Tirando cables sobre el puente de Torrent dañado por el temporal: “Aquí hay trabajo para meses”
Los vecinos pierden la paciencia a medida que pasan las horas sin recibir la asistencia esperada y sin perspectivas de una solución rápida
María José se detiene frente al imponente puente de piedra de Torrent (Valencia), que ha pagado caro el envite del agua. La corriente lo ha dejado cubierto de todo tipo de material de aluvión (cañas, arbustos, troncos) y con una herida incisa sobre uno de sus arcos que imposibilita cruzarlo sin una pequeña acrobacia. “Mi madre está ahí, al otro lado, incomunicada, no hemos podido ir a verla”, lamenta la mujer mientras mira el paisaje devastador, el mar de color marrón del barranco del Poyo. María José observa los camiones cubiertos hasta arriba de barro en una carretera de acceso que ya no lo ...
María José se detiene frente al imponente puente de piedra de Torrent (Valencia), que ha pagado caro el envite del agua. La corriente lo ha dejado cubierto de todo tipo de material de aluvión (cañas, arbustos, troncos) y con una herida incisa sobre uno de sus arcos que imposibilita cruzarlo sin una pequeña acrobacia. “Mi madre está ahí, al otro lado, incomunicada, no hemos podido ir a verla”, lamenta la mujer mientras mira el paisaje devastador, el mar de color marrón del barranco del Poyo. María José observa los camiones cubiertos hasta arriba de barro en una carretera de acceso que ya no lo parece, las viviendas precarias destruidas, la punzada del fango infinito, y piensa que nada será rápido ni fácil: “Aquí hay trabajo para semanas, para meses… Retirar todo, no sé yo”, suspira.
Sobre el puente, operarios de Digi lanzan cables de fibra óptica. Hay que restablecer las conexiones cuanto antes, pero la paciencia de los vecinos, incluso en localidades como Torrent (87.000 habitantes) que no han sufrido las consecuencias más trágicas de la dana, se va agotando con el paso de las horas. “Solo pensar en todo lo que hay que hacer... Ya pueden decir los ministros que van a restablecer carreteras y ferrocarriles, pero con los miles de coches que hay tirados, será difícil”, cuenta Manuel Mora, maquinista jubilado de 63 años, al otro lado del puente, ya en el término de Torrent, donde él y otros observan lo que nunca vieron: las señales letales de un agua que, por primera vez, rebasó la altura considerable de una estructura que parecía intocable.
“Esta riera la he visto llena hasta la base del arco, no más… Aquí de hecho [el martes] llovió poco: nos llegó toda el agua del interior”, añade Mora, que conoce bien la zona y entiende por qué, pese a que el barranco del Poyo es “ancho y profundo” a la altura de Torrent (lo que ofrece ciertas garantías de que no se desbordará), la peor devastación se la hayan llevado los municipios situados más abajo, donde esa cavidad se vuelve más estrecha. A diferencia de otros municipios, además, aquí la riera no atraviesa el centro de la ciudad, sino que queda en uno de sus márgenes; por eso las viviendas más afectadas son las construcciones precarias levantadas en algún momento del siglo XX a los pies del barranco.
“Construir una autovía o una casa al pie del barranco es una gilipollez. El agua siempre busca su sitio. Es como el que construye cerca de un volcán”, reflexiona Manuel Jiménez, trabajador de la construcción de 59 años, cuando ve cómo se ha hecho trizas una de esas viviendas, de las que apenas queda una pared en pie con un aparato de aire acondicionado. Si se sube el camino enfangado en paralelo al barranco se llega a Xeniller, un barrio humilde donde se sienten especialmente desprotegidos. “Nadie viene a ofrecernos ayuda aquí. Ni la alcaldesa, ni protección civil ni la policía nos avisaron de lo que podía pasar”, denuncia Jaime, que señala una hilera de casas muy dañadas a unos pocos metros.
La de Pedro Torres no está dañada: está destruida. No sabe en qué fecha se levantó, pero se recuerda viviendo aquí desde que tenía 10 años. Una de las casitas, asegura, era perfectamente legal; la otra la usaba como “corral”. Él tiene otra vivienda, pero su hermana dormía habitualmente aquí y ha tenido que buscar acomodo en casas de familiares. “Esta ha sido la culpable”, dice Pedro, que señala a un trozo gigante de hormigón que perteneció a un puente, este sí caído, y derribó una construcción que ya estaba en muy mal estado. Sobre el amasijo de barro en que se han convertido sus enseres personales, piensa en la tarde del martes: “Estuvimos viéndolo todo aquí. Cuando escuchamos el golpe seco de la viga, nos retiramos y vimos cómo caía la casa”. La reconstrucción que ya echa a andar, a marchas forzadas, en las localidades del sur de Valencia no será posible para la casita de Pedro, que espera al menos una ayuda de la administración.