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Más morbo que sustancia en la declaración de Maribel Vilaplana

Esta declaración no va a determinar, ni podía hacerlo, que la juez instructora valore la imputación de Carlos Mazón

La periodista Maribel Vilaplana, este lunes a su salida del juicio.Foto: Jorge Gil (Europa Press)

Como era de esperar, y pese a las expectativas enormes que se habían creado, el interrogatorio como testigo de la periodista Maribel Vilaplana ha tenido más impacto político que jurídico. Sin duda, toda la ciudadanía ten...

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Como era de esperar, y pese a las expectativas enormes que se habían creado, el interrogatorio como testigo de la periodista Maribel Vilaplana ha tenido más impacto político que jurídico. Sin duda, toda la ciudadanía tenía interés en saber qué diría la persona que acompañó a Carlos Mazón durante tanto tiempo en la comida y sobremesa del Ventorro. Pero finalmente, ha ocurrido lo que era calculable. Esa persona ―a la que un día habrá que dejar en paz― solo tiene impresiones personales de la apariencia de Mazón en aquellos momentos, ha confirmado que recibió varias llamadas como, por otra parte, es absolutamente habitual en cualquier líder político de tan alto cargo, y realmente poco más, al menos por lo que sabemos de lo que ha trascendido hasta el momento.

Con todo, el interrogatorio era absolutamente pertinente a estas alturas. En esta instrucción se están intentando depurar responsabilidades penales gravísimas derivadas, sobre todo, del hecho de no haber alertado a tiempo a los ciudadanos de la catástrofe que se cernía sobre ellos. A tal efecto, es muy importante conocer la información de que disponían los responsables políticos y, sobre todo, quién era el responsable último de la decisión de dar la alerta y poner en marcha otras medidas de seguridad. Si el responsable último fue Carlos Mazón y, además, hubiera dado instrucciones en el sentido de que no se diera ninguna alerta, la sospecha de su responsabilidad penal sería difícil de eludir, al menos al nivel que se precisa para que sea investigado. Por ello, muy probablemente, en la comparecencia en que anunció su dimisión, ya se refirió a este punto, porque sabe que ahí está precisamente una de las claves de este caso.

Pero ninguna información de lo anterior podía tener la periodista, salvo que Mazón hubiera compartido esos datos con ella, que parece que no fue el caso, según ha declarado la misma periodista. No está ni va a estar investigada, por lo que no tenía nada que temer, pero ha tenido que pasar el trago desagradable de un interrogatorio antes del cual, probablemente, habrá recibido presiones más o menos indirectas de unos y otros, inclusive la presión popular.

En consecuencia, esta declaración no va a determinar, ni podía hacerlo, que la juez instructora valore la imputación de Carlos Mazón. Al fin y al cabo, no se trata más que de un testigo obligado a decir la verdad, claro está, pero también hay que tener en cuenta que, técnicamente, la calidad de la memoria de cualquier persona un año después de sucedidos los hechos, sumado al estrés de la declaración, provoca que el recuerdo de Maribel Vilaplana tenga que ser forzosamente impreciso, inexacto y lleno de lagunas y hasta de involuntarios falsos recuerdos. Eso es exactamente lo que dice la ciencia que se encarga de la materia, que es la Psicología del testimonio, y no el “saber popular”, que en este caso no es más que pura ignorancia.

Por ello, fue correcta la decisión de la jueza instructora de no citarla a declarar, al menos en un primer momento. Aunque llegados a este punto de la investigación, que ya se alarga casi por un año, no estaba de más contar con el testimonio de la periodista para ir acabando las actuaciones investigadoras y cerrar así el círculo antes de que la juez haya podido deducir si Carlos Mazón debe ser o no investigado, traspasando entonces el proceso al Tribunal Superior de Justicia de Valencia porque sigue siendo presidente, aun en funciones, y además reúne la condición de diputado, a la que no ha renunciado en ningún momento, por lo que sigue estando aforado ante ese alto tribunal. Diferente sería, por cierto, si se convocaran elecciones y no saliera elegido diputado. No es un dato banal, dadas las circunstancias.

Con todo, ¿por qué no ha enviado las actuaciones la jueza instructora al Tribunal Superior de Justicia? Porque la jurisprudencia del Tribunal Supremo, de modo taxativo, le ordena no hacerlo hasta que esté avanzada la investigación y no sea factible continuarla sin investigar al aforado. A la vista está que así ha sido hasta el momento, y el testimonio de la periodista no tiene por qué cambiar nada en este sentido. Carlos Mazón no va a ser investigado penalmente por ser un mal político alargando una sobremesa mientras su obligación, cabe insistir, política, era estar al frente de la emergencia, sin delegar responsabilidades –si es que lo hizo– durante una comida, porque para eso fue elegido por las Cortes Valencianas con el respaldo del mandato popular. La responsabilidad penal del presidente en funciones va a depender, si se produce, de otros datos aún por investigar. Y en todo caso, habladurías aparte, goza, como es obligado, del derecho fundamental a la presunción de inocencia.

La amargura que sentimos no solo deriva de observar y percibir el desgarro que sienten y sentirán las víctimas durante mucho tiempo, por los daños sufridos y por la escalofriante desaparición de más de doscientos inocentes ahogados. También proviene del hecho de ver como día sí y día también, no es posible abrir los diarios sin que aparezcan noticias judiciales con relevancia política. Y es que varios casos actualmente pendientes ante los tribunales hubieran podido evitarse con algo más de responsabilidad de los políticos en el ejercicio de sus cargos, aunque, sobre todo, si tanto ellos como no pocos periodistas, dejaran de utilizar de una maldita vez a los tribunales como arma política. No es este precisamente el caso, gravísimo de por sí, pero sí el de otros muchos con los que se bombardea al electorado día tras día. Nadie debe percibir a los jueces como arietes. Y tampoco ninguno de ellos debería sentirse jamás como el soldado –u oficial– de ninguna guerra política ni de ningún otro género.

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