De rescatar refugiados a achicar dos millones de litros al día en la zona cero

La ONG Open Arms colabora desde hace una semana con los bomberos de Valencia en el drenaje y búsqueda de desaparecidos en garajes

Miembros de la ONG Open Arms trabajan en el desagüe de un garaje. C.G.CARLOS GARFELLA

“El miércoles nos despertamos con la catástrofe y el jueves ya bajábamos hacia Valencia. Conseguimos seis bombas para achicar agua de un Leroy Merlín en la carretera. De eso hace una semana y aquí seguimos”, explica David Lladó, de 40 años, desde un todoterreno en medio de la destrucción de la Dana. Lladó no es bombero, pero en esta mañana de lunes recibía órdenes desde el parque del cuerpo de Bomberos de Valencia, donde la ...

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“El miércoles nos despertamos con la catástrofe y el jueves ya bajábamos hacia Valencia. Conseguimos seis bombas para achicar agua de un Leroy Merlín en la carretera. De eso hace una semana y aquí seguimos”, explica David Lladó, de 40 años, desde un todoterreno en medio de la destrucción de la Dana. Lladó no es bombero, pero en esta mañana de lunes recibía órdenes desde el parque del cuerpo de Bomberos de Valencia, donde la ONG de rescate de refugiados en el Mediterráneo Open Arms se organiza cada día a las siete de la mañana con un convoy del equipo de rescatistas. A su salida toda todavía oscurece, igual que su a su llegada, cuando regresan a la ciudad con barro hasta los codos. Acuden a un terreno donde, en palabras de la vecina de Paiporta María Ángeles Valera García, “cada día es el día de la marmota de la destrucción”.

La ONG empezó hace una semana con seis bombas de agua, dos voluntarios y un coche. Desde esta semana, llevan ocho aparatos y el equipo humano se ha doblado. El grupo de rescatistas sale cada día a primera hora disparado detrás de un convoy de bomberos con las sirenas puestas para agilizar su paso. Uno de sus dos vehículos va a rebosar de mangueras, tubos y cintas. Y también lo más imprescindible: las preciadas bombas de agua, un codiciado material que, como ocurrió con las mascarillas al inicio de la pandemia, se ha convertido en un elemento de primera necesidad en una Valencia inundada, donde los párquines se convirtieron en trampas mortales y el agua y el lodo con olor a basura acumulada lo impregna todo. Hay tal cantidad de agua almacenada sobre los campos, sobre los pueblos, en los garajes, sobre todas las esquinas, que parece como si el mismo mediterráneo se hubiera desplomado sobre la provincia.

Cada mañana, los bomberos le indican al equipo de Opem Arms qué aparcamientos son los prioritarios de la jornada para vaciar. En los primeros días de la catástrofe, sobre todo eran las grandes instalaciones donde podía haber víctimas. “Nosotros vaciamos hasta que el Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS) puede acceder a la zona. O hasta que llegamos al lodo, a partir de ahí nuestra maquinaria ya no puede sacar más. Haciendo cálculo a ojo, sacamos unos dos millones de litros al día”, explica Lladó desde el todoterreno de camino a Paiporta, uno de los pueblos más arrasados por la dana.

Un vecino embarrado salta de una esquina: “¿Tenéis bomba?”, clama visiblemente desesperado y exhausto. En la misma calle, otras fincas ya están vaciando los suyos tras una semana de espera. Algunos lo consiguen gracias a los bomberos, otros a la UME y a bombas de particulares. Los hay que incluso han tenido que tirar de empresas privadas y pagar. Entre algunos vecinos, cunde ya la preocupación de que toda el agua embalsada que se acumula desde hace una semana bajo sus pies pueda acabar afectando a los cimientos del edificio. “En nuestra finca, las paredes de los trasteros se han venido abajo”, dice uno desesperado.

El equipo de Open Arms intenta acercar uno de los coches cargado del equipo haciendo malabares entre lodo y los restos de coches. Lo consigue, cargan la gasolina para hacer trabajar las bombas y empiezan a drenar. A partir de ahí, dos horas, hasta que el proceso debe terminar porque un desagüe está inundando el garaje por otra parte. Sonará el móvil de nuevo: hay otro garaje inundado en Paiporta. De camino, rodeados de destrucción, se pararán a echar una mano cargando medicamentos a una parroquia convertida en una suerte de almacén militar, repleto de medicamentos y alimentos. “Gracias, gracias, gracias” fueron, pese a la destrucción, unas palabras muy escuchada este martes en Paiporta.

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