos, dos matrices que...

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Querido lector, si usted no es de los que tienen vacaciones —porque trabaja para los que sí tienen, o porque no se las puedes pagar, o porque simplemente ha decidido quedarse en casa este verano— tengo una idea para que a lo mejor le interesa. Las vacaciones son ideales para chafardear, ahondar en las vidas de los demás. Escuchar a los passavolants es una manera de matar el tiempo. Ociosos, sólo necesitamos un poco de predisposición y nos explicarán un puñado de historias.

Hay muchos tipos de visitantes, pero en general se pueden ordenar según dos grandes grupos, dos matrices que robaremos a Charles-Louis de Secondat, más conocido por el nombre de su baronía, Montesquieu. Este filósofo francés publica la novela Cartas persas en 1721. El libro se basa en el intercambio de letras entre dos nobles persas (Uzbek y Rica) que viajan por Europa, años de relación epistolar entre ellos y con otros amigos.

Montesquieu se inventa esta especie de turistas accidentales para satirizar la sociedad occidental. A medida que avanzamos, veremos que a Uzbek le cuesta cada vez más sentirse cómodo con las maneras y las ideas europeas, contrapuestas, claro está, a sus costumbres persas. El resultado es una añoranza creciente para con su tierra. Por el contrario, Rica se interesa mucho por la modernidad que durante el siglo XVIII se estipula alrededor de París.

Pues bien. Usted que no tendrá vacaciones tendrá, en cambio, la oportunidad de conocer unos cuantos Uzbeks y unos cuantos Ricas. Salga a la calle. Matizados los dos polos de Montesquieu, descubrirá que hay dos maneras de ir por el mundo —en vacaciones.

Llegados de cerca o desde tierras lejanas, el prototipo de Uzbek es el de un individuo circunspecto, educado, un poco nervioso. Si charla con él le cantará las excelencias de su terruño y, distendido por los brebajes de las noches estivales (si su religión se lo permite), le planteará rincones y villorrios de una belleza y de un clima estupendos, bien llevados por unas instituciones sin parangón; lugares tan magníficos que usted no podrá no preguntarse por qué demonios Uzbek se va de vacaciones si su casa es un primor. Si se le escapa la pregunta en voz alta, Uzbek dirá que, bueno, de dónde viene algo se puede mejorar, autocrítica que, una de dos, o le amargará las vacaciones o le sustentará el amor propio hasta finalizarlas.

Al otro lado usted encontrará a Rica. Desenvuelto, encantado con el exotismo que usted emana (sin querer) con su manera de vestir, sus gustos culinarios, su costumbre ancestral darse una siesta o de llevar una ramita de hinojo colgándole de los labios durante el paseo vespertino, todo esto gustará a Rica. Tanto da quién sea usted, porqué Rica se pondrá a parlotear, eléctrico con las diferencies entre ambos, i lo más importante es que costará más bien poco invitarle, si usted lo desea, a intercambios más íntimos. Mientras los Ricas son los candidatos perfectos a la conversión del visitante en extranjero residente, los Uzbeks no hay quién entienda por qué viajan.

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