Ucrania y la agonía nacional

La guerra lo cambia todo. Al independentismo catalán le ha relativizado lo que vivió como su otoño heroico

Protesta contra la guerra en la embajada rusa en Berlín.FILIP SINGER (EFE)

La guerra cambia muchas cosas. Lo remueve todo, incluso percepciones que creíamos ajustadas a los hechos. El independentismo catalán se ha visto a sí mismo la última década como un pequeño y heroico David que desafía a un enorme y monstruoso Goliat. Como Ucrania ante Rusia. En Cataluña, el enfrentamiento no ha finalizado como en el relato bíblico, sino al revés, con el pequeño aplastado por el grande. Pese a ello, los entusiastas derrotados se han gustado, se gustan, en ese papel. Esta vez no hemos podido, se dicen todavía, per...

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La guerra cambia muchas cosas. Lo remueve todo, incluso percepciones que creíamos ajustadas a los hechos. El independentismo catalán se ha visto a sí mismo la última década como un pequeño y heroico David que desafía a un enorme y monstruoso Goliat. Como Ucrania ante Rusia. En Cataluña, el enfrentamiento no ha finalizado como en el relato bíblico, sino al revés, con el pequeño aplastado por el grande. Pese a ello, los entusiastas derrotados se han gustado, se gustan, en ese papel. Esta vez no hemos podido, se dicen todavía, pero vendrá otra ocasión y entonces sí, entonces la pedrada derribará al gigante. Ese es el sentido del “volveremos a hacerlo” de Jordi Cuixart con el que tanto se identifican los independentistas.

Este año, sin embargo, la guerra de Putin contra Ucrania, tan lejana y tan próxima, lo ha relativizado todo. Las brutalidades policiales del 1 de octubre de 2017 en Cataluña parecen caricias comparadas con las bombas y los misiles que destruyen Mariupol, Jarkov y otras ciudades de Ucrania. Las brigadas policiales españolas jaleadas en aquel otoño caliente por los ultras como fuerzas de ocupación al grito de “a por ellos” en su salida hacia Cataluña parecen alegres rúas de carnaval comparadas con la columna de 60 kilómetros de tanques y artillería pesada dirigiéndose a Kiev.

Sí, lo que está sucediendo en Ucrania desde el 24 de febrero relativiza todo lo demás. La lucha nacional ucraniana despierta todas las simpatías, la embestida del nacionalismo ruso recibe todas las condenas. En todo el mundo, con contadas excepciones. También en Cataluña. Las generaciones europeas que han vivido a este lado del telón de acero durante largas décadas desde el fin de la II Guerra Mundial creían que el occidente liberal se enfrentaba al comunismo soviético. Creyeron, no sin razones, que era una lucha entre modelos políticos y económicos antagónicos. Pero, 30 años después de la disolución de la URSS, el nacionalismo ruso reaparece como lo que había debajo del mundo soviético. Es lo que había detrás de la definición de Guerra Patriótica que Stalin dio a la II Guerra Mundial. El amplio espacio que en 1945 Stalin ganó en el este europeo, ¿era el mundo comunista o era el imperio ruso? La pregunta acaba de tener su respuesta.

El sentimiento agónico del catalanismo ante la reducción de su peso demográfico, la provincialización del autogobierno y las insidiosas dificultades para la recuperación del uso social de su lengua está justificado, surge de hechos ciertos y graves. Sus derrotas políticas han dado paso a una gran desorientación y un comprensible pesimismo. Pero, ¿qué es eso ante la arremetida a sangre y fuego del ejército ruso dirigido por un político que niega a Ucrania la mera existencia como nación? Para agonía nacional justificada, la que estos días vive Ucrania. La guerra lo cambia todo. Al independentismo catalán le ha relativizado lo que vivió como su otoño heroico.

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