“Es frustrante empezar así la vida universitaria”

Las Universidades catalanas informan a los alumnos que durante dos semanas las clases serán virtuales

Un profesor imparte clase en el Campus Ciutadella de la Universidad Pompeu Fabra, este martes.Quique García (EFE)

Ainara, de 21 años, y Mara y Ainhoa, de 18, estaban este martes, carpeta en mano, hablando en el vestíbulo del edificio histórico de la Universitat de Barcelona casi maldiciendo su suerte. Son estudiantes de Filología y Comunicación de primer año que acaban de conocerse y empezar la carrera. Su facultad combina las clases presenciales y virtuales y ayer fue el primer día en que pusieron un pie en el aula. Y hoy será el ú...

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Ainara, de 21 años, y Mara y Ainhoa, de 18, estaban este martes, carpeta en mano, hablando en el vestíbulo del edificio histórico de la Universitat de Barcelona casi maldiciendo su suerte. Son estudiantes de Filología y Comunicación de primer año que acaban de conocerse y empezar la carrera. Su facultad combina las clases presenciales y virtuales y ayer fue el primer día en que pusieron un pie en el aula. Y hoy será el último al menos hasta el 9 de noviembre cuando les toque volver físicamente a clase y haya concluido el periodo de 15 días de restricciones de la Unversidad para frenar la pandemia. “Parece que estemos en la UOC, estudiando a distancia”, dice Ainara. “Teníamos muchas ganas de venir y es frustrante. Así hemos empezado la vida universitaria”, afirman.

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Muchos estudiantes han acogido con fastidio y resignación la decisión del Govern de tomar medidas para contener la curva de la covid-19 atajando la movilidad que implican los universitarios. Universidades y Generalitat pactaron que todas las clases teóricas pasarán a ser virtuales desde el jueves y, en principio, hasta el día 30. Quedan exentas las prácticas, seminarios o tareas de investigación. Las restricciones afectarán a más de 218.500 alumnos de grados, máster y doctorados (según datos del curso 2018-19).

En el caso de la UB, el rectorado envió un correo a los alumnos informando de que cada facultad detallará hoy las medidas en su página web. Alicia Pinglot, estudiante de Criminología, de cuarto, lo relativiza: alega que en la suya las clases son semipresenciales y que están habituados desde el confinamiento. “Son 15 días pero si es más tiempo se hará más pesado. Las clases se pueden seguir bien de manera virtual. Pero se echa de menos es el contacto y salir de casa ir la Uni”, dice.

El grupo de Instagram de Filología de la UB vivió el lunes una noche agitada cuando trascendió que se anulaban las clases presenciales. Muchos alumnos se enteraron por televisión. “Yo trabajo en Mercadona. E ir a trabajar no es problema pero sí ir a clase”, ironiza Ainara. Tienen una queja: hay tantos pupitres inutilizados por el Covid que el primer día no cabían la treintena larga de alumnos en el aula. Y una inquietud: los alumnos deben hacer por grupos un proyecto audiovisual y no saben donde reunirse.

“Si somos más de seis no podemos ir a un bar”, dicen. Pero parece que tampoco a la biblioteca. Cuatro estudiantes de la misma clase explican comprensivos que no les han dejado quedarse en ella. Stevan, bibliotecario de la Facultad de Letras, cuenta que disponen de 250 plazas pero que ahora han reducido el aforo a 80 para cumplir la distancia de al menos de dos metros. “Seguimos los criterios de la Generalitat. Quizá ese grupo no lo sabía. Solo se accede a la biblioteca con cita previa. Y estaba todo reservado”, revela. Las salas de la vieja y maravillosa biblioteca de madera están este martes semivacías. Solo se permite a un estudiante en bloques de tres mesas.

La vida en la Autonòma también ha caído en picado. Buena parte de las clases ya se hacen on line y se ha optado para reconvertir algún seminario de fotografía en digital en lugar de presencial. No se veía ayer mucha gente en las cafeterías aunque sí en la plaza Cívica del Campus. En la Pompeu Fabra, una enorme imagen del célebre filólogo que da nombre a la Universidad, con su clásico sombrero y una mascarilla sobrevenida, invita a aplicar las denominadas 4 M: lavar manos, mascarilla y distancia de metro y medio. Judith Guzmán, de 19 años, tercero de Económicas, está ahora leyendo en un campus desierto. “Por mi experiencia personal durante el confinamiento, prefiero las clases cara a cara”, dice. Roger Sabater, de 24 años, cuarto curso de la misma carrera y estudiante de ADE, asiente. Admite que cuesta más concentrarse en casa que en la Facultad y se muestra comprensivo con las estudiantes de primero de la Central.

“Es difícil familiarizarse con la vida universitaria sin ver a los compañeros o a los profesores. No es la misma sensación estar físicamente que recibir las clases on line, Y cita lo que perdió el curso pasado con el confinamiento: “Yo participaba mucho y contactas menos con los profesores; dejas de conocer a gente o ir a la cafetería”. Roger ha empezado este curso como lo acabó: no ha recibido aún ni una sola clase presencial.

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