Opinión

La ceremonia de la confusión

La presidenta de Madrid se ha sentido amenazada y ha montado el órdago: dimisión y convocatoria de elecciones. Ciudadanos quiso demostrar que todavía existe. Y Ayuso ha visto su momento de oportunidad

Isabel Díaz Ayuso.SergioLVillar (GTRES)

El trumpismo castizo de Isabel Díaz Ayuso da un paso más, en medio de la confusión general. La presidenta de Madrid se ha sentido amenazada y ha montado el órdago: dimisión y convocatoria de elecciones. Ciudadanos quiso demostrar que todavía existe. Y Ayuso ha visto su momento de oportunidad: ¿olfato político o achaque suicida de vanidad? Las urnas lo dirán.

En cualquier caso se abre un escenario nuevo en que el PP y Ciudadanos pasan de socios a enemigos sin que esté claro hasta dónde podrán llegar Arrimadas y los suyos. A caballo de la crisis catalana, la política española se articula ...

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El trumpismo castizo de Isabel Díaz Ayuso da un paso más, en medio de la confusión general. La presidenta de Madrid se ha sentido amenazada y ha montado el órdago: dimisión y convocatoria de elecciones. Ciudadanos quiso demostrar que todavía existe. Y Ayuso ha visto su momento de oportunidad: ¿olfato político o achaque suicida de vanidad? Las urnas lo dirán.

En cualquier caso se abre un escenario nuevo en que el PP y Ciudadanos pasan de socios a enemigos sin que esté claro hasta dónde podrán llegar Arrimadas y los suyos. A caballo de la crisis catalana, la política española se articula sobre un doble registro: el identitario y el ideológico, la patria y la confrontación entre derecha e izquierda. Si en Cataluña predomina la fractura identitaria (unionistas contra independentistas), que tiene como consecuencia que los ejes ideológicos se camuflen en el frente sobiranista, en España ha predominado el esquema de confrontación entre derecha e izquierda, reforzado desde el momento en que Albert Rivera se negó a gobernar con el PSOE en 2019 y ancló a su partido en la alianza identitaria con la derecha, sobre la base del patriotismo y el neoliberalismo. Si el movimiento de Ciudadanos quería romper fronteras, la respuesta de Ayuso apunta a que sea Vox quién salga beneficiado de este episodio, y se convierta en socio ineludible del PP, es decir, ganando legitimidad y acosando un poco más al partido de Casado.

Si Ayuso pierde su apuesta, el descalabro será grande para el PP, donde se habrá demostrado definitivamente la incapacidad de Casado para gobernarlo, y se entrará en un delicado momento de reconstrucción de la derecha, con Vox capitalizando el desconcierto de sus socios. Si Ayuso gana, el asalto trumpista al PP estará en marcha, con Vox como aliado principal. Se iniciará así un pulso entre el trumpismo castizo y el autoritarismo reaccionario de incierto desenlace, en cualquier caso negativo para la democracia española. Las complicidades ideológicas no evitarán el espectáculo del conflicto de egos para el papel de caudillo de una derecha instalada en lo que genéricamente se llama hoy populismo. O sea, que el escenario se mueve para peor, con el PP histórico en el diván judicial y Vox y Ayuso cara a cara.

Pero si es alarmante lo que se perfila, más difíciles de entender son todavía los movimientos de los dirigentes políticos que, con la ciudadanía bajo el peso psicológico y moral de la pandemia, encuentran tiempo para sus peleas electorales en vez de centrar todos sus esfuerzos en la crisis sanitaria y en la recuperación. Del mismo modo que los ciudadanos piden poder recuperar la calle y las carreteras para respirar, parece como si los políticos, agotados por el día a día de la pandemia, buscaran aliviarse en sus peleas de casta. Y la ciudadanía, por lo menos de momento, parece que traga. ¿Hasta cuándo? ¿La prioridad es vacunar a la población o satisfacer las aspiraciones políticas de Isabel Díaz Ayuso?

Hemos perdido la idea de progreso como camino hacia una vida buena, atrapados en una concepción estrictamente técnica y económica del desarrollo humano. Y esto lleva a buscar en el pasado referentes identitarios susceptibles de ser convertidos en valores de estricta observancia con los que encuadrar a la ciudadanía. Lo vemos en el pensamiento reaccionario, pero también, por ejemplo, cuando un presidente de corte liberal como el francés Macron apela al nacionalrepublicanismo contra los separatismos (territoriales o mentales). El viejo y agotado bipartidismo ha intentado neutralizar las propuestas que lo amenazaban con la etiqueta descalificadora de “populistas”. Pero la expresión se ha utilizado para estigmatizar cosas tan diversas que ya no sirve. En realidad, es todo el entramado ideológico el que está siendo atravesado por estas ideas, de las que la extrema derecha aparece como su genuino campeón.

Philip Corcuff acaba de publicar un libro en el que describe como confusionismo este momento en que lo identitario transita entre las ideologías. Y el pensamiento reaccionario en todas sus acepciones se siente más cómodo que nadie. La ofensiva Ayuso (que es difícil no conectar con Aznar sabiendo que Miguel Ángel Rodríguez es su proveedor de movimientos tácticos) debería ser, en realidad, una gran oportunidad para la izquierda, que si es capaz de resistir al envite confusionista, gana espacio y tiempo ante el desconcierto de la derecha, y tiene además la ocasión de hacer los deberes: liderar la recuperación, pacificar el conflicto catalán y aislar a la derecha reaccionaria. Y no caben baratas excusas electorales para seguir dilatando el paso de las promesas a los hechos. Salvo que PSOE y Unidas Podemos quieran entregarse a la ceremonia de la confusión.


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