Opinión

Bailando con la muerte

Para salvar la economía, las autoridades han renunciado a aplicar medidas que hubieran hecho caer los contagios

La consellera de Salud, Alba Vergés, junto al secretario de Salud Pública, Josep Maria Argimon.Marta Perez (EFE)

La ciudadanía ha de saber que cuando los políticos se resignan a mantener alta la curva de contagios en lugar de hacerla caer lo más rápido posible con restricciones más drásticas están aceptando que la cifra de muertes se mantenga también alta. Ocurrió en Madrid al comienzo de la segunda oleada, cuando la presidenta Díaz Ayuso se negó a aplicar las restricciones recomendadas por los expertos sanitarios, y ocurre ahora en Cataluña, donde se ha iniciado la tercera oleada sin haber llegado a doblegar la segunda. La razón esgrimida para no actuar con más contundencia siempre es la misma: la neces...

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La ciudadanía ha de saber que cuando los políticos se resignan a mantener alta la curva de contagios en lugar de hacerla caer lo más rápido posible con restricciones más drásticas están aceptando que la cifra de muertes se mantenga también alta. Ocurrió en Madrid al comienzo de la segunda oleada, cuando la presidenta Díaz Ayuso se negó a aplicar las restricciones recomendadas por los expertos sanitarios, y ocurre ahora en Cataluña, donde se ha iniciado la tercera oleada sin haber llegado a doblegar la segunda. La razón esgrimida para no actuar con más contundencia siempre es la misma: la necesidad de un compromiso entre proteger la salud y salvar la economía. Pero todos saben ya, porque el virus se ha encargado de demostrarlo una y otra vez, que esa es una ilusión que solo conduce al fracaso: al final, ni se salvan vidas ni se salva la economía. Dejar de aplicar las restricciones cuando son necesarias solo conduce a restricciones más duras, pero tarde y mal.

En la segunda oleada no se ha logrado bajar la incidencia a niveles controlables y la situación no deja de empeorar

Conforme crece la fatiga pandémica y arrecian las protestas de los sectores afectados, las autoridades sanitarias quedan atrapadas en un círculo melancólico entre lo que saben que deben hacer y lo que creen que pueden hacer si atienden a los condicionantes políticos. Esta dicotomía quedó meridianamente clara en la comparecencia pública de Alba Vergés y Josep Maria Argimon el pasado 4 de enero, tras la reunión del Procicat en la que se decidió dar marcha atrás en la reapertura de comercios, bares y restaurantes y decretar el confinamiento perimetral municipal. La situación era muy preocupante, dijeron, los datos estaban empeorando rápidamente. Desde el punto de vista epidemiológico, las medidas deberían ser más duras, reconocieron, pero la necesidad de preservar la economía impedía aplicarlas. Argimon lo ilustró con un comentario esclarecedor: “Tenemos el país que tenemos y la situación económica que tenemos. No somos Alemania”. Su ambición no era, por tanto, doblegar la curva de contagios, hacerla caer y evitar así un número importante de muertes, sino evitar que siguiera subiendo.

En la gestión de una situación tan grave como esta, el peor error es entrar en contradicción. Si la situación era tan grave, y realmente lo era, ¿por qué no se aplicaban las medidas inmediatamente, en lugar de esperar al día 7? La razón estaba clara: para salvar la campaña de Reyes. Pero salvar la campaña de Reyes significaba dar tres días de margen al virus para seguir expandiéndose. Tampoco se puede decir que desde el punto de vista epidemiológico las medidas deberían ser aún más duras, y a continuación reconocer que no se atreven a aplicarlas, porque es admitir que la salud y la vida de la gente no ocupa el primer lugar en el orden de prioridades.

Por salvar la campaña turística del verano, provocamos la segunda oleada. <CW-21>A diferencia de lo que ocurrió tras el confinamiento, que llegó a arrinconar el virus hasta menos de 10 casos por 100.000 habitantes en 14 días, la gestión de la segunda oleada siempre ha sido un quiero y no puedo. Nunca hemos llegado a bajar la curva hasta niveles controlables. </CW>Desde el 7 de diciembre la situación de la pandemia no ha hecho más que empeorar y, pese a las advertencias de los sanitarios, los titubeos de las autoridades han sido constantes. Conforme afloraban las protestas de los sectores económicos más afectados, aumentaban las dudas y vacilaciones. Por querer salvar el puente de la Constitución, tuvimos el repunte de diciembre; por salvar la Navidad y la campaña de Reyes, la pandemia se ha vuelto a disparar y la cuesta de enero volverá a poner al sistema sanitario al borde del colapso. En rigor, deberíamos ir ya a un nuevo confinamiento.

Conforme afloraban las protestas de los sectores más afectados, aumentaban las dudas y vacilaciones
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Todo esto ocurre cuando llevamos un año de pandemia, tenemos una amarga experiencia y ejemplos próximos en Europa que nos muestran las consecuencias de reaccionar tarde. Londres ha tenido que decretar el cierre total y su sistema sanitario está colapsado. Suecia ha tenido que rectificar su política de convivencia con el virus y la virtuosa Alemania aún no se explica por qué tiene más de mil muertos diarios pese a las medidas adoptadas. Aquí, después del verano, se ha impuesto un modelo de gestión de la pandemia que no busca arrinconar el virus, sino convivir con él, y eso significa aceptar un número importante de muertes que podrían evitarse. Cada vez está más claro que un cierre duro y corto es más eficaz para hacer caer la curva y también permite repartir mejor las cargas económicas de la pandemia. Hemos perdido la oportunidad de hacerlo coincidir con las vacaciones de Navidad. Las autoridades han optado por bailar con el virus, aunque eso signifique bailar con la muerte.


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