“Los de fuera” invaden la Cerdanya

Las contradicciones de la pandemia provocaron que los ceretanos que suplicaron el cierre de la comarca acabaran reclamando la vuelta de los ‘segundos residentes’

Varias personas protegidas con mascarilla pasean por una de las calles comerciales de Puigcerdà.Toni Ferragut

“Debemos tomar medidas antes de que sea tarde. Hay que construir una iniciativa enfocada al comercio y el turismo. Hay que recordar a la gente que tenga civismo. Que suban a la Cerdanya me parece bien. Tienen todo el derecho a venir de vacaciones como han hecho otros años, pero que vayan por dentro del Carrefour como si fuese Port Aventura con la pareja, cuatro niños, la abuela, el cuñado y la suegra me parece fatal”. Así denunciaba uno de los vecinos de la Cerdanya, en la cuenta de Facebook del alcalde de Puigcerdà, Albert Piñ...

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“Debemos tomar medidas antes de que sea tarde. Hay que construir una iniciativa enfocada al comercio y el turismo. Hay que recordar a la gente que tenga civismo. Que suban a la Cerdanya me parece bien. Tienen todo el derecho a venir de vacaciones como han hecho otros años, pero que vayan por dentro del Carrefour como si fuese Port Aventura con la pareja, cuatro niños, la abuela, el cuñado y la suegra me parece fatal”. Así denunciaba uno de los vecinos de la Cerdanya, en la cuenta de Facebook del alcalde de Puigcerdà, Albert Piñeira, la relajación en las medidas de distanciamiento social.

El primer edil publica periódicamente en su cuenta el parte que proporciona el Hospital de la Cerdanya sobre los enfermos de covid. Esa publicación siempre da lugar a comentarios que basculan en tres sentidos. Por un lado, los que acusan a “los de fuera” de haber llevado la infección a la comarca. En Puigcerdà, la expresión “los de fuera” va dirigida a las hordas de barceloneses procedentes de barrios pudientes —y otros no tanto—, algunos de ellos ataviados con polo, suéter anudado al cuello, náuticos y peinado a raya. Ellos son “los de fuera” que invaden —fines de semana, vacaciones y confinamientos obligados— una comarca con un hospital con dificultades para asumir una población que se multiplicó durante la pandemia.

El segundo tipo de comentarios entra dentro de las teorías de la conspiración. Siempre hay un vecino que ha hecho cuentas y denuncia que hay muchos más contagiados de los que resalta el parte médico. Los conoce con nombres y apellidos y, a su juicio, el hospital está ocultando información. Por último, está quien intenta identificar a alguno de los infectados por el coronavirus. Da pistas sobre la profesión, nacionalidad…

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El último parte del Hospital de la Cerdanya es de ayer. Piñeira destaca: “No hay ningún paciente ingresado con covid-19 ni ningún ingresado pendiente de diagnóstico”. Desde el inicio de la pandemia el hospital detectó 57 positivos de los que 39 estuvieron ingresados en Puigcerdà, 5 fueron trasladados a otros centros de Cataluña, 1 a un hospital francés y 34 en sus domicilios. Una persona falleció como consecuencia del virus. Si a los datos del Hospital de la Cerdanya se le añaden los del resto de los centros de salud de la comarca suman 80 contagiados, lo que supone que por cada 10.000 habitantes hay casi 44 casos.

Cuando se decretó el estado de alarma —y entonces el marcador de contagiados en la comarca estaba a cero—, fueron muchos los que pusieron rumbo a la Cerdanya donde el confinamiento se antojaba más llevadero en casas a cuatro vientos, terrenos ventilados, vistas a las montañas y calefacción de gasoil. Los ceretanos pusieron el grito en el cielo: “Están trayendo el virus”. Fue tal la psicosis que ayuntamientos como el de Puigcerdà o el de Llívia cerraron con bloques de hormigón carreteras secundarias. Había que poner freno a “los de fuera” que, algunos saltándose la legalidad, podían llevar la enfermedad al Pirineo. Algunos vecinos llegaron a pedir que se cerrara el Túnel del Cadí, pero la principal vía de enlace con Barcelona siempre estuvo abierta.

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Pasado el miedo y rechazo inicial, en cuanto comenzaron a pasarse las fases del confinamiento, el mensaje cambió. Los que no querían ni ver a los de Barcelona reclamaron la vuelta de los mismos lo antes posible.

Barcelona está hoy pagando el error de basar su economía en el turismo. En la Cerdanya llevan décadas viviendo de las segundas residencias de los habitantes de la capital catalana. Y lo cierto es que con las fronteras a medio cerrar, la comarca pirenaica —a diferencia de la capital catalana— ha recuperado rápido la presencia de visitantes. Se han normalizado los paseos con polos, suéteres colgados al cuello, náuticos y peinado a raya complementados con mascarillas más o menos fashion.

El Ayuntamiento de Puigcerdà y otras entidades han surtido del gel hidroalcohólico más pringoso a los comercios de la zona. Las fiestas se han suspendido este verano. Los campos de hípica y golf siguen abiertos, a diferencia del tren, que no funcionará por reparación hasta, como mínimo, febrero. La población de la Cerdanya aumenta día a día este verano. El hospital mantiene una capacidad insuficiente para los de aquí y “los de fuera”.

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