El juicio reabre las heridas del 17-A: “Mi vida cambió”
La voz de las víctimas resuena en la vista por los atentados de Barcelona mientras crece la tensión con el juez Guevara
Con el juicio, la herida vuelve a sangrar. “Venir aquí es revivirlo todo, vuelvo a recordar lo que iba olvidando”, contó ayer, entre lágrimas, Judith R. Esta trabajadora de hotel, que sobrevivió al atropello de La Rambla, fue la primera voz de las víctimas que se escuchó en el juicio por los atentados de Barcelona y Cambrils del 17 de agosto de 2017.
—Tranquilícese—, le invitó el presidente de la sala Félix Alfonso Guevara, en un tono amable que contrasta con su pro...
Con el juicio, la herida vuelve a sangrar. “Venir aquí es revivirlo todo, vuelvo a recordar lo que iba olvidando”, contó ayer, entre lágrimas, Judith R. Esta trabajadora de hotel, que sobrevivió al atropello de La Rambla, fue la primera voz de las víctimas que se escuchó en el juicio por los atentados de Barcelona y Cambrils del 17 de agosto de 2017.
—Tranquilícese—, le invitó el presidente de la sala Félix Alfonso Guevara, en un tono amable que contrasta con su proverbial aspereza.
Judith R. no se tranquilizó, pero contó su historia protegida de la vista de los acusados por una cortina gruesa y un cristal. Ninguno de ellos —Mohamed Houli, Driss Oukabir y Said Ben Iazza— es autor material del 17-A. Durante cinco minutos reinó un silencio denso en la sala, mientras la testigo recordaba la tarde en la que Younes Abouyaaqoub arrolló a cientos de personas: 14 murieron y más de un centenar resultaron heridas; entre ellas, Judith R.
Salía del trabajo junto a una amiga cuando vio que una furgoneta blanca “se abalanzaba sobre los peatones”. La amiga recibió un golpe en la frente con el retrovisor. Cayeron al suelo. “La gente empezó a pisotearnos, tenían miedo y querían salir corriendo”. Pudo levantarse para ver cómo el vehículo se alejaba hacia el mar. “Veo que va todo recto por La Rambla, haciendo zigzag y llevando peatones, quedé en shock”.
Su relato, interrumpido por el llanto, parecen escucharlo también Houli, con la cabeza metida casi entre las piernas, y Driss, quieto y con los brazos cruzados.
Las lesiones se curan pero las secuelas quedan. Judith R. aseguró que estuvo medio año sin trabajar ni salir de casa. “Me daba pánico, no quería ver a nadie. No entiendo tanta maldad”. No ha podido volver a La Rambla. Se medica. El juicio no ayuda. “Era una persona sana. Mi vida cambió. No soy 100% la que era antes”.
Cuando acaba el testimonio de Judith, la tregua en la sala se rompe. Vuelven los policías —que ratifican las acusaciones— y, con ellos, los intentos de las defensas de exculpar a sus clientes. La abogada de Mohamed Houli, para el que la fiscalía pide 41 años de cárcel por organización terrorista, fabricación de explosivos y estragos, no logra presentarle como un colaborador impecable. “Contestaba, pero se guardaba información”, declaró el mosso 229.
Una herida recuerda la furgoneta “haciendo zigzag y llevando peatones”
Guevara abroncó a la abogada por confundir la fecha de unas declaraciones. “Primero se viene preparado y luego se pregunta”. El interrogatorio sirvió, al menos, para conocer que los Mossos no tomaron declaración a Houli hasta las 5.00 del 18 de agosto, casi diez horas después de haberle detenido. El acusado, herido en la explosión de la casa ocupada por la célula terrorista en Alcanar la víspera del 17-A, fue arrestado en el hospital cuando se halló su pasaporte en la furgoneta de La Rambla. “No pudimos [interrogarle] antes. De camino al hospital [de Tortosa, donde Houli estaba ingresado], pasó lo de Cambrils y fuimos a ver qué había ocurrido”, se justifica el agente 229.
Fue el turno también de los policías que, la tarde del 17 de agosto, detuvieron en Ripoll (Girona) al primero de los supuestos miembros de la célula: el acusado Driss Oukabir, que afronta una petición de 36 años de cárcel. La foto de su ficha policial (tiene antecedentes) se difundió tras el atropello, como la del conductor de La Rambla. Un vecino llamó a los Mossos, que encontraron a Driss 200 metros de comisaría. Él dice que iba para allá a explicarse. La mossa 18.835, que participó en el arresto, no lo vio tan claro. “Estaba nervioso, todos lo estábamos. Empezó a decir 'no he hecho nada”. En comisaría, amenazó de muerte a los agentes, pero ofreció voluntario la contraseña de su móvil: “Alá es el más grande”.
El personaje secundario que es Said Ben Iazza —acusado de colaboración, afronta ocho años de cárcel— tuvo su dosis de protagonismo. Ben Iazza, que despachaba en una carnicería halal de su tío en Vinaròs (Castellón), prestó su furgoneta y sus documentos a su amigo Younes Abouyaaqoub para comprar peróxido de acetona (un precursor de explosivos). Pasó de testigo a investigado cuando los agentes de la Guardia Civil vieron que mentía. Uno de ellos declaró ayer que se prestó al trato por 30 euros (15 en gasolina) y precisó que su teléfono móvil estuvo cerca de la casa de Alcanar en una fecha tan cercana a los atentados como el 13 de agosto.
El juez, al abogado y diputado Cuevillas: “¡Aquí se respetan las instituciones!”
El juez Guevara abroncó a los funcionarios del tribunal por no preparar una videoconferencia (“cuando yo digo una cosa, se hace”) y, con especial énfasis, al abogado Jaume Alonso-Cuevillas, también diputado de Junts per Catalunya. “La ironía, a otro lado. Ahora es moda no respetar las instituciones. ¡Aquí se respetan!”
Cuevillas representa a Javier Martínez, padre de Xavi, el fallecido más joven de La Rambla: tres años. En la sala de testigos, Martínez aguarda en vano su turno para declarar. Los vaivenes del calendario hacen que coincida con el dueño de la empresa de alquiler de furgonetas y con el hermano de dos de los terroristas muertos, Mohamed Aalla. Su dolor es infinito. El juicio desgarra la herida: “Llevo dos días sin dormir, pensando qué voy a decir. No he visto nada del juicio, no lo necesito: vengo a decir mi verdad”. Martínez quiere exponer ante el tribunal sus “dudas” sobre la responsabilidad del Gobierno en el atentado. No sabe si podrá hacerlo. “Quiero que la muerte de mi hijo sirva para algo. Y que no me manden a casa a llorar”.