La Chaparra: la rutinaria vida en la masía de Castellón que encubrió durante 30 años los abusos del Tío Toni
Los testigos del juicio contra la secta de Vistabella describen un infierno de abusos sexuales y coacciones e inciden en el papel decisivo de los seis procesados
“Treinta años de vigencia no se sustentan sin una red de colaboradores, máxime con un líder enfermo”. A ello se aferran las acusaciones en el ...
“Treinta años de vigencia no se sustentan sin una red de colaboradores, máxime con un líder enfermo”. A ello se aferran las acusaciones en el juicio de la secta que operó durante tres décadas en la masía de La Chaparra de Vistabella (Castellón), para demostrar que los seis procesados fueron figuras clave en la longevidad del grupo. También en la materialización de los ritos esotéricos y en las prácticas sexuales con fines sanadores, cometidas, incluso, contra menores, con las que el guía espiritual -Antonio, el Tío Toni-, fallecido en prisión dos meses después de su detención, en 2022, sometió a decenas de adeptos. Durante este tiempo, creó una comunidad inquebrantable que se ocultaba bajo la rutina de una vida doméstica y comunitaria aparentemente normal, y en régimen de convivencia.
El macro juicio contra la secta sexual de Vistabella encara la recta final de la ronda de testimonios. Más de medio centenar habrán transitado en las diez de las 15 sesiones. Un total de 18, si se unen las dedicadas a la lectura de informes y conclusiones. Sus voces han dibujado ante el tribunal de la Audiencia Provincial de Castellón dos escenarios completamente antagónicos acerca de lo que era la vida en La Chaparra.
Por un lado, el infierno de los abusos sexuales y las coacciones descritos por ex adeptos y víctimas. Han denunciado haber sufrido agresiones sexuales por parte del líder cuando eran adolescentes para, entre otros fines, “curar” ovarios: “Decía que los tenía negros”, dijo una de las jóvenes denunciantes. Estos testimonios han implicado a los procesados asegurando que facilitaban las entradas de menores a la habitación del líder, eje de los supuestos abusos, e incluso que presenciaban algunos de los rituales sexuales.
Por otro, el escenario “idílico”, libre, democrático y ausente de cualquier tipo de práctica sexual aportado por los testigos de las defensas, aferrados a la figura del líder, a quien veían como un “ser especial” y sin poder de mando. “Allí decidíamos entre todos”, han afirmado. Han negado o asegurado no recordar las citadas prácticas sexuales. A excepción de uno de los últimos en testificar, padre de una de las procesadas, que es nuera de Antonio, quien ha reconocido los abusos cometidos por este para excusar a su hija, alegando que ella fue una víctima más de las terapias sexuales aplicadas por el gurú.
Tras este medio centenar de testimonios, llegará el turno de los peritos (26 y 27 de noviembre). La Fiscalía pide para los seis procesados -cinco de ellos mujeres, incluidas la esposa y la nuera del líder- de 16 a 76 años de prisión por su supuesta implicación en nueve delitos continuados de abuso sexual, seis de ellos a menores de edad. Declararán del 1 al 3 de diciembre.
“Lo más sorprendente [en el caso de la secta de Vistabella] es su vigencia, su envergadura. Que durante 30 años pudiera mantenerse una situación sectaria así, un grupo coercitivo como este; con tanta gente, incluso con niños nacidos en la comunidad y conviviendo en un espacio físico”, destaca uno de los abogados de la acusación particular, que ha participado en otros procesos judiciales relacionados con sectas o similares. Lo hizo en el caso del falso homeópata de Sabadell, que instauró un régimen sectario en su centro de terapias naturales y fue condenado por sentencia firme a 23 años de cárcel. Y es parte en la acusación contra los líderes de la secta de la Pobla de Lillet -Fiscalía pide 70 años de cárcel para el cabecilla por violar a cinco mujeres- y contra la secta de Vielha.
“Ninguna ha tenido ni mucho menos la vigencia de la secta de La Chaparra. Ninguna, más allá de los retiros espirituales organizados, se había regido por un modelo de convivencia así. De los casos de sectas con conductas delictivas que he llevado, esta es única”, indica. De ahí, dice, “la clave de la coautoría: es imposible que una situación de este tipo se haya mantenido durante 30 años por parte de una sola persona que, además, tenía unas limitaciones físicas bastante importantes. Es imposible si no existe la ayuda de colaboradores necesarios, que son los que están ahí sentados”, indica el letrado. “Quien mandaba era Toni, pero es evidente que había una jerarquía, un grupo por debajo de él que ayudaba a llevar a cabo todas las actividades que allí se fueron realizando durante 30 años”, insisten las acusaciones.
Tres décadas de historia
1990. En un inmueble de Castellón Antonio implantó un centro de terapias sanadoras de corte espiritual. Su mujer, una de las procesadas, asistía y organizaba las citas, según la Fiscalía. Ya entonces, desde el boca a boca, se empezó a perfilar una red sólida para ampliar contactos. Varios de los testigos que han declarado en el juicio aseguran que fue a través de conocidos de Antonio como llegaron a él. Ratificaban ante los futuros adeptos el poder sanador del líder, capaz de solventar sus problemas emocionales o de salud con una simple imposición de manos.
El número de seguidores creció exponencialmente y el local de Castellón se quedó pequeño. “No había espacio para realizar sus rituales”, recoge la Fiscalía, por lo que el grupo trasladó su actividad, durante 1994, a otro inmueble de una urbanización del pantano de María Cristina, en la localidad castellonense de Alcora. Aquí empezaron las aportaciones económicas, en forma de donaciones, de numerosos adeptos, que asentaron allí su residencia. Y aquí nació el proyecto sectario, a pequeña escala, que se proyectaría y consolidaría poco después en La Chaparra. Una finca con más de 700 metros cuadrados de vivienda hasta la que se trasladaron los dirigentes de la comunidad, con sus acólitos y familias. Varios niños de la secta nacieron en la masía.
La Chaparra se construyó con las aportaciones de sus adeptos, accionistas de una comunidad que impulsó negocios para auto gestionarse -desde una empresa de artesanía a una carpintería o uno de los hornos del pueblo de Vistabella- mientras su líder, según Fiscalía, se dedicaba a la pintura y a una vida más contemplativa. Dos de los testigos, una madre captada tras enviudar y su hijo, llegaron a desembolsar 300.000 euros para la compra de la finca, coches y la puesta en marcha de negocios para financiar la secta. Los niños de La Chaparra iban al colegio de Vistabella y a los institutos de localidades cercanas. La comunidad se mezcló con los vecinos de un pueblo ajeno a lo que ocurría de puertas para adentro. A apenas ocho kilómetros de sus casas. Era, a ojos de todos, una comunidad auto gestionada con ganado y cultivos propios que frecuentaba los comercios locales para realizar el resto de compras. Dentro, el líder implantó la separación de tareas por géneros. A las mujeres se les encomendaba las labores domésticas y a los hombres, el mantenimiento y las obras. Quienes trabajan fuera, aportaban su salario.
La dimensión de la secta liderada por el Tío Toni, más allá de por el número de seguidores -de forma permanente o temporal convivían hasta 40 personas- se refleja en la propia magnitud de La Chaparra. Los agentes que intervinieron en el operativo que desmanteló el grupo en marzo de 2022 han explicado que fueron necesarios dos registros dada la extensión de la finca.
La muerte en prisión del líder, con una grave afección respiratoria y problemas de movilidad por la poliomielitis, en mayo de ese mismo año, dejó solos en el banquillo de los acusados a quienes integraban ese “segundo escalafón” dentro de la jerarquía fijada por el Tío Toni. Personas que las acusaciones ven colaboradoras necesarias para la comisión de los delitos de los que se les acusa. Y que las defensas, a través de los testigos aportados y en casos como el de la nuera del líder, buscan desprender de su condición de verdugos, y mostrarlas como víctimas.