OPINIÓN

Supercalles

Está en juego el futuro de una ciudad ejemplar y de saber cómo mejorarla aceptando su regularidad sin hacer experimentos como la reforma de los chaflanes frente algunos colegios, por ejemplo

Un ciclista en la calle Girona de Barcelona.carles ribas

La verdad es que nunca acabó de resultar convincente la idea de las llamadas superilles de Barcelona, a pesar de la buena intención de este eslogan urbano al que se le han ido añadiendo otros, como el de la pacificación del tráfico o los ejes verdes. La principal objeción a la idea de las supermanzanas es que si una cualidad tiene el Eixample de Barcelona, es la de su regularidad y su homogeneidad, una malla isotrópica desde el punto de vista de su configuración física, con unos nudos especialísimos. Hasta ahora se han activado dos de estas propuestas de reforma urbana, la del Poblenou,...

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La verdad es que nunca acabó de resultar convincente la idea de las llamadas superilles de Barcelona, a pesar de la buena intención de este eslogan urbano al que se le han ido añadiendo otros, como el de la pacificación del tráfico o los ejes verdes. La principal objeción a la idea de las supermanzanas es que si una cualidad tiene el Eixample de Barcelona, es la de su regularidad y su homogeneidad, una malla isotrópica desde el punto de vista de su configuración física, con unos nudos especialísimos. Hasta ahora se han activado dos de estas propuestas de reforma urbana, la del Poblenou, la primera, y más recientemente la del entorno del mercado de Sant Antoni. Probablemente no sea malintencionado el uso del término supermanzana, y tan solo es un reflejo del subconsciente, pero inquieta los equívocos que conlleva. Esta figura urbana se basa obviamente en la manzana, aquello que parece más sustantivo y más concreto, incluso recurrentemente se usa como el elemento visual más relevante de la ciudad, que impregna la publicidad y la difusión: el cuadrado de esquinas achaflanadas, cuyo estampado está hasta en la tapicería de los asientos de los autobuses. El atributo más claro y venerado del Eixample, que ya se ha exportado, mediante las supermanzanas a otros barrios de la ciudad, como Gràcia o Sants.

Pero, aunque se hable de manzanas, se trata en realidad de calles y esquinas, las calles y sus cruces, los espacios ochavados que son un signo de identidad de Barcelona. Todo lo que se ha publicitado sobre esta invención urbana tiene relación con lo que pasa en la calle y en toda la exagerada parafernalia desplegada para darle visibilidad a las supermanzanas. El equívoco, entre si se trataba de una nueva organización de lo edificado o de una propuesta sobre el espacio público, se podía valorar en los dos primeros casos citados, pero cuando se publicita la reforma de la calle Girona y su entorno, ya no hay duda, se trata de supercalles. La nueva supercalle es una calle que une Gràcia y el casco antiguo y que incluye los tramos de sus calles transversales comprendidos entre Bruc y Bailén. No hay ninguna propuesta relativa a las manzanas en sí, a lo edificado, ninguna opinión sobe su tipología edificatoria, sobre los terrados, incluso a una revisión de los interiores de manzana sobre los que transcurridos ya algunos años sería bueno reflexionar. Se trata de calles, no de manzanas. En el contexto del Plan Cerdà, podía entenderse una entidad que agrupara cuatro unidades como las supermanzanas, o como en su momento fue la unidad de 400 x 400 de Le Corbusier para el Plan Macià. En ambos casos se trataba de interpretaciones con matices de la regularidad de la trama. Pero todo lo que las manzanas como unidades parecen avalar al referirnos a regularidad, las calles no lo hacen. La creación de calles “especiales” dentro de una trama regular que se ha matizado sobradamente mientras se han seguido las mismas reglas de juego, va a desbaratar este equilibrio. En realidad, ya lo ha empezado a hacer. El anuncio de la batería de nuevas normas que regularán el futuro de esta supercalle ya es en sí misma la constatación de que no bastan las normas en funcionamiento hasta hoy. La supercalle es desequilibrio. Nadie pone en duda las incontables mejoras que supone la reducción del tráfico rodado y sus beneficios medioambientales, pero no estamos hablando de esto. Está en juego el futuro de una ciudad ejemplar y de saber cómo mejorarla aceptando su regularidad sin hacer experimentos como la reforma de los chaflanes frente algunos colegios e institutos, por ejemplo.

Parece que moleste lo regular, molesta porque no lo observamos bien y nos parecen todas las calles iguales, y queremos que la nuestra sea diferente, sin ver que ya lo es. Pensamos las cosas de manera particular para cada caso, convertimos en ‘diferentes’, cosas que antes nos igualaban. El plan municipal: “Llenamos de vida las calles. La implantación del modelo de supermanzanas en Barcelona”, invita a que: “…vecindario y colectivos de cada barrio intervengan en los análisis y el diseño de cada supermanzana, y adapten el modelo a las características de la zona y a las necesidades concretas de cada caso”. Con todo el respeto, esto puede acabar siendo una equivocación monumental, de la que sacarán beneficio otros, y ya tenemos suficientes ejemplos sobre ello. Hay cosas que pertenecen a la ciudad en su conjunto y no a las necesidades de ‘cada caso’. ‘Cada caso’ no existe.


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