El roce, el cariño y viceversa
El aislamiento social pone a prueba la propagación del virus, la concienciación ciudadana y las relaciones de pareja
Dos personas y una aspiradora andante confinados en un piso de 63 metros cuadrados. ¿Qué puede salir mal? En el segundo día de encierro, la pareja rozaba ya el divorcio y la custodia de Bautista, una Roomba de dos años muy lozana, se disputaba a cara o cruz.
El aislamiento social decretado por el Gobierno ha puesto a prueba la capacidad de circulación del coronavirus, la concienciación de los ciudadanos y las relaciones sentimentales de las parejas que viven juntas. Buenas noticias, por ahora, para lo primero y lo segundo...
Dos personas y una aspiradora andante confinados en un piso de 63 metros cuadrados. ¿Qué puede salir mal? En el segundo día de encierro, la pareja rozaba ya el divorcio y la custodia de Bautista, una Roomba de dos años muy lozana, se disputaba a cara o cruz.
El aislamiento social decretado por el Gobierno ha puesto a prueba la capacidad de circulación del coronavirus, la concienciación de los ciudadanos y las relaciones sentimentales de las parejas que viven juntas. Buenas noticias, por ahora, para lo primero y lo segundo —el virus parece que se propaga menos y la gente es bastante cumplidora—; más dudas genera lo tercero. Tinder y los juzgados de primera instancia proveerán.
Confinados a entenderse, 24 horas al día. Poca broma. Máxime si los dos miembros de la pareja tienen que trabajar desde casa, sus respectivas familias están en el fin del mundo —literalmente, en la Costa da Morte y Ferrol— y el aislamiento forzoso comenzó un día antes de lo previsto por imperativo empresarial. Si una es periodista sanitaria y el otro gestiona una central de reservas turísticas, en serio, ¿qué puede salir mal?
Era el primer día de aislamiento oficial —el segundo para la pareja— y la disputa por las lentejas terminó en tablas. Que si se congelaban uno o dos tápers. Un drama. Al final, se congelaron tres. Ella, al borde de colapso por la dichosa musiquita del Zelda en la videoconsola. Él, enfadado porque “la señorita” —con retintín— deja las luces encendidas allá por donde va —“pareces la condesa de Fenosa”, protesta—. Entremedias, Bautista dando la murga en el momento más inoportuno, en una de esas llamadas del jefe para concretar directrices de un reportaje o cuando Fernando Simón revela la cifra de fallecidos del día.
Si en los tiempos del cólera el amor era complicado, en los del coronavirus, más. El diario chino Global Times recogía hace unos días que, en la ciudad de Xi’an, al noroeste de China, los divorcios aumentaron tras el confinamiento. El roce hace el cariño. Y viceversa. El estrés de la situación de aislamiento, la angustia por la amenaza de la pandemia y la claustrofobia que asoma a ratos, enrarece el estado de ánimo de cualquiera.
Dicen los expertos que, ante todo, hay que ser educado y respetuoso con la pareja. Dejar de usar al otro como desahogo de las frustraciones de uno. Aprovechar para conocer en profundidad a esa persona con la que llevas tiempo saliendo y conviviendo.
Una descubrió con el confinamiento, por ejemplo, que su pareja no teclea, aporrea el teclado. Una diferencia significativa si trabajáis a 50 centímetros. También se percató de que, al teléfono, la voz dulce que la recibe en casa después de un día de trabajo cualquiera, es un cuerno vikingo que obnubila cualquier otro sonido a su paso. Claro que una tiene que contenerse y callar, por eso de ver solo la paja en ojo ajeno. Ella, que se convierte en un basilisco en las horas del cierre y reclama silencio para gritar más alto cuando nadie le hace caso en una rueda de prensa telemática, ¿qué va a reprochar a nadie? Menos mal que no tienen responsabilidades a su cargo, coincide la pareja al caer el día, conscientes —y abochornados— ambos del cúmulo de discusiones absurdas que ha suscitado la jornada.
En su caso, Bautista debe ser lo más parecido a un hijo o un perro. Él lo compró hace dos años y lo ama. Ella lo tolera por sus servicios, pero la relación personal es vaga e imprecisa. De hecho, ni hablar de la custodia compartida si la pareja va a pique. Si la DGAIA de las aspiradoras pasa revista, que sepa ya que ella renuncia a la patria potestad de la Roomba. Prefiere barrer.
La tregua llega —si llega— por la noche. No hay batalla por la cena, ni por qué cosa se come ni por quién cocina. Tampoco con la tele. Después del monopolio informativo del día, las noches son de Netflix. Esta semana, curiosamente, toca la otra corona. La británica, no el virus, The Crown.
Faltan, al menos tres semanas de confinamiento. El divorcio sigue asomando de tanto en tanto, pero aun no ha llegado la sangre al río. Bien es cierto que, en Galicia, casi todos los problemas se solucionan en la mesa y al sexto día de encierro —séptimo para ellos—, ella bajó a la calle a por un Albariño y una empanada de pulpo. Productos de primera necesidad, qué duda cabe. Porque a grandes males, grandes remedios. Y no hay mal que 100 años dure ni pena que una empanada no cure. O algo así decía el refrán.
Encerrados con...
Lugar de cuarentena: Un pisito de Gràcia.
Número de personas y edades: Dos treintañeros y una Roomba de dos años llamada Bautista.
Carencias del confinamiento: Soledad.
Libro y serie para los días de encierro: El Gen, una historia personal, de Siddhartha Mukherjee. La serie, The Crown (Netflix).
Recomendaciones para estas semanas sin salir de casa: Buenas dosis de paciencia y barajar.
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