La única salida que tiene el socialismo español es la ruptura
España hierve, la división social no puede disimularse y el clima se parece mucho a otros períodos convulsos. Solo me siento interpelado como demócrata europeo
La firma del Pacto de Bruselas sacudió las aguas siempre turbias pero normalmente estancadas de la España profunda. La urticaria se hizo evidente desde el primer encuentro con una delegación del PSOE en nuestros despachos del Parlamento Europeo y la famosa imagen de la reunión presidida por una fotografía mural del día del referéndum. Al ver el texto del acuerdo, las aguas se agitaron excitadas por cuatro factores.
El primero, el relato. La manera en que habíamos acordado conjuntamente describir los antecedentes que nos habían llevado hasta allí rompía la narrativa oficial que el poder...
La firma del Pacto de Bruselas sacudió las aguas siempre turbias pero normalmente estancadas de la España profunda. La urticaria se hizo evidente desde el primer encuentro con una delegación del PSOE en nuestros despachos del Parlamento Europeo y la famosa imagen de la reunión presidida por una fotografía mural del día del referéndum. Al ver el texto del acuerdo, las aguas se agitaron excitadas por cuatro factores.
El primero, el relato. La manera en que habíamos acordado conjuntamente describir los antecedentes que nos habían llevado hasta allí rompía la narrativa oficial que el poder español —mediático, económico, político y judicial— había intentado extender desde el inicio del proceso de independencia de Cataluña, con la participación acrítica del propio Partido Socialista. El segundo, la referencia a 1714 como origen del conflicto no resuelto, circunstancia que apelaba a la monarquía española heredera directa de aquel inefable Felipe V. El tercero, el acuerdo de depurar las responsabilidades de la guerra sucia contra el independentismo, con las comisiones de investigación y la mención explícita del término lawfare, que provocó la primera erupción cutánea en la piel del Estado profundo. Y el cuarto, la ley de amnistía, que hasta entonces había sido casi un tabú del que no se podía hablar. Recuerden la vehemencia con la que se expresaban líderes socialistas españoles como el actual presidente de la Generalitat, Salvador Illa, exclamando que “¡no habrá ni amnistía ni nada de eso!”. Podemos añadir algunas incomodidades más, como el hecho de tener que negociar en Suiza ante un mediador/verificador internacional, la exigencia de hacer oficial el catalán en la UE y la aprobación de la oficialidad del catalán en el Congreso de los Diputados.
Las costuras aún no se habían roto, solo las habíamos tensionado, pero se intuía el mar de fondo. Dos años después, el protagonista de aquella primera foto en el Parlamento ya ha pasado unos cuantos meses en prisión, acusado de corrupción, se han abierto procesos penales contra el entorno del presidente Pedro Sánchez y también directamente sobre su familia, y el fiscal general alineado con el Gobierno y pieza clave para garantizar el cumplimiento de la ley de amnistía acaba de ser condenado e inhabilitado para ejercer el cargo.
España hierve, la división social no puede disimularse y el clima se parece mucho al de otros períodos convulsos que tuvieron, todos, un final trágico (guerras y dictaduras) o tragicómico (el 23F). No sé si será el caso; no puedo decir que no me importe, porque sería mentira. Pero que nadie se confunda: no me siento interpelado como “español” porque solo lo soy por obligación y no por voluntad, identidad o sentimiento. Me interpela como demócrata europeo, y como independentista catalán en particular. Porque todo esto ocurre, en gran parte, por la negativa a aceptar la democracia radical como metodología para la resolución de los conflictos.
En octubre de 2017, el Partido Socialista se alineó con el PP. Una rendición incondicional que, pensaban, les sería recompensada el día de mañana con la misma comprensión que se dispensa a los abusos de la derecha, la politización del poder judicial y el discurso del rey del 3 de octubre de 2017. Hoy, a los socialistas los han enviado a la misma sastrería en la que se fabricaron los trajes a medida que prepararon para nosotros.
Por tanto, si el socialismo español quiere salir del abismo solo tiene una opción: emprender la ruptura que se negaron a hacer hace 50 años. Y la ruptura empieza por reconocer el derecho a la autodeterminación de los pueblos, que es un concepto que el Partido Socialista había defendido durante décadas. Con pactos con el antiguo régimen, como fue el pacto de la transición y la continuidad de la monarquía restaurada por Franco, solo perpetuarán el régimen, que es lo que han estado haciendo hasta ahora, aunque se pavoneen como unos gallos cuando evocan los cincuenta años de la muerte del dictador. Unos gallos sin cabeza, para ser precisos.
Carles Puigdemont i Casamajó fue president de la Generalitat y preside Junts per Catalunya.