Opinión

La trampa de la polarización

En plena pandemia se han desencadenado las batallas políticas de la manera más obscena. El protagonismo se desplaza hacia unas elecciones convocadas estrictamente en función de una estrategia de poder

Aragonès y Borràs el pasado día 4 tras una reunión entre Junts y ERC.ALBERT GARCIA

El imaginario de la confrontación está tan encarnado en la política española que se ha convertido ya en statu quo. Al mantenerse en el tiempo ha generado un sistema de intereses del que son prisioneros los propios partidos políticos que la alimentan y un montón de poderes públicos (la justicia, entre ellos) y privados. El sistema binario de doble valencia (la ideológica y la identitaria) ha cuajado hasta tal punto que ha generado un clima mental en que las promesas ya no son un objetivo a alcanzar, sino un argumento para proteger las posiciones adquiridas por los actores públicos. Por l...

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El imaginario de la confrontación está tan encarnado en la política española que se ha convertido ya en statu quo. Al mantenerse en el tiempo ha generado un sistema de intereses del que son prisioneros los propios partidos políticos que la alimentan y un montón de poderes públicos (la justicia, entre ellos) y privados. El sistema binario de doble valencia (la ideológica y la identitaria) ha cuajado hasta tal punto que ha generado un clima mental en que las promesas ya no son un objetivo a alcanzar, sino un argumento para proteger las posiciones adquiridas por los actores públicos. Por lo tanto, aun siendo todos conscientes de la decadencia que nos amenaza, mantener el statu quo es fundamental para los partidos políticos.

Una de las consecuencias de esta disparatada situación es que el conflicto se traslada al interior de los bloques. De este modo, aunque aparentemente la pelea central sea la que motiva las descalificaciones, las amenazas, el recurso permanente a la justicia y el ruido en el escenario político, lo que determina los movimientos y las tácticas son las peleas vecinales.

La actualidad nos ofrece dos ejemplos. Los catalanes votamos hace un mes y la formación de un nuevo Gobierno sigue en el alero. Por una sencilla razón: por el conflicto de intereses dentro del bloque identitario independentista. En este espacio la gran promesa, la liberación de la patria, lleva ya tres años convertida en letanía de un rosario en el que la entonación con la que se reza se ha convertido en motivo de sospecha acerca de la fidelidad de unos y otros, cuando lo que se está peleando son intereses de reparto de poder. Así pues, un elemental conflicto de posiciones se encona en la medida en que se disfraza de pelea entre el posibilismo y la radicalización. Esquerra Republicana de Catalunya aspira con fundamento a la presidencia de la Generalitat, pero evita el perímetro variable por miedo a ser presa de la acusación de traición. Y así aguanta a la defensiva los envites de Junts per Catalunya, una precaria alianza temerosa de que sin el poder real y simbólico de la presidencia pueda romperse a pedazos. De modo que juegan a especular con la amenaza de la repetición de elecciones autonómicas, que podría no ser desdeñable por parte de los socialistas catalanes.

Y si nos trasladamos al escenario español estamos en las mismas. El enorme ruido desencadenado por la convocatoria electoral de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (la que ha llevado a la Comunidad a su particular procesismo, “Madrid es España, España es Madrid”) es fundamentalmente un episodio más de la lucha de poder dentro de la derecha, que Ayuso pone en marcha en el momento en que ve a Ciudadanos al borde del abismo y, por tanto, vía libre para consolidar su proyecto de radicalismo conservador (el trumpismo castizo) Ayuso-Vox para reemplazar el descolorido liderazgo de Casado. La paradoja de la confrontación es, por tanto, que ahora mismo su eje se ha trasladado a cada lado de la frontera.

Este desajuste es el que hace posible que en plena pandemia se hayan desencadenado las batallas políticas de la manera más obscena, más oportunista. Y sin reparar en las consecuencias. Estamos en un momento decisivo: cuando se avista la salida de la crisis pandémica y se hace urgente la implantación eficaz de un proceso de recuperación. Y, sin embargo, el protagonismo se desplaza hacia unas elecciones convocadas estrictamente en función de una estrategia de poder: la disputa por la hegemonía en la derecha. Y no parece que esta elección de prioridades vaya a tener castigo. La ciudadanía también cuenta. Y no es ajena al statu quo de la confrontación que, de algún modo, valida con su voto. Si, como las encuestas señalan, Isabel Díaz Ayuso obtuviera un gran resultado, los propios votantes nos colocarían ante un debate que hasta ahora se había evitado por pudor: en una crisis sanitaria, ¿qué hay que primar: la salud o la economía? Los madrileños habrán roto un tabú.

¿Qué se necesita para salir de la trampa de la polarización? Alguien con decisión y coraje para correr el riesgo de romper fronteras, sin miedo al qué dirán. Pero estos personajes son raros en una política tan clientelar, en la que son escasas las figuras que transmiten la autoridad que emana de la confianza. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, prodiga las insinuaciones respecto a la cuestión catalana, pero nunca osa dar el paso.


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