Opinión

La humillación de Aragonès

ERC y Junts negocian un pacto de legislatura, pero de momento lo que hay son dos meses largos de sumisión de los republicanos a la derecha

El candidato de ERC, Pere Aragonès, y la presidenta del Parlament, Laura Borràs en el debate de investidura del 26 de marzo.

Un mes después de las elecciones al Parlament y el aspirante de ERC Pere Aragonès sigue dedicando sus fines de semana a suplicar en público a los dirigentes de Junts que se decidan a hacerle presidente de la Generalitat. Hasta ahora en vano.

La situación de Aragonès es bastante chusca. Y no solo ahora, sino desde hace un año. Los avatares de la política lo colocaron de rebote el 30 de septiembre de 2020 como presidente de la Generalitat en funciones cuando su antecesor, Quim Torra, fue cesado por el Tribunal Supremo. Solo en sueños podía haber imaginado antes que algún día iba a ser pre...

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Un mes después de las elecciones al Parlament y el aspirante de ERC Pere Aragonès sigue dedicando sus fines de semana a suplicar en público a los dirigentes de Junts que se decidan a hacerle presidente de la Generalitat. Hasta ahora en vano.

La situación de Aragonès es bastante chusca. Y no solo ahora, sino desde hace un año. Los avatares de la política lo colocaron de rebote el 30 de septiembre de 2020 como presidente de la Generalitat en funciones cuando su antecesor, Quim Torra, fue cesado por el Tribunal Supremo. Solo en sueños podía haber imaginado antes que algún día iba a ser presidente de la Generalitat. En su partido, el candidato verosímil era Oriol Junqueras, factótum omnipotente de ERC desde 2011. Más allá de su partido, quien lleva la batuta en el cosmos independentista desde hace cinco años es Carles Puigdemont y, en su defecto, los suplentes por él designados. Una vez inhabilitados Puigdemont, Junqueras y Torra por el Tribunal Supremo, Aragonès era ese discreto vicepresidente que estaba ahí en el momento de nombrar un presidente en funciones por obligado cumplimiento de la ley, cuando el 30 de septiembre de 2020 se agotaron todas las dilaciones posibles. Sin embargo, Junts, su socio de gobierno, se negó a aceptarle el rango de presidente, ni que solo fuera en funciones. Junts quiso impedir que sobre el suplente se posara el aura del poder, algo que quizá pudiera convertirlo en futuro rival. Ante el pulso, Aragonès decidió tragarse el sapo. Ni siquiera se atrevió ni a usar el despacho presidencial. Y así pasó mes tras mes oyendo como por TV-3 repetían sin cesar el sonsonete de “vicepresidente en funciones de presidente” desde octubre de 2020 hasta las elecciones del 14 de febrero.

Consciente de su débil situación, Aragonès hizo su campaña electoral pidiendo el voto no para su persona y su figura política sino para su partido, Esquerra, apelando una y otra vez al recuerdo de Macià, Companys, Irla y Tarradellas. Y al de Junqueras, por supuesto. No pedía el voto a los ciudadanos para que lo hicieran presidente, no se sabe si por pudor o por cálculo, sino para que su partido recuperara la primacía que había tenido en la lejana década de 1930. Eso fue lo que hizo, con una elogiable humildad. El día de las elecciones sucedió sin embargo que, en contra de las expectativas que los sondeos previos habían señalado y alimentado durante el año anterior, los ciudadanos dieron el primer lugar al PSC y no a ERC. Y no al candidato Aragonès sino a otro, Salvador Illa. Lo más extraordinario del caso es que, como el propio Aragonès, también Illa era un año antes una figura política de segundo nivel a la que ni por asomo se le podía ocurrir que pronto iba a optar a la presidencia de la Generalitat.

Junts regatea la investidura a ERC porque sellaría el fin de la primacía de los sucesivos herederos del pujolismo
Junts regatea la investidura a ERC porque sellaría el fin de la primacía de los sucesivos herederos del pujolismo

Después de haber conocido las etapas presidenciales de Jordi Pujol y Pasqual Maragall, figuras con fuerte personalidad y liderazgo político reconocido incluso más allá de sus respectivos ámbitos partidarios, es bastante comprensible y elogiable que Aragonès no haya querido aparentar lo que no era. Es incluso encomiable. Ahora quiere ser presidente porque Quim Torra se suicidó políticamente él solito sin que nadie se lo pidiera; porque Puigdemont está en Bélgica, Junqueras en la cárcel y Laura Borràs, la última opción de la diáspora postpujolista, ha perdido las elecciones.

La situación de Aragonès es fea, pero no solo por lo antedicho. Junts le regatea la investidura porque su acceso a la presidencia sellará el fin de la larga etapa de primacía de los sucesivos herederos del pujolismo al frente de la Generalitat. El final de la etapa que inició Maragall en 2003, la larga decadencia del poder de CiU. Y por eso quieren sujetarlo y verlo arrodillado. Tiene que pasar por el aro, ¿recuerdan?

Pero es incómoda también porque, al fin y al cabo, en el Parlament hay una posible mayoría de izquierdas en la que, de articularse, ERC sería el segundo partido, no el primero, aunque sea por muy poco. Para ser el primero tiene que serlo en una mayoría independentista, pero entonces Esquerra queda ineludiblemente en manos de la derecha. De Junts. En esta opción, Aragonès será solo lo que la derecha le deje ser. Ha intentado escapar de esta ecuación mediante un pacto previo con la CUP que no vale nada si Junts no lo acepta. Y no lo acepta. De momento, la respuesta de Junts a Aragonès son dos meses largos de humillación pública. Si ocupa el despacho presidencial será como el presidente sometido y demediado por la derecha. Lo que estamos viendo ya todos los días.


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