Anatomía de dos instantes
Barcelona, una sociedad que se ha deslizado, mayoritariamente, hacia el maniqueísmo de la política “fácil” y emocional
En el Teatro de la Abadía de Madrid se representa la obra Anatomía de un instante basada en el libro de homónimo título de Javier Cercas. La obra se adentra en un aspecto sobresaliente como es el papel de Adolfo Suárez en su condición de héroe de la retirada una vez ha perdido la confianza de quienes le encumbraron. Lógicamente también toca de forma trepidante y muy gráfica las dos tramas del golpe de estado fallido del 23-F de hace 41 años. El director y coautor de la pieza, Àlex Rigol...
En el Teatro de la Abadía de Madrid se representa la obra Anatomía de un instante basada en el libro de homónimo título de Javier Cercas. La obra se adentra en un aspecto sobresaliente como es el papel de Adolfo Suárez en su condición de héroe de la retirada una vez ha perdido la confianza de quienes le encumbraron. Lógicamente también toca de forma trepidante y muy gráfica las dos tramas del golpe de estado fallido del 23-F de hace 41 años. El director y coautor de la pieza, Àlex Rigola, lo define así: “El instante en que Adolfo Suárez permaneció sentado en la tarde del 23 de febrero de 1981, mientras las balas de los golpistas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo del Congreso de los Diputados y todos los demás parlamentarios —todos menos el general Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo— buscaban refugio bajo sus escaños. Es la crónica de este gesto, la crónica de un golpe de estado y la crónica de unos años decisivos en el nacimiento de la democracia en España”.
Un elenco de actores catalanes actuando en Madrid: Pep Cruz, Eudald Font, Miranda Gras y Roser Vilajosana. Y de repente, el final se dispara con Rigoberta Bandini y su encantadora, bailonga y pegadiza Too many drugs.
Iba yo andando feliz por el encantador barrio de Chamberí remugando los grandes momentos de la obra y entrando y saliendo en Too many drugs en mi mente. Pensaba también que esta obra —crítica con la Monarquía y elogiosa de lo mucho de bueno de la Transición— ya fue representada durante un mes en Barcelona. Pero que allí no debía entrar en la cabeza de todos los que llaman la Transición despectivamente “régimen del 78″ y que les quedan lejos los matices de un proceso político pensando en grande. Esta obra es un buqué de política en toda su complejidad: el joven político sin ideología y mucha ambición que se acaba creyendo el papel del democratizador no solo ungido por el Rey sino principalmente por las urnas, las Cortes franquistas que se autoliquidan con una sonrisa hipnotizada e inconsciente, los enemigos internos e internacionales que se va labrando Suárez. Aquella amistad periclitada con el mundo árabe y aquel no a la OTAN que Leopoldo Calvo Sotelo revirtió en meses. Iba pensando también que el día siguiente tenía mi tren de vuelta a Barcelona, donde me encontraría una sociedad que se ha deslizado, mayoritariamente, hacia el maniqueísmo de la política “fácil” y emocional. Una excolumnista y tertuliana fija —aún— en TV3 me diría lenguaz que practico el autoodio (todo se resuelve con los “enemigos del pueblo”). Infelizmente, la realidad es que debemos preguntarnos como saldremos de este bucle de realidades paralelas que nos han dejado los años grises de una promesa inconsistente convertida en frustración. Algún día se deberá diseccionar la anatomía de este otro instante: octubre de 2017 en Cataluña La ira debe dejar paso a la creatividad y a la política en serio. Por fortuna, después de Quim Torra i Pla vino Rigoberta Bandini. Y que continúe la luz.