Vigilar el sitio donde se suicidó mi hija: voluntarios de Bizkaia protegen un espacio natural donde las personas se quitan la vida
El programa de prevención ofrece acciones comunitarias de acompañamiento, como puntos de escucha y carteles con mensajes de ayuda
“Hace ocho años perdí a mi hija Naroa de 14 años por suicidio”, comienza relatando Iñigo Recalde. Fue entonces cuando este vecino de Getxo (Bizkaia, 79.000 habitantes) comenzó a “buscar información sobre por qué suceden estas situaciones”. Se acabó incorporando a la asociación Getxo Bihozbera, impulsora de un programa de prevención de l...
“Hace ocho años perdí a mi hija Naroa de 14 años por suicidio”, comienza relatando Iñigo Recalde. Fue entonces cuando este vecino de Getxo (Bizkaia, 79.000 habitantes) comenzó a “buscar información sobre por qué suceden estas situaciones”. Se acabó incorporando a la asociación Getxo Bihozbera, impulsora de un programa de prevención de la conducta suicida. Ahora, Recalde y otro grupo de personas voluntarias hacen guardias en el mismo punto donde su hija se quitó la vida —un popular espacio natural y costero del municipio— para que la historia no siga repitiéndose.
Su misión principal es “proteger” esta ubicación con “puntos de escucha”, es decir, con presencia para comprender a quien está sufriendo, atravesando un duelo o preocupado por alguien de su entorno. Este miércoles, en el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, viajaron hasta la sede del Ministerio de Sanidad para mantener una reunión con sus dirigentes políticos, a quienes pedirán más recursos.
Cuando este grupo no está desplegado por Getxo, las farolas del paseo peatonal y las traseras de las señales recogen su testigo gracias a decenas de pegatinas con recursos de ayuda. Además, los cines del puerto deportivo de la localidad proyectan un pequeño vídeo de sensibilización antes de cada sesión. Según diversos estudios médicos, si una persona recibe un mensaje de ayuda durante el periodo de una crisis de conducta suicida, el intento puede evitarse en hasta un 80% de los casos.
Todas estas acciones forman parte del proyecto Zurt (en euskera, alerta) puesto en marcha en 2021, tras el periodo más restrictivo y letal de la pandemia, por la misma entidad. La iniciativa busca capacitar a la ciudadanía en la prevención, el abordaje y la intervención posterior (posvención) a la conducta suicida. “Construimos espacios comunitarios para dar respuesta a realidades a las que la Administración pública no está respondiendo”, explica Itziar Hilera, otra de las voluntarias que atiende a EL PAÍS en los locales de la entidad.
Este proyecto es uno de los pocos que existen en España que ofrece una respuesta comunitaria. “Podemos decir que Zurt es innovación social porque implicamos a toda la comunidad. No se trata de juntarnos un grupo de supervivientes”, detalla Recalde. Su trabajo involucra a otros agentes, como fuerzas de seguridad y servicios de emergencias, a los que han impartido formaciones; a comerciantes de la zona, especialmente las farmacias, quienes “acogieron de buen grado las pegatinas que les repartimos”, o la población en general, con la organización de mesas redondas o acciones de sensibilización.
“Desgraciadamente, aún hay muchos tabúes alrededor de la conducta suicida”, reconoce Hilera. “La cultura católica sigue teniendo su peso y, hasta hace no tanto, se negaba el entierro en cementerios o un funeral religioso. Llegaba a ser un estigma para toda la familia”. Esto, sumado a una invisibilización del tema por parte de los medios de comunicación, “hacía muy complicado revertir la situación. Afortunadamente, las cosas van poco a poco cambiando”, se consuelan.
Esta realidad no ha permitido “generar una cultura mínima acerca de la conducta suicida, ni entre las personas de a pie, ni entre algunos profesionales de la salud”, subraya Jon García-Ormaza. Este médico psiquiatra del Servicio Vasco de Salud (Osakidetza) es profesor de la Facultad de Medicina de la universidad pública vasca (EHU) y responsable en investigación del suicidio en la Red de Salud Mental de Bizkaia. Entre los mitos acerca de esta conducta, destaca su vinculación con la enfermedad mental: “Evidentemente, las personas con enfermedad mental pueden tener altas intensidades de dolor mental, pero se puede tener mucho dolor mental sin enfermedad mental”.
Siempre existe ayuda
El experto matiza que algunas personas padecen intenso dolor mental de manera sostenida. “Estas personas pueden entrar en un estado de constricción mental que impide acceder y disponer de las habilidades de las que normalmente disponen para resolver situaciones de crisis. En esta circunstancia puede interpretarse que morir es la única salida al dolor”, expone. “Esta crisis suele ser muy breve y es fundamental limitar al máximo la accesibilidad a métodos peligros. Es ahí, donde son más necesarios que nunca mensajes de ayuda, como esas pegatinas de Zurt”. La evidencia científica ha demostrado que gran parte de esas personas en estado de crisis están en una ambivalencia que termina con un deseo de seguir con vida.
Por ejemplo, en los lugares donde hay precipitaciones, la intervención puede ser a tres niveles. El primero son las barreras arquitectónicas, por ejemplo, verjas o vallados en un puente o en las vías de un tren. La segunda medida apela a la persuasión, a pedir ayuda y a generar esperanza: “Colocar paneles o carteles con mensajes para intentar conectar con la persona desde un ánimo genuino de ayuda”. Esto ya se hace en en lugares elevados de Irlanda, Estados Unidos o Australia, y en las líneas ferroviarias de los Países Bajos. “Ojalá Getxo se protegiera igual, pero nuestra petición para colocar señalética no fue asumida por la Alcaldía. De ahí, la colocación de pegatinas no oficiales en el mobiliario urbano”, lamentan desde Zurt.
La tercera medida consiste en la adquisición de habilidades por parte de las personas que hacen vida próxima a un punto con una incidencia alta. “La idea es formarse para detectar eventuales señales de alarma y competencias de poder iniciar una conversación con esa persona en una crisis de conducta suicida”, añade el psiquiatra.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) recogió 169 muertes por suicidio en Euskadi durante el último año. A nivel nacional, fueron 3.846 casos. Sin embargo, esos datos son provisionales y tienden a aumentar al cierre, según los expertos. La tasa de incidencia revela que se producen aproximadamente nueve suicidios por cada 100.000 habitantes al año. Tres cuartas partes son hombres. La cifra es menor entre jóvenes —representa la segunda causa de muerte después del cáncer— y mayor entre los varones mayores de 80 años. Tres de cada cuatro personas fallecidas son hombres y prácticamente la mitad de quienes mueren por suicidio tienen entre 40 y 60 años.
“No podemos afirmar categóricamente que las muertes hayan aumentado, pero cada vez detectamos más conductas suicidas”, sostiene García-Ormaza. En todo caso, no lo ve como “un fracaso”, ya que “la mayoría eran indetectables hasta ahora”. Según el facultativo, la razón para estar detectando más personas que requieren ayuda radica en que “estamos mejorando nuestra capacidad” para detectar a quienes están en riesgo.
Formación multidisciplinar
La Asociación Vasca de Suicidología ya venía evaluando esta situación. En 2020 puso en marcha el primer curso de posgrado universitario presencial y multidisciplinar en colaboración con la EHU. Su presidenta, Cristina Blanco, enfatiza que buscan “reflexionar sobre la complejidad de la conducta suicida, desde una perspectiva de responsabilidades compartidas”. Las asignaturas son impartidas por profesionales de antropología, trabajo social, periodismo, psicología, servicios de emergencias o medicina forense. Desde entonces, un centenar de personas han pasado por las clases de este título propio.
A Blanco le llama la atención la escasez de formación existente, incluso, en los grados de futuros profesionales. “El Grado de Psicología no aborda la conducta suicida actualmente y hasta hace muy poco, tampoco los másteres de habilitación sanitaria”, los necesarios para ejercer como psicólogo, señala esta socióloga, recién jubilada de la universidad. Admite que el posgrado fue “una salida rápida” para empezar a reforzar la formación entre quienes más la necesitan.
La adquisición de conocimientos y habilidades ante la conducta suicida es “imprescindible” para evitar nuevas muertes. También lo es el trabajo de los profesionales que atienden el 024 —la línea de atención a la conducta suicida del Ministerio de Sanidad—, el Teléfono de la Esperanza o las diferentes asociaciones de supervivientes existentes en todo España. Hasta que los acantilados de Getxo tengan un mayor grado de protección, allí seguirá el grupo del proyecto Zurt, dispuesto a escuchar a toda persona que lo necesite: “Seguiremos protegiendo a todas las Naroas del mundo”.