El TNC exhibe la musculatura ideológica de Santiago Rusiñol
El montaje de ‘L’hèroe’ es una crítica feroz al patriotismo español y al rancio machismo
Cuando el discurso ideológico resta espacio a la emoción en una obra teatral se corren muchos riesgos. Los asume sin remilgos el montaje de L´hèroe, de Santiago Rusiñol, con el que, por fin, se inaugura en la Sala Gran la última temporada del Teatre Nacional de Catalunya (TNC) dirigida por Xavier Albertí, ...
Cuando el discurso ideológico resta espacio a la emoción en una obra teatral se corren muchos riesgos. Los asume sin remilgos el montaje de L´hèroe, de Santiago Rusiñol, con el que, por fin, se inaugura en la Sala Gran la última temporada del Teatre Nacional de Catalunya (TNC) dirigida por Xavier Albertí, apasionado defensor de la obra del pintor y dramaturgo catalán. Su colega, Lurdes Barba, firma una muy brillante puesta en escena que, en sus propias palabras “pone el discurso ideológico en primer plano”.
En el clásico de Rusiñol -no es uno de sus títulos más conocidos, pero es un gran texto-, la crítica feroz al patriotismo español y al machismo más rancio adquiere tintes esperpénticos que Barba potencia con corrosivo humor. Es, quizá, la mejor forma de abordar hoy en día, con autoritarismos rampantes agitando la vida política, una obra ambientada en una España hundida por el desastre colonial.
Rusiñol escribió L’hèroe en 1903, poco después de España perdiera sus últimas colonias de Cuba y Filipinas. Narra la historia de un joven que vuelve de la sangrante derrota en Filipinas y es recibido como un héroe por las autoridades civiles y militares de su pueblo. En el retrato de la mezquindad de unos políticos que, al continuo grito de ¡Viva España! tienen el morro de apelar a la trasnochada grandeza del imperialismo español, Rusiñol no tiene piedad. Lurdes Barba tampoco: mueve sus personajes con acierto entre el esperpento y la chanza.
Montaje de gran formato, con doce actores sobre el escenario, en un encomiable esfuerzo coral que sostiene el tour de force reservado al personaje protagonista, resuelto de forma notable por Javier Beltrán: funciona mejor en la farsa que en la tragedia, con unos aires de gallito de corral en busca de permanente pelea que debería rebajar en algunas escenas, demasiado grandilocuentes, para mostrar otras capas interiores del personaje.
Habla Rusiñol de celos, conquistas y miserias, del fracaso de la identidad nacional y la necesidad de regeneración política. Y responde a la defensa de la virilidad y el superhombre de Nietzsche que profesaba Joan Maragall convirtiendo a su héroe en el gandul del pueblo, un borracho, machista, pendenciero y sinvergüenza que arruina a su familia -es el hereu del omnipresente telar, mantenido a flote con duro esfuerzo por su padres- y causa desgracias colaterales en su inexorable camino de destrucción. La solidez y mesura de Rosa Renom y Manel Barceló otorgan credibilidad y fuerza dramática a los padres.
Albert Arribas, autor de la dramaturgia, mantiene casi integro el texto original, pero ha cambiado el orden de algunas escenas y el ángulo de visión de los personajes femeninos, tan lloricas y supeditados a los hombres en el teatro de Rusiñol, que muestran una actitud algo más combativa. Aquí funcionan de maravilla Georgina Latre y Mima Riera, más creíbles cuanto más enseñan sus garras afiladas.
Tintes ‘macbethianos’
Completando el reparto, Miquel Malirach, David Marcé, Joan Marmaneu, Joan Negrié, Albert Prat, Toni Sevilla y Albert Tallet aciertan en el tono y en la caracterización de sus personajes, bien marcados por una dirección de actores que deja el espacio justo tanto al histrionismo como a la expresión de sentimientos. Como contrapunto a la trasnochada y risible gloria militar defendida por unos, Rusiñol ofrece la sabia convicción de una familia honrada y trabajadora, harta de perder a sus hijos en guerras funestas. Por encima de discursos y monólogos de corte moralista, el mejor Rusiñol retrata un inmenso fracaso colectivo.
El vestuario y la imaginativa escenografía de Silvia Delagneau y Max Glaenzel -esa carpa blanca que simboliza la esencia del telar artesanal es un hallazgo- funciona de maravilla, sin asomo del costumbrismo y el naturalismo que tanto deforman la vigencia del teatro de Rusiñol, que nunca renuncia a la folklorización. La acción se sitúa en un jardín idílico inspirado en Filipinas, pero fastuosamente artificial, marco ideal para enmarcar las pesadillas del protagonista, de tintes macbethianos.
La función, dedicada a los médicos y sanitarios del país en lucha sin tregua contra la Covid-19, tuvo un prólogo protocolario que la consellera de Cultura, Àngels Ponsa, cerró deseando a todos salud y cultura. Deseo sentido y compartido por un público feliz al ver de nuevo gran teatro en el TNC. El montaje abre temporada en la Sala Gran y puede verse, si no hay rebrotes ni nuevas restricciones, hasta el 10 de enero de 2021.