Lecciones del racismo
Las palabras surgidas este siglo difunden y propagan un nuevo pensamiento sobre la discriminación racial
El saber sí ocupa lugar. Es tal vez lo más complejo de la democratización cultural desde los sesenta. El refrán clásico que dice lo contrario se refiere a que nunca está de más aprender porque para aprender hemos nacido. También puede ser comprendido así: saber es poder. No ocupa lugar porque cuanto más sepas, creían madres y padres de mi generación y circunstancia, más lejos llegarás. Un sueño. Así ha sido para muchos de nosotros y sobre todo nosotras, anomalías históricas de una igualdad social imprevista, quizá irrepetible. Lo que nuestros mayores ya vieron en vida es que cuanto más sabes m...
El saber sí ocupa lugar. Es tal vez lo más complejo de la democratización cultural desde los sesenta. El refrán clásico que dice lo contrario se refiere a que nunca está de más aprender porque para aprender hemos nacido. También puede ser comprendido así: saber es poder. No ocupa lugar porque cuanto más sepas, creían madres y padres de mi generación y circunstancia, más lejos llegarás. Un sueño. Así ha sido para muchos de nosotros y sobre todo nosotras, anomalías históricas de una igualdad social imprevista, quizá irrepetible. Lo que nuestros mayores ya vieron en vida es que cuanto más sabes más arriesgado se hace entender y actuar. Pues sí: a mayor información, mayor ruido y peor comprensión. Mayor dificultad en separar el grano de la paja. Todas las minorías —es un decir— que desde los sesenta han logrado ser vistas y no solo ser escondidas y minorizadas, saben bien que la reacción las cerca desde entonces. Sobre todo con palabras. Por lo que han de ser renovadas. Para muestra, las palabras del antirracismo.
La bibliografía de los últimos 20 años lo sostiene, de autores de aquí y de allá, en las lenguas propias y en traducciones. Quien quiera saber, puede saber. Otra cosa es el rechazo que los nuevos conceptos y palabras provocan en tantos círculos que podríamos creer cultivados, me refiero a comentarios aquí y allá, en columnas periodísticas y en mensajes en la red, por la tele y la radio.
Las palabras de la tribu son importantes y renovarlas es algo que la modernidad ha estado haciendo desde sus inicios ya en la Ilustración y más en el siglo XX. Aquí y allá. En el caso del racismo y en consecuencia del antirracismo, las palabras nuevas de estos veinte años son algunas como estas: privilegio blanco, persona racializada, racismo de Estado, descolonial.
Leo en Le Monde dos páginas al respecto, me paro a considerarlo con atención porque en Francia la cosa aflora desde hace mucho y su producción editorial está atenta al trabajo sociológico, como debe ser. Aquí, los sociólogos no parecen importar, el trabajo de campo cuenta poco. Importan los politólogos y demás expertos en descifrar y promover el lenguaje del poder, los vaticanólogos del asunto. Justo antes del confinamiento se publicó Du racisme d'État en France?, de un equipo formado por dos sociólogos y dos antropo-sociólogas: Fabrice Dhume, Xavier Duzenat, Camille Gourdeau y Aude Rabaud (Lormont, 2020). Con el asesinato de George Floyd y la revuelta negra en Estados Unidos, que ha provocado la reapertura del caso de Adama Traoré y la consiguiente revuelta francesa, las conclusiones del libro importan.
Los autores justifican que pueda hablarse de racismo de Estado en Francia, expresión habitual en otros lugares. Quien dice Francia dice a mi modo de ver otro contexto europeo, ya que también se trata de saber si Europa sigue pensando o lo importa todo de ultramar. La investigación de los autores proviene de una demanda del ministro de Educación en 2017 contra el sindicato Sud Éducation 93 por utilizar esta expresión y la de racismo institucional. A través de un análisis minucioso de la prensa, los autores demuestran que racismo de Estado era ya utilizada en los ochenta sin que supusiera ningún problema. Vaya, que no ha sido importada. A partir de ahí, estudian el racismo institucional en la policía, las políticas migratorias y la escuela misma. Su panorama de diagnóstico no agrada a todos. Le Monde-Idées lo presenta así: “En nombre del universalismo republicano, algunos intelectuales denuncian esta racialización y esta esencialización del debate público”. Como se ve, racializar es una palabra que ya no puede ser evitada ni por sus contrarios. No ha entrado aún en el diccionario pero está a la orden del día en los medios.
Mientras leo, recuerdo hechos e imágenes de estos mismos días por la tele y los papeles, claro, pero también escenas de relatos de ficción destilada de la experiencia histórica de ser hijos de la emigración en el norte europeo, donde el poeta creía años ha que la gente era más despierta y feliz. En la serie danesa Cuando el polvo se asienta, que dirigen tres autoras (Milad Alami, Iram Haq, Jeanette Nordahl, 2020, Filmin), la integradora y antirracista ministra de Justicia le lanza a su mano derecha y asistente cuando este no quiere acompañarla en su deriva finalmente racista: “¿Quién si no yo habría hecho tanto por alguien como tú?”. El privilegio blanco, claro: blanquear el propio racismo. En nombre del universalismo, faltaría más.
Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural.