Opinión

Moción de censura en propia puerta

La iniciativa de Abascal no iba dirigida al Gobierno, sabía perfectamente que no estaba en condiciones de hacerle daño. Era para disputarle a Casado el liderazgo de la derecha

El líder de Vox, Santiago Abascal, durante su intervención en la segunda sesión del debate de moción de censura presentada por su partido, este jueves en el Congreso.Mariscal (EFE)

Vox se ha marcado una moción de censura en propia puerta. Pablo Casado no cayó en la trampa que su colega Santiago Abascal le había tendido. Y una oleada de alivio ha recorrido a los medios de comunicación. Ciertamente, todo el peso del lamentable espectáculo ha caído sobre quien lo ideó: que sale de la experiencia sin otro apoyo que el de los suyos y con el rechazo más o menos inequívoco de todos los demás. El Gobierno exhibe cohesión (sin negar la diversidad) frente a una derecha totalmente fracturada. Pablo Casado se toma un respiro. Es la primera vez que osa marcar distancias con la extrem...

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Vox se ha marcado una moción de censura en propia puerta. Pablo Casado no cayó en la trampa que su colega Santiago Abascal le había tendido. Y una oleada de alivio ha recorrido a los medios de comunicación. Ciertamente, todo el peso del lamentable espectáculo ha caído sobre quien lo ideó: que sale de la experiencia sin otro apoyo que el de los suyos y con el rechazo más o menos inequívoco de todos los demás. El Gobierno exhibe cohesión (sin negar la diversidad) frente a una derecha totalmente fracturada. Pablo Casado se toma un respiro. Es la primera vez que osa marcar distancias con la extrema derecha a la que legitimó, como socia de gobierno y como compañera de fatigas en las batallas contra la izquierda y contra el independentismo. Y pensando que la interpretación que se imponga condicionará la realidad, una oleada de aplausos a Casado se ha desencadenado en la prensa. Hay prisa en convertir este episodio en el inicio de una nueva fase que para unos solo significa que el PP despegue para que la derecha vuelva a ser alternativa y para otros, que la política recupere la decencia perdida en estos tiempos de bronca y confrontación permanente.

¿Es esta la principal conclusión que se debe sacar de este episodio? La moción de Abascal no era dirigida al Gobierno, sabía perfectamente que no estaba en condiciones de hacerle daño. Era para disputarle a Casado el liderazgo de la derecha. Con las señales de complicidad que el líder del PP le había transmitido en el pasado, el líder de Vox no esperaba que este fuera a por él. Un error de cálculo, solo explicable por la ceguera ideológica de Abascal. Casado se sintió acosado. Y reaccionó con irritación. Entendió que no podía cederle un palmo, aun a riesgo de disgustar a los más cerriles de los suyos, y tiró para adelante, con una obsesión: no mostrar ni complicidad ni debilidad, que es lo que Vox buscaba. ¿Cuál será la traducción de esta maniobra en las encuestas?

Los comportamientos del electorado de la derecha vienen siendo muy reactivos. El día después ¿dará la razón a Casado o inyectará ánimo a Abascal? De los indicios que lleguen a sus asesores de comunicación dependerá en parte lo que venga después. En cualquier caso, la alianza de la derecha no decae. Los gobiernos de Madrid, de Andalucía y de Murcia seguirán contando con Vox. Casado ha marcado perfil, pero no se ha desmarcado en la práctica. Y había razones para hacerlo después de la puesta en escena de Abascal, portavoz de un extrema derecha en conexión ideológica directa con el fascismo: antieuropea, autoritaria, machista, xenófoba, supremacista, totalitaria en la concepción del Estado, despreciativa ante cualquier forma de diversidad o disidencia, y nacionalista del “Todo por la patria”.

Y ahí está el problema que interpela a todos, también a la izquierda. Vox existe. En tiempos de enormes dificultades, Vox, con su discurso populista y despreciativo con los partidos tradicionales, ha seducido a un sector del electorado tocado por las crisis económicas, desorientado por las transformaciones de la vida cotidiana y de los referentes morales y culturales, e irritado por cuestionarse la sagrada unidad de la patria. El presidente Sánchez reveló en su intervención que Vox es el partido que más donaciones privadas recibe, lo cual además de ser indicio del compromiso de sus partidarios, induce a pensar que hay un sector de las élites económicas que no lo descarta como pasarela al autoritarismo postdemocrático. O sea que, independientemente del balance de la moción, el problema Vox existe. Y hay que combatirlo política e ideológicamente. Y lo primero que la izquierda debería hacer –tanto el partido socialista como Unidas Podemos– es preguntarse qué los ha alejado de ciertos sectores de las clases populares. ¿Qué han hecho mal para que gentes que antaño votaban socialista o comunista ahora expresen su desencanto a través de la intransigencia de un partido como Vox, que vive en la melancolía del franquismo?

No es un fenómeno exclusivamente hispánico, en buena parte tiene que ver con las mismas causas que llevaron a Hillary Clinton a la derrota, un cierto elitismo ideológico, académico y cultural que lleva a la desconexión con sectores muy perjudicados por las mutaciones actuales del capitalismo. La oleada de satisfacción mediática por el quiebro de Casado no debe hacer olvidar los problemas de fondo que la existencia de Vox plantea. Ni se puede dar por ganada la batalla ideológica y política.

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