Voces de la Ciudad de la Justicia

Las conversaciones en los juzgados de Barcelona, cazadas al vuelo, revelan angustias y esperanzas de cientos de personas

Una imagen de la Ciutat de la Justicia, en Barcelona.JUAN BARBOSA

A los juzgados no se va por gusto, salvo que se trabaje allí, y a veces ni así. Se va porque hay algún problema. Y se va también, guste o no, a hablar: la juez con el acusado, el funcionario con la procuradora, el abogado con su cliente. La Ciudad de la Justicia es el escenario diario de conversaciones cruzadas. Los retales incompletos de esos diálogos, cazados al vuelo, revelan las angustias, esperanzas y vivencias de cientos de personas.

Jueves de marzo. 10.30. Poca gente a las puertas de los juzgados: tarde para entrar a trabajar, pronto para salir a desayunar. Una funcionaria, con l...

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A los juzgados no se va por gusto, salvo que se trabaje allí, y a veces ni así. Se va porque hay algún problema. Y se va también, guste o no, a hablar: la juez con el acusado, el funcionario con la procuradora, el abogado con su cliente. La Ciudad de la Justicia es el escenario diario de conversaciones cruzadas. Los retales incompletos de esos diálogos, cazados al vuelo, revelan las angustias, esperanzas y vivencias de cientos de personas.

Jueves de marzo. 10.30. Poca gente a las puertas de los juzgados: tarde para entrar a trabajar, pronto para salir a desayunar. Una funcionaria, con la tarjeta identificativa al cuello, habla con otra:: “Voy para arriba, que he dicho que bajaba a hacer un piti cinco minutos y llevo un buen rato”.

“Dicen que no me dan abogado, ¿cómo me voy a calmar?”, se queja una chica

Pasado el arco de seguridad, frente al juzgado de guardia. Sentada, una mujer trata de entender a su amiga: “¿Y se va a llevar a los niños por venganza? Me parece muy rebuscada la historia”.

El vestíbulo, diáfano y gris, como un moderno tanatorio, conecta los edificios con ventanas como colmenas: fiscalía, juzgados, salas de vistas. La barra negra del bar es la kaaba en la que todos confluyen. Un hombre a otro: “Si a ella le toca el culo, soy la figura legal, pero el tema es que ella está incapacitada”. Una mujer, al camarero mientras mira el móvil: “Un zumo de naranja y… por ahora eso”.

Edificio I: juzgados de instrucción. Donde se investiga. Como en Francia, hay chalecos amarillos: son condenados que dan información. Y que se aburren y hablan: “Salgo hasta las dos y pico, pero no me hables de discotecas”.

Los ascensores para subir a las plantas: se marca el número y una pantalla muestra la letra del ascensor que debe tomarse, de la A a la H. Los nuevos no saben cómo va, y a los juzgados a veces solo se va una vez en la vida. Un inmigrante pregunta qué deben hacer. Se cierran las puertas y una funcionaria se queja: “¿Quién es el iluminado que pone este sistema cuando esto está lleno de gente que ni habla español?”

“Con antecedentes, ya no puedo ir a la Antártida”, lamenta un hombre

Planta 8. Problemas frente al mostrador. Una chica joven, con gafas: “Me han dicho que no me pueden dar un abogado, ¿cómo me voy a calmar? ¿No ves que tengo un caso chungo?”. “Pero si es un hurto… Por un delito leve no es necesaria la presencia de letrado”, dice una funcionaria de instrucción. La chica golpea el mostrador: “¿Qué quieres, que vuelva a hacer cola? Vengo de Girona. Estoy en busca, te lo juro por mi madre. ¿Lo vas a saber tú mejor que la policía que me ha detenido?”. “Son sus cosas, no las nuestras”, zanja la empleada.

Una planta más abajo. “¿Hassan? Pase. A ver”... La mujer saca una carpeta. Se lee “causa con preso” sobre un fondo rojo. “¿Pero usted no estaba preso?” “Sí, pero estoy de permiso”, responde Hassan sonriente. “Ah, no entendía nada”. En otro mostrador, un hombre lamenta su mala fortuna. “Que me condenen y ya. Tenía un proyecto en la Antártida, pero con esto me ponen antecedentes y no puedo ir. Me lo hace mi hermano para buscarme la ruina”. Al lado, una madre a su hija, sobre su nieta en carrito: “Sácale el abrigo, que aquí hace calor”.

De vuelta al vestíbulo, por las escaleras, conversación con el oidor indiscreto. Un funcionario tiene novedades. “Hoy ceso y me vuelvo a mi pueblo a Ávila, que tengo plaza allí. Estoy contento”.

Junto a las salas de vistas, donde se celebran los juicios. Un joven con chándal rojo sube corriendo las escaleras mecánicas: “¡Me cago en su puta madre!”. Tres vigilantes van detrás. Uno se ajusta el guante: “Se acabó la tontería”. Hablan con él. El chico sale del pasillo sollozando. Cerca, una abogada charla con un colega: “¿Por las lesiones? ¿Están presos? Me alegro, que se jodan”. Pasan junto a ellas dos mujeres: “Tú no has mentido”. “No, no he mentido”. Termina la declaración de un hombre en la primera planta. Le espera un abogado: “Has hecho una buena obra. Acuérdate del karma”. El oidor es interpelado de nuevo: “Perdona, ¿esto juicio por penal?”, dice ella, y muestra un papel: “Sala 321”. “Más arriba”.

Desde más arriba, panorama general del vestíbulo. La gente que va y que viene. Las conversaciones de unos y otros (sus vidas) confundidas en un único y sonoro murmullo, ahora ya, ininteligible.

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