Una alfombra de huesos y ataúdes: la profanación de un cementerio indigna a los vecinos de Aguilar de Segarra

El antiguo camposanto del municipio barcelonés llevaba clausurado desde 1973 y quedaba pendiente el traslado de los restos que ahora están esparcidos por el recinto

Nichos profanados en Aguilar de Segarra (Barcelona), el jueves.Foto: CRISTÓBAL CASTRO | Vídeo: ALFONSO L. CONGOSTRINA

Cráneos, huesos humanos esparcidos entre la maleza, ataúdes profanados y arrojados en mitad de un cementerio abandonado. Esta es la imagen que presenta estos días el camposanto viejo del pequeño municipio de Aguilar de Segarra (Barcelona). La semana pasada, el rector de la parroquia, Enric García, denunció ante los Mossos d’Esquadra la profanación de todos los nichos, 56 en total. La policía catalana ha abierto una investigación para intentar ave...

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Cráneos, huesos humanos esparcidos entre la maleza, ataúdes profanados y arrojados en mitad de un cementerio abandonado. Esta es la imagen que presenta estos días el camposanto viejo del pequeño municipio de Aguilar de Segarra (Barcelona). La semana pasada, el rector de la parroquia, Enric García, denunció ante los Mossos d’Esquadra la profanación de todos los nichos, 56 en total. La policía catalana ha abierto una investigación para intentar averiguar quién o quiénes cometieron los hechos. El municipio, de 277 habitantes, permanecía el jueves consternado por lo sucedido. Algunos vecinos consideran la acción una gamberrada; otros creen que han intentado robar joyas a los difuntos. Fuese como fuese, nadie escuchó nada ni vio nada. El antiguo cementerio está en una colina de difícil acceso. Los ladrones de joyas o huesos, gamberros o participantes en un ritual macabro pudieron estar allí por mucho tiempo sin ser detectados. El problema con el que se encuentra ahora el Consistorio es qué hacer con los cadáveres de sus antiguos vecinos, que llevan días esparcidos por el suelo a pleno sol.

Solo quedan unas pocas piedras del que fuera castillo de Aguilar, construido en el siglo X. Para llegar hasta sus ruinas hay que dejar atrás el municipio, entrar por unas pistas forestales, abandonar el vehículo y caminar —casi escalar— varias pendientes. Un pequeño camino resbaladizo y casi invisible lleva directo —después de sortear arbustos y maleza— a la puerta del antiguo cementerio, en cuyo único acceso hay grabada una calavera y dos tibias cruzadas junto con el año de construcción, 1899, y una inscripción en latín: “Beati Mortui Qui In Domino Moriuntur” (Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor). Dentro, la imagen actual es macabra. Los profanadores accedieron al interior por el tejado de los nichos y se entretuvieron en abrir una a una las tumbas para sacar los cuerpos y abandonar los huesos en mitad de la antigua infraestructura funeraria.

“La semana pasada me llamaron del Ayuntamiento y me enseñaron fotos de lo que había pasado. No sé quién lo descubrió, no he ido nunca a este cementerio, pero hay muchos así en esta zona. Fui a comisaría y denuncié”, explicaba el jueves el párroco Enric García. Es el sacerdote de este rincón de la Cataluña vaciada y asegura que es el responsable de las iglesias de 50 municipios. “El Ayuntamiento ya me ha dicho que se pondrá en contacto con los familiares de los difuntos que se puedan identificar, pero muchos están en el suelo y mezclados unos huesos con otros. La única opción será hacer una fosa común en el nuevo cementerio y llevar allí todos los cuerpos”, asume. El sacerdote cree que se está haciendo “mucha salsa” con este tema. “En estos pueblos de payés pasan estas cosas. Hacía décadas que nadie llevaba flores al cementerio. Se tenía que haber clausurado antes”, asegura.

El alcalde, Pere Aliaguilla, no ha querido hablar con EL PAÍS, y los responsables del Consistorio han remitido a otras declaraciones del primer edil en las que afirmaba que se creía que se trataba de profanadores de tumbas que iban buscando joyas de los cadáveres. “¿Pero qué joyas van a encontrar aquí si somos todos payeses?”, se preguntaba, incrédula, una vecina que prefería guardar el anonimato.

Antonio Suárez tiene 85 años, es de Cal Camalligat y cree que es el segundo o tercer vecino “más viejo” de Aguilar de Segarra. Es de los pocos que recuerda a alguno de los muertos que había enterrados en el antiguo cementerio. “Yo nací en septiembre de 1936. Esa semana, en plena guerra, quemaron la iglesia que estaba junto al cementerio. Cuando cumplí 13 años mi primer trabajo fue ir a buscar las piedras que quedaron de la antigua iglesia y llevarlas al pueblo para construir la iglesia nueva”, recuerda. Entonces todavía seguían enterrando en el cementerio viejo: “Subíamos los ataúdes entre cuatro y a hombros”, recuerda. Suárez desconoce, como el resto del pueblo, quién y por qué han profanado el camposanto. “Aquí los ricos se enterraban en la izquierda y los pobres en los nichos de la derecha, pero por las fotos veo que les ha dado igual unos que otros”, ironiza.

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