Opinión

Cultura unitaria y luchas compartidas

Más allá del independentismo, el relato de Òmnium se ha hecho hegemónico en buena parte de la sociedad. Pero es difícil que el espíritu de ‘un sol poble’ sume adeptos con la ultraderecha ganando espacio

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, junto al presidente de Òmnium, Jordi Cuixart, durante el pregón de la fiestas de Gràcia.Alejandro García (EFE)

La apelación de Jordi Cuixart a las “lluites compartides” y al espíritu de “un sol poble” para defender a Ada Colau de los silbidos en las fiestas de Gràcia ha reabierto un debate que lleva tiempo marcando la política catalana. Bien ideado y mejor comunicado, el relato de Òmnium se ha hecho hegemónico en buena parte de la sociedad, incluso más allá del independentismo. Atractivo y dúctil, es complementario y a su vez contrapuesto al discurs...

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La apelación de Jordi Cuixart a las “lluites compartides” y al espíritu de “un sol poble” para defender a Ada Colau de los silbidos en las fiestas de Gràcia ha reabierto un debate que lleva tiempo marcando la política catalana. Bien ideado y mejor comunicado, el relato de Òmnium se ha hecho hegemónico en buena parte de la sociedad, incluso más allá del independentismo. Atractivo y dúctil, es complementario y a su vez contrapuesto al discurso menos transversal de la Assemblea Nacional Catalana (ANC). En consecuencia, y aunque lanzado en 2016 por Cuixart —en la estela de su predecesora Muriel Casals— como estrategia de mercadotecnia para ampliar la base soberanista y contribuir al clímax independentista, cuatro años después de la derrota de 2017 el relato de Òmnium aguanta bien.

En teoría, tiende puentes y genera más consenso que la ANC, apoyándose en el liderazgo de Cuixart y presentándose como útil en un momento en el que la unidad es muy preciada, tanto entre el dividido y desorientado mundo independentista como en el más amplio pero no menos desconcertado catalanismo. A riesgo de aguar la épica del 60 aniversario de Òmnium, son necesarios matices históricos para no comulgar con ruedas de molino ni permitir apropiaciones indebidas o espúreas.

En la primavera de 1975, con Franco aún vivo, el fundador y mecenas de Òmnium Joan B. Cendrós dio la espalda a la campaña Volem els Ajuntaments i l’Escola Catalans i Democràtics que asociaciones de vecinos y colegios profesionales pusieron en marcha tras la polémica desatada por el voto contra el catalán de 18 concejales de Barcelona. “Buenas palabras y nada de dinero” es lo que recibieron los dirigentes vecinales Carles Prieto y Jordi Vallverdú y los miembros de la Assemblea de Catalunya Rafael Ribó y Pere Portabella cuando fueron a pedir recursos al prócer de Òmnium. En el sectarismo de Cendrós pesó más la adscripción comunista de los activistas que no la campaña que promovían en pro del catalán y la democracia. Sin dinero pero sí apoyo puntual de gente de Òmnium, fue el primer éxito de la iniciativa lanzada por el Colegio de Abogados de impulsar el Congrés de Cultura Catalana, con amplio eco y participación en 1977.

No se trata de quitar méritos a la tarea cultural de Òmnium ni de proyectar hacia el presente la sombra alargada del origen burgués y hasta franquista de sus fundadores. Pero conviene aclarar quiénes, cuándo y cómo compartieron determinadas luchas. Porque los que verdaderamente pusieron el cuerpo como fuerza de choque en defensa del catalán y en tantas otras luchas —hasta la exigencia de llibertat, amnistia i Estatut d’Autonomia— fueron la izquierda política, el movimiento obrero y el movimiento asociativo, singularmente vecinal pero también cultural, y con fuerte impronta de los otros catalanes. Todo ello bajo la dirección estratégica de una Coordinadora de Forces Polítiques hegemonizada por el PSUC, con la bendición del catolicismo de base y la jerarquía eclesial progresista, y con la fuerza organizada de Comisiones Obreras. Y lo que es más importante, entre 1971 y 1977, bajo el paraguas unitario de la Assemblea de Catalunya. El 7 de noviembre se cumplen 50 años de la constitución del organismo antifranquista en la iglesia de Sant Agustí, en una sesión clandestina que empezó con cinco minutos de silencio en memoria del obrero de Seat Antonio Ruiz Villaba, muerto a tiros por la policía, y que CC OO conmemorará el 9 de septiembre con un acto en la parroquia del Raval.

En vísperas de una Diada marcada por la mesa de diálogo y la libertad de los presos independentistas y por una removilización soberanista que ANC y Òmnium quieren que pivote sobre el cuarto aniversario de octubre de 2017, conviene no olvidar el legado de otras efemérides. No hace falta recurrir al centenario del PCI que sobrevolará en Boloña, hasta el 12 de septiembre, la Fiesta de l’Unità del Partido Democrático y en la que estará Ada Colau. Y Pedro Sánchez. Y de representantes de todos los partidos italianos, incluidos la ultraderechista Liga de Salvini y los neofascistas Hermanos de Italia. Semejante amalgama festejando una unidad nacional no se entendería en la Cataluña que, según Josep Pla, era la región más occidental de Italia. El problema, hoy, es que ni tan siquiera parece fácil invocar como compartidas la cultura unitaria del PSUC y el espíritu democrático y plural de la Assemblea de Catalunya en defensa de una nación muy diversa que no será un sol poble mientras la ultraderecha, española o catalana, gane terreno en el Parlament y en las calles, incluso en fiesta mayor. Esta debería ser ahora una lucha compartida.

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