UN VERANO TRAS LA MASCARILLA

El Malgrat de ‘sir’ Stadelmann

Un viajero desconocido puede seguir disfrutando de las enormes playas de arena gorda para leer, descansar o no hacer nada a pesar del estrés que genera la pandemia

Aspecto de la piscina del hotel Planamar, en Malgrat de MarToni Ferragut

Di con su nombre en un folio pegado en la puerta del hotel Maripins. “Sir Stadelmann. El hotel está cerrado. Le hemos reservado una habitación en el Caprici Verd de Santa Susanna. Perdone por los inconvenientes”. Mientras movía con torpeza la mano dentro de la mochila para buscar el móvil pensaba en todos los ingredientes que tenía delante de mis narices: un hotel sexagenario cerrado por la pandemia, una escueta nota en la puerta y un nombre. La impaciencia me pudo y enseguida mandé un mensaje a Ana Pantaleoni. Creía tener la crónica que me había pedido.

La idea no prosperó. Nunc...

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Di con su nombre en un folio pegado en la puerta del hotel Maripins. “Sir Stadelmann. El hotel está cerrado. Le hemos reservado una habitación en el Caprici Verd de Santa Susanna. Perdone por los inconvenientes”. Mientras movía con torpeza la mano dentro de la mochila para buscar el móvil pensaba en todos los ingredientes que tenía delante de mis narices: un hotel sexagenario cerrado por la pandemia, una escueta nota en la puerta y un nombre. La impaciencia me pudo y enseguida mandé un mensaje a Ana Pantaleoni. Creía tener la crónica que me había pedido.

La idea no prosperó. Nunca encontré a sir Stadelmann y nunca pude validar el perfil que ya había imaginado de ese turista. El hotel lo trataba de sir, pero yo me inclinaba más por el herr. Me basaba en varios célebres Stadelmann: el secretario de Goethe, que Claudio Magris plasmó en su obra; un egiptólogo alemán, o un motorista suizo. También había decidido que ese misterioso viajero pasaba cada verano en Malgrat. Es más, lo veía como un hombre de costumbres, al que el camarero servía su jarra de cerveza sin tener que preguntarle qué deseaba.

A un turista como Stadelmann, un paseo marítimo desangelado, casi una ciudad fantasma, solo le podía dejar el estómago encogido. La tarde que encontré esa nota anduve tramos enteros sin apenas cruzarme a nadie. Los bares, en primera línea de mar, y los hoteles, en segunda, han arrojado la toalla. Desde el exterior se adivinan jardines destartalados, piscinas descuidadas y comedores sucios. No tienen quien les cuide. Y ese es el drama: hacer temporada es este año un lujo.

El turismo se ha convertido en los últimos años en un blanco fácil: todos los problemas empiezan y acaban en él. Otra cosa es que el debate sobre ciertos modelos de sol y playa, también en la región que va de Lloret de Mar a Calella de la Costa, se haya ido aplazando desde que Cataluña viviera un nuevo boom turístico en la pasada década. Pero el mundo idílico en el que no es necesario reservar mesa, ni dar vueltas para aparcar empieza dar paso al pánico sobre la factura que ese absoluto parón va a pasar a los ciudadanos. En Malgrat, como en cualquier otro pueblo turístico, la llegada de viajeros no solo es la principal fuente de ingresos de cientos de hogares. Muchos chavales trabajan a destajo en verano para pagarse sus estudios en invierno y otras tantas familias aprovechaban empleos a horas para tapar esos dichosos agujeros. Con el otoño a la vuelta de la esquina, esos ingresos se han esfumado.

El malgratense Jordi Mateu lleva el Hotel Alhambra, en la localidad vecina de Santa Susanna. “Es duro verlo cerrado por primera vez en 55 años”, lamenta. Tras posponer varias veces la fecha de apertura, el 20 de julio decidió dar la temporada por perdida. Las reservas que tenía en marzo fueron anulándose hasta tener apenas ocupadas el 10% de las plazas. Insólito: en agosto no cabe ni un alfiler. E insuficiente: esos ingresos no permiten mantener una plantilla que debe dar servicio a 216 habitaciones durante 24 horas. “Será un invierno muy duro, sobre todo para muchos autónomos y pequeños empresarios. Muchos hemos invertido para mejorar los hoteles y prepararlos para una actividad que este verano no existe”, advierte.

El paseo marítimo es todavía más inhóspito de noche. Tanto, que incluso se echa de menos esa mezcla de olor a pincho moruno y aftersun de cada verano. Una ristra de bares, muchos de ellos regentados por británicos u holandeses, decidieron que la fiesta debía seguir y colgaron sus carteles con promociones etílicas. El dueño de un local explica que nunca ha visto nada igual. Ha abierto tras conseguir un descuento nada desdeñable de su alquiler, pero con las pocas cervezas que vende –a un precio más que razonable— apenas puede cubrir gastos.

¡Claro que hay cosas que hacer en Malgrat! La naturaleza ha decidido dar otra oportunidad al delta de La Tordera, devolviendo la pelota a las administraciones. Las enormes playas de arena gorda siguen estando ahí, para leer, descansar o no hacer nada. Y nunca es una mala idea una caña o un vermut en la plaza de la Barretina por la tarde. Y no hay fiestas mayores, pero algunos vecinos no se resignaron y celebraron Sant Roc con un improvisado castillo de fuegos artificiales. El estrés que genera la incertidumbre sobre la pandemia bien merece un paréntesis. Seguramente el mismo que buscaba sir Stadelmann.

Un pueblo entre el mar y el campo

Población: 18.579, con mayor presión durante el verano.

Actividades económicas: Turismo, agricultura, industria.

Lugares para visitar: el delta de La Tordera, el Parc del Castell, el Pla de Grau, Ca l’Arnau, la Torre de la Viuda de Can Sala, Can Campassol.

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