Opinión

La advertencia portuguesa

Ahora mismo si algo suena a estabilidad en España sigue siendo todavía la mayoría que apoya al gobierno, que ha superado sin mayores contratiempos, la última fase de la resaca del choque de 2017

El primer ministro portugués Antonio Costa tras ganar las elecciones.Armando Franca (AP)

Para sobrevivir en los escenarios humanos es muy útil saber leer las advertencias. Y, a menudo, pasan desapercibidas. En Portugal, ha habido elecciones con sorpresa respecto a las previsiones que las encuestas de opinión habían esbozado. ¿Será que Antonio Costa —el presidente desahuciado antes de tiempo por los medios— había leído mejor las advertencias que llegaban de la calle que sus adversarios y que los institutos de opinión?

Hay una cualidad del buen político, ponderada en su tiempo por Maquiavelo, que e...

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Para sobrevivir en los escenarios humanos es muy útil saber leer las advertencias. Y, a menudo, pasan desapercibidas. En Portugal, ha habido elecciones con sorpresa respecto a las previsiones que las encuestas de opinión habían esbozado. ¿Será que Antonio Costa —el presidente desahuciado antes de tiempo por los medios— había leído mejor las advertencias que llegaban de la calle que sus adversarios y que los institutos de opinión?

Hay una cualidad del buen político, ponderada en su tiempo por Maquiavelo, que es el sentido de la oportunidad. Y Antonio Costa acertó en la lectura del escenario político al aspirar a un nuevo mandato cuando sus socios del Bloco y del Partido Comunista se cargaron los presupuestos. Tanto es así, que al salir de las urnas el premio de la mayoría absoluta para el primer ministro portugués, algunos miraron enseguida para acá. Los aires que vienen de Portugal refuerzan la apuesta por la estabilidad de la coalición practicada por Unidas Podemos, lejos de veleidades retóricas, y abre un interrogante: ¿convocaría elecciones Pedro Sánchez si sufriera algún descarrilamiento parlamentario?

No corran tanto. Por mucho que la proximidad puede generar efectos de contagio, por más que compartan península, las trayectorias de España y su monarquía y Portugal y su república son muy distintas. Y si el imperio español quedó definitivamente liquidado en el siglo XIX, Portugal lo arrastró hasta la década de los setenta del siglo pasado. Una diferencia histórica que algo tuvo que ver con el desenlace de las respectivas dictaduras: en Portugal hubo ruptura, en España transición. Portugal cambió de régimen cantando “Grandola, vila morena” y en España la señal de partida la dio la muerte de Franco. Y si el origen de los regímenes es tan distinto, sus peripecias han transcurrido por vías más bien diferentes. Pero estamos en un mismo entorno. Y hay señales que pueden anticipar tendencias.

El éxito de Antonio Costa deja algunos mensajes que no pueden pasar desapercibidos. El primero es que parece que la estabilidad empieza a ganar espacio al ruido, después de estos años en que las derechas se emborracharon con altas dosis de trumpismo. Y los portugueses han ido a votar en mayor número de lo que se esperaba con un objetivo: garantizar la estabilidad. Además de captar las advertencias, Antonio Costa es un líder con autoridad y presencia, en un momento en que en Europa abundan los políticos transparentes, les miras y no les ves, que es contra lo que parece que clamaba José María Aznar, inquieto por la suerte de su partido. En el afán de estabilidad los electores han castigado la frivolidad de los socios del partido socialista, en un momento en que los ciudadanos, tocados por la pandemia y la herencia que deja en nuestros cuerpos y almas, no están para bromas. Un partido comunista rancio, que atado a sus obsesiones ideológicas, no se ha enterado de lo que el mundo ha cambiado, ha sido declarado en estado de desahucio. Al tiempo que la derecha portuguesa ha recibido una lección que el PP se resiste a entender: la apuesta por el griterío acaba premiando a la extrema derecha.

Por si fuera poco, después de Alemania, las elecciones portuguesas vienen a demostrar que la socialdemocracia vuelve al primer plano y quién sabe si empieza a salir del atasco en el que parecía atrapada después de los naufragios de la crisis de 2008. Sin que ello permita conclusiones demasiado definitivas. A la vista tenemos las elecciones presidenciales francesas, en que la izquierda —y el partido socialista en particular— troceada en una decena de proyectos personales pueden sufrir un naufragio histórico.

Ahora mismo si algo suena a estabilidad en España sigue siendo todavía la mayoría que apoya al gobierno, que ha superado sin mayores contratiempos, la última fase de la resaca del choque de 2017. ¿Dejará huella la mutación provocada por el voto de la reforma laboral, en que vascos y catalanes han sumado con la derecha con un voto en clave identitaria? ¿Podrá mantener la mayoría de gobierno sus equilibrios durante el carrusel de pruebas electorales que tendrá que pasar de aquí a las elecciones generales? La advertencia portuguesa invita a Unidas Podemos a la calma: después de los diez frenéticos años que les llevaron de la calle al gobierno constitucional, evitar cualquier tentación de dispersión es fundamental, mientras sus lideresas tejen la federación de izquierdas ibéricas. Y la derecha pasará este domingo en Castilla y León la primera prueba, especialmente valiosa por el hecho de que se juega en un territorio que considera propio. De allí puede salir alguna nueva advertencia.

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