Un mes de cortes de luz en el Raval

En las semanas con los días más cortos del año, los vecinos de tres calles sufren interrupciones y bajadas de tensión

Rosa, de 73 años, iluminada con linternas en el salón de su casa.Albert Garcia

Desde el 11 de noviembre. Hace más de un mes que los vecinos y comerciantes de tres calles del Raval de Barcelona sufren cortes de luz. A cualquier hora del día o de la noche. Sin aviso. Y pueden ser de un rato o de hasta 12 horas. Ahora llevan tres días que no se va la electricidad, pero sufren bajadas de tensión que apagan todo lo que está enchufado. Y ocurre no en todos los edificios, ni en todos los pisos de un mismo bloque.

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Desde el 11 de noviembre. Hace más de un mes que los vecinos y comerciantes de tres calles del Raval de Barcelona sufren cortes de luz. A cualquier hora del día o de la noche. Sin aviso. Y pueden ser de un rato o de hasta 12 horas. Ahora llevan tres días que no se va la electricidad, pero sufren bajadas de tensión que apagan todo lo que está enchufado. Y ocurre no en todos los edificios, ni en todos los pisos de un mismo bloque.

Con el calendario situado justo en los meses de menos luz del año y con frío, los afectados están hartos. Muchos son mayores que viven solos y tienen problemas de salud y movilidad. El origen de los cortes es que se ha solapado una avería en una finca con unas obras de mejora en la calle; y cuando Endesa ha alimentado a los abonados con otras líneas, ha habido sobrecargas.

Carme y Miquel denuncian cortes de luz intermitentes en sus viviendas desde hace días. Albert Garcia (EL PAÍS)

Los vecinos de un edificio de la calle de Sant Antoni Abad ofrecen un abanico de perfiles de perjudicados. Alma Cuevas, del segundo, compra comida al día —porque no se fía— y sufre por su madre Rosa, que vive en el tercero. También está pendiente de Domingo González, que tiene 85 años y vive solo, en el tercero. El mismo rellano donde vive Emdici Suingue, de origen brasileño, con su pareja. Trabajan desde casa para una radio y en producción audiovisual. Dos veces no han podido emitir. En el local de los bajos está Zamil Hoshen, de Bangladesh. Acababa de reformar el colmado y ha instalado neveras y congeladores nuevos de trinca. A dos puertas, Carme Soldevila, tiene una peluquería canina y una agenda donde no ha dejado de apuntar los cambios de hora para sus clientes y donde en muchas páginas se lee “sin luz” en grandes letras.

Ya no es que la luz sea necesaria para iluminarse, es que en un mundo digital y en una ciudad es imprescindible para casi todo lo que uno pueda pensar. Comenzando por lo fácil: ver la tele, calentar agua, poner una lavadora, que funcione la nevera. Pero en un mundo en pandemia y medio confinados, también para tener tiro de wifi y teletrabajar, cargar ordenadores, móviles, o utilizar el teléfono fijo porque la mayoría de modelos ya van enchufados. Por no volver a las necesidades más básicas, como calentarse o hacer la cena. Estas últimas semanas, cuentan los afectados, si no eras previsor y tenías la cena lista por la tarde, si la electricidad se marchaba tarde había que correr, porque a las 10 cierran los restaurantes y hay toque de queda.

Endesa explica que han coincidido una avería con unas obras de mejora, y se producen sobrecargas en la red
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Los afectados relatan que los primeros días Endesa les avisó, aunque no siempre se producía el apagón a la hora anunciada. O era más largo de lo previsto. Aseguran que dejaron de avisarles y que, al pasar los días, la atención telefónica empeoró: primero contactaban con operadores, luego ya no... Espontáneamente comenzaron a hacer caceroladas, hasta que la semana pasada bajaron a la calle y la cortaron.

Desde la compañía, una portavoz explica que la primera avería se produjo en una finca de la calle dels Salvador, donde aguas fecales dañaron unos cables. Allí hubo que abrir una primera rasa. Pero en paralelo hay obras de mejora ya previstas en Sant Antoni Abad. Mientras la incidencia dels Salvador se resolvió el jueves pasado, las otras se prolongarán durante tres semanas. Sobre las bajadas de tensión, aclara que no dan aviso al centro de control. La tercera calle con abonados afectados es Cendra. Las mismas fuentes recuerdan que en el Raval hacer obras es complejo por la densidad de población, porque es complejo obtener permisos del Ayuntamiento y porque a la mínima las intervenciones requieren cortar calles.

Kika Serra y MDC Suingue teletrabajan desde el salón de su vivienda en la calle Sant Antoni Abat.Albert Garcia (EL PAÍS)

De hecho, Alma Cuevas, señala en pocos metros parches de asfalto de otras incidencias. “Aquí, salían chispas hasta por la alcantarilla. Esta fue hace poco también. Esto —una caja— está como cuando era chica. El problema es de falta de inversión, las líneas son antiguas y somos muchos, pero no quieren invertir, nos tienen abandonados”. El último mes a Cuevas se le ha estropeado el ordenador y la tele, cuenta mientras sube las escaleras para ver a su madre, Rosa. La mujer, de 73 años, no pierde la sonrisa pero se queja de muchas tardes no puede ver la tele o escuchar música. Le chifla Elvis Presley y tiene un fotón enmarcado. “Tengo la radio de pilas y me han comprado estas linternas”, explica con su perro Toi al lado. Cuando se va la luz, del teléfono sale una voz grave: “Aviso, no hay suministro eléctrico”. Desde que comenzaron los cortes no ha bajado a la calle.

“Somos muchos afectados, pero no quieren invertir”, lamenta un vecino

Arriba vive Domingo González. Su piso da al interior y ya es oscuro en condiciones normales. “Si es de día bajo a la calle, ¿qué voy a hacer en casa?”, pregunta y bromea que tiene que utilizar los tres by-pass que lleva en el corazón. “Si no, el médico me riñe”. González lamenta que no le cojan el teléfono. “Para cobrar no tienen problema ninguno”, reprocha. Tanto él como Rosa tienen teleasistencia.

En la puerta de enfrente, Emdici describe las últimas semanas como “un infierno, todo imprevisible, desesperante, no sabíamos si podríamos trabajar, conectarnos, tenemos cuatro ordenadores, tres móviles e impresora”. “Llegamos a Barcelona, una ciudad que se vendía como un hub de tecnología y hay menos constancia de suministro aquí que en una ciudad de campo donde vivía en Brasil”, lamenta y asegura que “el Raval es un barrio de gente muy buena, pero un polvorín por sus carencias”. “En un servicio esencial el gobierno debería controlar la atención al cliente”, añade.

En los locales, Zamil Hoshen acababa de reformar la tienda cuando comenzaron los cortes. “Los primeros días Endesa respondía, pero luego ya no, cada vez que salta sufro por el género congelado, hay 6.000 euros en comida y todavía no he podido ahorrar para comprar si se estropea”, dice y cuenta que algunos días se enchufó a compatriotas de otras tiendas de la misma calle que sí tenían luz.


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