Opinión

Es el turno de la izquierda

Las formaciones progresistas representan ahora la sensatez y moderación necesarias para que Cataluña salga del atolladero al que la han llevado las políticas de Junts y el PP

Albiach e Illa en el debate de la cadena SERA.GARCIA

Si las izquierdas obtienen el domingo una mayoría suficiente se abrirá la oportunidad de sacar a la política catalana del atolladero en el que lleva metida desde hace una década. En el escenario actual las izquierdas representan la sensatez, la moderación y el pragmatismo. Pertenecen al pasado los tiempos en que la derecha apostaba por estas actitudes. ¿O es que cabe considerar sensata y moderada la gestión de Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra como presidentes de la Generalitat desde 2012? ¿Alguien puede calificar de pragmática y prudente la política para Cataluña del PP de Mariano Raj...

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Si las izquierdas obtienen el domingo una mayoría suficiente se abrirá la oportunidad de sacar a la política catalana del atolladero en el que lleva metida desde hace una década. En el escenario actual las izquierdas representan la sensatez, la moderación y el pragmatismo. Pertenecen al pasado los tiempos en que la derecha apostaba por estas actitudes. ¿O es que cabe considerar sensata y moderada la gestión de Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra como presidentes de la Generalitat desde 2012? ¿Alguien puede calificar de pragmática y prudente la política para Cataluña del PP de Mariano Rajoy y sus sucesivos gobiernos? Estas derechas son las que han dirigido la política en Cataluña y para Cataluña en esta década y suya es la responsabilidad principal del desastre en que ha culminado. Intervención de la Generalitat, porrazos, cárceles, exilios y la mitad de la población deseando dejar de ser ciudadana del Reino de España. Esto es lo que han conseguido.

Unas elecciones son una buena oportunidad para abrir expectativas de mejora. Sobre todo si se tiene en cuenta que el paisaje político de fondo presenta cambios muy notables y positivos respecto al de 2017, cuando se inició la legislatura. Dirigía entonces España un partido tan corrupto que todavía no ha sido posible llevar a cabo todos los juicios que tiene pendientes. Ahora mismo siguen saliendo a la luz las trampas de todo tipo en que incurrían la dirigencia del PP y los gobiernos de Rajoy y su ministro catalán, Jorge Fernández Díaz. Pero ahora hay otro Gobierno.

Esto es una gran ventaja respecto a 2017. La imperiosa necesidad de sustituir por motivos de moral pública al antaño poderoso partido de la derecha española ha dado a luz a la informal alianza de los progresistas y moderados de toda España, incluidos los de Cataluña. Una situación que presenta la positiva particularidad de reunir a desiguales. En el escenario político español por excelencia, el Congreso de los Diputados, se sorprenden votando lo mismo partidos que en sus respectivos parlamentos autónomos compiten irremisiblemente. Y, sin embargo, ahí están todos sosteniendo al Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en cuyo programa figura la desinflamación del conflicto catalán.

El paisaje es distinto también en Cataluña. La derecha nacionalista, hegemónica durante décadas, ha pagado con la fragmentación su transmutación al independentismo. Allí donde dos partidos formaban una coalición que actuó durante más de 30 años como un solo partido, CiU, hay ahora tres o cuatro siglas. La aventura emprendida por Mas en 2012 y llevada al fracaso total por Puigdemont en 2017 ha desnaturalizado ese espacio. Lo que le queda de poder institucional depende básicamente de que ERC y la CUP quieran mantenérselo. Su reto es deshacerse del lastre del unilateralismo, que la mantiene psicológicamente atada a las batallas perdidas de 2017.

La ruina política de lo que fue el pujolismo, apuntillado como el PP por los escándalos de corrupción, contrasta con las posiciones que la izquierda catalana ha ido ganando. El PSC y En Comú Podem son desde hace un año partidos de gobierno en España y han recuperado el Ayuntamiento de Barcelona. Esquerra bascula entre la tentación rupturista que abrazó en 2012, la que sigue preconizando el partido de Puigdemont, y el pragmatismo a que le obliga haber sido la ganadora de las elecciones legislativas y las municipales y encabezar los sondeos para las autonómicas.

A las elecciones del 14 de febrero llegan los tres partidos de la derecha españolista, Ciudadanos, PP y Vox, enzarzados en una subasta permanente para ver cuál de ellos es más beligerante con el independentismo. Es un grave inconveniente. Si avanzan, se ahondará la división social y política iniciada cuando el PP se lanzó en 2006 a recoger firmas por toda España contra el catalanismo. Su receta común es mantener en la cárcel a sus rivales catalanes. El griterío con el que se opusieron desde el primer momento a la desinflamación política preconizada por el Gobierno de Pedro Sánchez aumenta de volumen cada vez que se barajan opciones de avance en esa vía, como sería un indulto gubernamental para los presos o la reforma del actual tipo penal de la sedición.

Estando en el Gobierno, el PP creó y envenenó el conflicto con la Generalitat para tapar los agujeros donde salía olor a corrupción. Pero no tuvo premio. En las elecciones de 2017 en Cataluña obtuvo el 4,7% de los votos. El beneficio se lo llevó Ciudadanos. Pero esas derechas no se han movido. Y ahora les ha salido Vox, que quiere su parte. Ninguno de ellos tiene la solución. Ni juntos ni separados.

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