El arte también se puede ‘hackear’
Una muestra en CaixaForum aborda el fenómeno que altera nuestra percepción de la realidad desde una perspectiva artística, histórica y poética
El primer hacker de la historia no coincide con el imaginario colectivo del joven tecnólogo, que teclea códigos imposibles envuelto en capuchas y sombras, iluminado solo por el parpadeo de la pantalla. El primer hacker, John Nevil Maskelyne, era un distinguido inglés, ilusionista de profesión, apasionado de la comunicación inalámbrica y acérrimo competidor de Guglielmo Marconi. El italiano, que había patentado el telégrafo en 1900...
El primer hacker de la historia no coincide con el imaginario colectivo del joven tecnólogo, que teclea códigos imposibles envuelto en capuchas y sombras, iluminado solo por el parpadeo de la pantalla. El primer hacker, John Nevil Maskelyne, era un distinguido inglés, ilusionista de profesión, apasionado de la comunicación inalámbrica y acérrimo competidor de Guglielmo Marconi. El italiano, que había patentado el telégrafo en 1900, quería demostrar que era un canal seguro y confidencial. El experimento de confirmación tuvo lugar en 1930. Desde la costa de Cornualles, Marconi tenía que enviar un mensaje al científico John Fleming en la Royal Institution de Londres, pero para desmentirlo, Maskelyne interceptó la trasmisión, de modo que las primeras palabras que llegaron fueron “¡Ratas, ratas, ratas!”, seguidas por algún que otro insulto. El primer hack, de la historia se había perpetrado.
“En castellano usamos hack casi siempre como verbo, refiriéndonos a una infiltración no autorizada y a menudo ilegal en un sistema informático. Sin embargo, más allá de esa connotación negativa, el hack es un mecanismo de interrupción que puede tener un valor poético y vivencial. Es una forma de interceptar la realidad”, asegura Bárbara Cueto, comisaria de la exposición ¡Ratas! ¡Ratas! ¡Ratas! La gramática poética del ‘hack’, abierta en CaixaForum hasta el 19 de junio. La muestra, que se enmarca en la quinta edición de Comisart, la convocatoria para jóvenes comisarios, impulsada por la Fundación la Caixa, investiga la estrategia del hacking como gesto poético y acto revolucionario.
“Este lenguaje disidente no afecta solo los códigos tecnológicos e, integrado en las prácticas artísticas contemporáneas, se convierte en una estrategia que actúa como contrapoder de los relatos hegemónicos”, afirma Cueto, que ha elegido instalaciones, vídeos y fotografías de artistas de diferentes generaciones, desde los años sesenta hasta ahora, que pertenecen a la colección del Macba, la Caixa y el Museo Reina Sofía de Madrid. En su gran mayoría se han visto en pocas ocasiones, excluyendo un collage de fotografías y una película en súper 8 de Gordon Matta-Clark, que se han expuestos varias veces. Se trata del registro de dos acciones dirigidas a interceptar y cortar edificios para intervenir en el opresivo tejido urbano, abriendo la construcción a su entorno a través de cortes y agujeros en el propio hormigón. “El hack arquitectónico de Matta-Clark no es destructivo, sino propositivo en cuanto interviene para replantear los espacios”, indica la comisaria. Unos años antes, en 1973, en España el Grup de Treball se apoderaba de la prensa injertando unos anuncios que se colocan entre realidad y ficción para parodiar la censura de los últimos años de la dictadura y agitar las consciencias.
Las interferencias en los medios de comunicación protagonizan también las obras de Martha Rosler y Antoni Muntadas. En la performance para televisión, Martha Rosler lee Vogue, la artista disecciona la revista Vogue y denuncia su contenido ideológico, mientras que Muntadas en la instalación Palabras: la conferencia de prensa, escenifica su preocupación por los mecanismos de control y poder a través de los cuales los diarios construyen las visiones y opiniones predominantes. Dos obras pioneras revisan las gramáticas algorítmicas: el libro de 263 páginas Shalom Aleichem (La paz sea contigo) de Elena Asins, una metáfora visual que intenta traducir la cadencia del algoritmo a la poesía concreta y whiteonwhite: algorithmicnoir, un vídeo en el cual Eve Sussman nos traslada a un lugar industrial posapocalíptico a través de una narrativa sin inicio ni final, que se desarrolla ad infinitum gracias a un programa informático que reedita una y otra vez las secuencias audiovisuales.
El culto al líder, los poderosos y las celebridades se plasman en una película de Öyvind Fahlström, mientras que el colectivo de Hong Kong, Zheng Mahler, formado por el artista Royce Ng y la antropóloga Daisy Bisenieks, presenta en una proyección holográfica un dios-monstruo virtual, que muta, crece y desaparece en nubes de datos. La obra más reciente, la que abre y cierra el recorrido, es una instalación fotográfica de Werker Collective, que representa el hack como estrategia para insertar realidades disidentes en el relato establecido. En Historia gestual de un joven trabajador, el colectivo crea un relato utópico ficticio, que introduce la narrativa queer en una selección iconográfica sobre la figura del trabajador, que se materializa en el espacio expositivo en forma de una impactante revista tridimensional.