Opinión

Hartos de series

El exceso no es de historia ni de política; son los relatos y los espectáculos los que superan nuestra capacidad de consumirlos. No se necesitan gobernantes cuando basta con buenos guionistas

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en una imagen de archivo.Víctor Sainz

La matriz viene de los Balcanes, el territorio que produce más historia de la que puede consumir, según frase atribuida a Winston Churchill. Alguno de los numerosos comentaristas ingeniosos de la rocambolesca actualidad política hispánica lo ha traducido a los tiempos actuales, por lo que parece que España y también Cataluña, ahora produzcan más política de la que podemos todos juntos digerir.

Ya se ve que esta idea no es del todo original y en cierta forma se va repitiendo a lo largo del tiempo. De hecho, ni siquiera es de Churchill sino de un escritor y humorista inglés que de seguro ...

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La matriz viene de los Balcanes, el territorio que produce más historia de la que puede consumir, según frase atribuida a Winston Churchill. Alguno de los numerosos comentaristas ingeniosos de la rocambolesca actualidad política hispánica lo ha traducido a los tiempos actuales, por lo que parece que España y también Cataluña, ahora produzcan más política de la que podemos todos juntos digerir.

Ya se ve que esta idea no es del todo original y en cierta forma se va repitiendo a lo largo del tiempo. De hecho, ni siquiera es de Churchill sino de un escritor y humorista inglés que de seguro leyó de joven quien luego sería primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial. En su origen dice que “la gente de Creta desafortunadamente produce más historia de la que localmente puede consumir”.

Aparece en una narración corta de H.H. Munro, escritor que firmaba con el seudónimo de Saki, titulada Las bromas de Arlington Stringham, parte de Las crónicas de Clovis, libro fechado en 1911. Se trata en el fondo de una sutil justificación de la intervención imperial de los británicos, entonces bien instalados en la gran isla del Egeo, a fin de resolver el desequilibrio entre oferta y demanda de historia por parte de los cretenses. Primero, hay que decir que este tipo de fórmulas suelen aplicarse a países exóticos, cuando es entender las realidades políticas locales, y se convierten en un lío los argumentos y los antecedentes históricos que las quieren explicar. Los Balcanes son el mejor ejemplo, y por eso no es extraño que el legendario Churchill la usara en algún momento de su accidentada peripecia, desde 1914, cuando el asesinato de Sarajevo encendió la mecha de la Gran Guerra, hasta en 1945, cuando Tito se hizo con su control tras la derrota de los nazis.

Este exceso de historia, que en el caso balcánico se remonta al menos a la famosa batalla del Campo de los Mirlos, en 1448, tuvo un peso especial en la violenta disolución de Yugoslavia en la década de los 90, cuando el líder nacionalista serbio Slobodan Milosevic utilizó la derrota cristiana ante los turcos en Kosovo como símbolo del irredentismo serbio. En nuestro caso, hay que recurrir a la acumulación de disparates de los últimos meses, para desembocar en la frase mimética que sustituye la historia por la política. Respecto a la historia, parece claro que existe la voluntad de hacerla, pero luego cuesta mucho producirla, aunque vayamos regando cualquier cosa que hacemos con el adjetivo de histórico, desde las victorias del Barça hasta las manifestaciones, consultas y falsas declaraciones de independencia organizadas desde los Gobiernos.

Y en cuanto a la política, habría todavía que distinguir, como hacen los politólogos, entre las políticas y la política, policies y politics según la terminología anglosajona. Si se trata de políticas, es decir, propuestas e ideas prácticas y concretas para gobernar con el objetivo de mejorar la vida de la gente, hay que decir que más bien no son terreno de lucimiento de nuestros profesionales de la política, especialmente los procesistas , caracterizados precisamente por lo contrario, por su desinterés por las policies, las políticas, y su pasión por la politics, es decir, la política entendida como técnica y táctica para obtener y retener el poder y sus prebendas sin atender demasiado a sus contenidos.

No hacen falta compromisos, pactos y acuerdos para gobernar cuando basta con las historias fantásticas
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El exceso, por tanto, no es de política sino de politiquería y tacticismo, aunque ahora mismo adopte una nueva forma más sofisticada. La política como politics es ahora relato y espectáculo, cuestión en la que ciertamente tenemos artistas de gran nivel, que trabajan y triunfan en la escena pública hasta ocuparla casi ellos solos. Esta es pues la adaptación adecuada de la vieja sentencia imperial británica. Cataluña y España producen ahora mismo más relatos y espectáculos políticos, más series en definitiva, de las que podemos consumir localmente los ciudadanos.

Los rendimientos de esta sobreproducción son notables. No hacen falta propuestas políticas serias, basta con un buen guion para la serie política. Los gobiernos se ahorran la tediosa actividad de rendir cuentas y hacer balances de las legislaturas. No hacen falta los compromisos, pactos y acuerdos para gobernar cuando basta con las historias fantásticas que encadenan las leyendas e invenciones sobre el pasado —las derrotas históricas ante las fuerzas de la opresión, los enfrentamientos contra el fascismo, la lucha contra las dictaduras—, las malas excusas sobre la propia incompetencia, y en todos los casos la exportación sistemática de cualquier responsabilidad. Naturalmente, con este tipo de espectáculos no se necesitan ni cuentan anacronismos como las instituciones, el respeto a la regla de juego, las leyes que nos vinculan a todos ya todos finalmente nos defienden, sino que basta con la intriga, las sensaciones trepidantes, las bandas sonoras, los efectos especiales, los desenlaces inesperados, en definitiva, el mundo fabuloso de la imaginación y de la mentira sistemática.

Estamos en tiempo de series. En lugar de ideas y políticas de Gobierno, lo que funcionan son los buenos guiones. Convertidos en meros espectadores, mareados y desorientados, sobresaturados por la oferta, nos importa un bledo la solidez de las instituciones, y para nada nos preocupa el buen funcionamiento del estado de derecho y la participación de los ciudadanos en la conformación de los consensos y en la formación de los gobiernos. La democracia, gracias a los relatos y al espectáculo, acaba reducida a la feliz elección entre Netflix, Filmin o HBO, o lo que es aún más lamentable a la elección entre sus equivalentes políticos.

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