La impunidad
Las redes sociales tienen sus normas y sus jerarquías, como la selva. El discurso de quienes dominan el territorio rebota de manera exponencial y marca el relato, como siempre se ha hecho
A priori, la foto de la paella de la Catalunya Nord tenía todas las condiciones para convertirse en un culebrón de verano en las redes con escándalos mayúsculos y zarzuela de improperios, sólo a la altura de la imagen de anuncio de Soberano es cosa de hombres de C.Tangana con las chicas en el yate: un grupo de políticos y amistades escabulléndose de las medidas anti-covid de la Generalitat con un simple cruce de frontera, y entre ellos nada menos que el vicepresidente de ese Govern que ha impuesto las medidas, Jordi Puigneró, además de Carles Puigdemont, Toni Comín, el azote de rivales cambian...
A priori, la foto de la paella de la Catalunya Nord tenía todas las condiciones para convertirse en un culebrón de verano en las redes con escándalos mayúsculos y zarzuela de improperios, sólo a la altura de la imagen de anuncio de Soberano es cosa de hombres de C.Tangana con las chicas en el yate: un grupo de políticos y amistades escabulléndose de las medidas anti-covid de la Generalitat con un simple cruce de frontera, y entre ellos nada menos que el vicepresidente de ese Govern que ha impuesto las medidas, Jordi Puigneró, además de Carles Puigdemont, Toni Comín, el azote de rivales cambiantes Albano-Dante Fachín, el diputado también de Junts per Catalunya Joan Canadell y, como oficiante, la oficiosa portavoz del puigdemontismo Pilar Rahola. 21 personas muy próximas políticamente y también sin distancia física. Como guinda, el detalle de que el grupo de independentistas asumiera implícitamente una frontera interna en los Països Catalans.
La foto de los políticos en una paella sin distancias no ocasionó daños y su incendio mediático fue limitadoLa foto de los políticos en una paella sin distancias no ocasionó daños y su incendio mediático fue limitado
Sin embargo, el incendio mediático fue limitado y sin daños. El consejero de Salud, Josep Maria Argimon, de Junts como el vicepresidente, expresó una tenue queja. Y ahí quedó todo. Rahola incluso grabó un vídeo mandando a pastar fang [ir a paseo] a quien osó criticar. Todo quedó controlado muy pronto. No en vano algunos de los influencers más poderosos de la política catalana comieron de esa paella: Rahola, Fachín, Canadell, por supuesto Puigdemont. Twitter, el ágora de la agresividad y el insulto tiene sus normas y sus jerarquías, como la selva. Se dijo que las redes sociales eran la democratización del discurso público. Pero no. Es una falsa democracia, como el sufragio censitario, o como en aquel chiste del tardofranquismo en el que unos potentados comentaban que, a pesar de los aires reformistas, “al cielo vamos a ir los de siempre”.
Es decir, podemos intervenir todos, pero el control sigue estando en manos de unos pocos. Usted o yo colgaremos un mensaje cualquiera, y con suerte tendremos unas decenas de interacciones. En cambio, quienes dominan el territorio no sólo llegan a miles de megustas sino que su discurso se rebota de manera exponencial, marcando el relato como siempre se ha hecho. Como siempre, porque a menudo, si se analiza fríamente, ese grupo coincide con el que ya imponía su visión antes de la existencia de las redes sociales supuestamente equitativas.
En correspondencia, estos mismos grupos no sufren el castigo de las redes y por extensión de los medios en general. Disfrutan de una gran impunidad, nunca sus decisiones son fiscalizadas con la saña que sí reciben los que no han logrado imponer la hegemonía, independientemente de si ejercen un cargo o una responsabilidad: el poder del discurso no siempre coincide con el poder político teórico.
Se dijo que las redes sociales eran la democratización del discurso público. Pero no. Es una falsa democraciaSe dijo que las redes sociales eran la democratización del discurso público. Pero no. Es una falsa democracia
El mismo Jordi Puigneró protagonizó otra de las noticias del verano cuando corrió a reunirse con el Gobierno central para pactar la ampliación del aeropuerto del Prat. Este acuerdo es un ejemplo de ese “autonomismo”, esa connivencia con el enemigo que Junts acostumbra a fustigar en los medios, en las redes y en las sesiones parlamentarias —donde sus portavoces tienden a ejercer de oposición interna—. Esta vez, en cambio, no ha habido entre los líderes mediáticos más poderosos ninguna vestidura rasgada por esa traición al mandamiento básico: “al enemigo español, ni agua”. Es más, el propio Joan Canadell fue más allá —él siempre va más allá—, y declaró que la ampliación se amortizaría antes de que el cambio climático inunde la zona. No consta que fuera una broma. Pero no ha habido sangre pública por el comentario: Junts no acusa el golpe y sigue presentándose como un partido rebelde que hace frente al establishment. Tampoco ha habido escándalo por la aparente incoherencia de apoyar la ampliación del aeropuerto y, a la vez, exigir al Govern que oiga el informe de la ONU sobre el cambio climático, como hicieron altos dirigentes del partido. El ámbito ideológico de Junts, surgido de las cenizas del pujolismo, sigue disfrutando de lo mejor de los dos mundos: el know how adquirido sobre los mecanismos del discurso público y la retórica de supuesta rebeldía que alegra los oídos de los nuevos espectadores, y de los viejos que se sienten rejuvenecidos por mensajes de radicalidad simple.
Twitter no es la vida real, pero de manera creciente marca la pauta del pensamiento canónico. Las redes acaban influyendo en los otros medios que, condicionados muchas veces por una progresiva precariedad, las aprovechan como fuentes de primer orden. Los que toman las decisiones se ven también condicionados por esos relatos construidos, y al final, esa opinión publicada tiene más fuerza de la que merecería. Y no es exactamente un ágora igualitaria, sino un espacio jerárquico donde también gana el más fuerte.