El fango de la corrupción navega entre dos aguas

La urgencia en la contratación de las grandes obras suele ser un reclamo para personajes sin escrúpulos

Puente ferroviario cerrado por peligro de derrumbe en Masanasa (Valencia) tras el paso de la dana.Ana Escobar (EFE)

El volquete de un camión basculante, también llamado bañera, suele tener una capacidad de carga de unas dos toneladas y media, dependiendo, claro está, del tipo de material que transporte, y en las calles de los pueblos de Valencia arrasados por la inundación se recogen cada jornada 2.500 toneladas de residuos. Si se tiene en cuenta que, en realidad, esos residuos están formados por una aleación muy compacta de barro y recuerdos, de los muebles que formaron el escenario de la vida de miles de personas mezclados con las cañas de las riberas de los ríos en los que te bañaste por primera vez, de ...

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El volquete de un camión basculante, también llamado bañera, suele tener una capacidad de carga de unas dos toneladas y media, dependiendo, claro está, del tipo de material que transporte, y en las calles de los pueblos de Valencia arrasados por la inundación se recogen cada jornada 2.500 toneladas de residuos. Si se tiene en cuenta que, en realidad, esos residuos están formados por una aleación muy compacta de barro y recuerdos, de los muebles que formaron el escenario de la vida de miles de personas mezclados con las cañas de las riberas de los ríos en los que te bañaste por primera vez, de las fotografías de los abuelos que quizás no llegaste a conocer, de las primeras cartas de amor o de desengaño, de las escrituras de la casa, de aquella colección de discos que te gustaban tanto o de aquel juguete de tu hija pequeña que nunca te atreviste a tirar; de la música de violín que subía por el patinillo o de las últimas gafas de cerca que usó tu madre, entonces es muy difícil que una simple división —¿cuántos volquetes se necesitan al día?— arroje un resultado correcto. Una cifra, la que sea, nunca se acercará al coste emocional, a la pérdida de identidad personal y colectiva que los vecinos que no hayan pagado ya con su vida tendrán que arrastrar durante mucho tiempo.

—Faltan los crespones de las banderas.

Son las once y cuarto de la mañana en el número 77 de la calle de la Democracia. El consejero de Medio Ambiente, Infraestructuras y Territorio, Vicente Martínez Mus, ha convocado a la prensa para informar de los trabajos de desescombro y reparación de las infraestructuras que la riada se llevó por delante. Un empleado se ha dado cuenta a última hora de la ausencia de los lazos negros y Martínez Mus, un antiguo senador del Partido Popular que no entró en el Gobierno de Carlos Mazón hasta que Vox pegó la espantada, espera a que el escenario quede perfecto. Llaman mucho la atención estos días en Valencia dos circunstancias. Una, que salvo por algunos coches que circulan con los bajos embarrados, nada hace pensar que, a solo seis kilómetros de distancia, miles de vecinos siguen sumergidos en una pesadilla inimaginable, mucho más dura de lo que las cámaras de televisión, la radio o las crónicas de los periódicos aciertan a transmitir. Lo segundo que hasta ayer mismo resultaba muy chocante era que los máximos responsables políticos de la comunidad autónoma seguían, más de una una semana después de la tragedia, mudos y escondidos. La estrategia parece haber cambiado, y entre los que salieron a dar la cara estaba Martínez Mus.

El consejero evitó por todos los medios salirse del guion que, por si acaso, traía escrito. Se trataba de informar del estado de las obras de infraestructura necesarias para que la normalidad pueda restablecerse lo antes posible y evitar meterse en cualquier polémica. Todo transcurría según lo deseado por el alto cargo del PP hasta que, desde el fondo de la sala, surgió una pregunta:

—Dados los antecedentes de corrupción que tiene esta Comunidad y el Estado en general, ¿se están tomando las medidas necesarias para que nadie aproveche la situación de emergencia para lucrarse, como ya ha sucedido en múltiples ocasiones?

—Pues mire, se lo digo como lo siento —contestó Martínez Mus—. La verdad es que no me ha preocupado nada de eso. Me ha preocupado más atender las necesidades urgentes. Hemos intentado ser lo más escrupulosos posible, pero le confieso que no miramos con demasiado detalle en qué sistema había que hacerlo.

La primera respuesta de Martínez Mus resultó sorprendente, sobre todo porque en la nómina de su partido en la comunidad han figurado elegantes forajidos y piadosos delincuentes, y si hablamos de la acera de enfrente, ayer mismo el Tribunal Supremo asumió la investigación al exministro de Transportes socialista José Luis Ábalos y dejó que la Audiencia Nacional siguiera investigando a Koldo García y al empresario Víctor de Aldama, quienes según todos los indicios se aprovecharon de la emergencia derivada de la pandemia para obtener contratos públicos de compraventa de material sanitario. Hay un dato que debería preocupar al consejero de Mazón. El Gobierno de Pedro Sánchez aprobó el 14 de marzo de 2020 el decreto para hacer frente a la emergencia sanitaria, y el día 20 ya estaban Koldo y sus secuaces maquinando la manera de hacerse ricos con las mascarillas.

La respuesta inmediata –o tal vez demasiado sincera—de Martínez Mus fue remediada enseguida por su directora general de Carreteras, María José Martínez Ruzafa, que salió al quite para garantizar que ya se están tomando medidas para ajustarse a la ley y evitar abusos, pero la experiencia no invita al optimismo.

Se cumplen ahora 22 años del naufragio del Prestige. Hay demasiadas imágenes de lo que está sucediendo en Valencia que remiten a aquellos días en Galicia. El trabajo necesario y emocionante de los voluntarios, desde luego, pero también la actuación mimética del PP, que primero no supo evitar la tragedia, luego mintió para maquillarla y finalmente arremetió contra quienes le pedían responsabilidades. Será imprescindible estar atentos desde ya. La corrupción, como el fuel del Prestige, navega entre dos aguas.

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