La tierra se tragó a José Antonio a 2.000 metros de altitud
Se cumple un año de la desaparición en la sierra de Béjar de un experimentado montañero del que no hay ni rastro. Horas antes de perderse la pista, envió un WhatsApp a su mujer: “Estate tranquila, te quiero”
La tierra se tragó al montañero José Antonio Martínez el 29 de diciembre de 2022, cuando transitaba desde la plataforma del Travieso al Canchal de la Ceja, en la sierra de Béjar y Candelario, en el sistema de Gredos. Los rastreos, el último en noviembre pasado, no han arrojado ni una pista, nada a lo que agarrarse para dar con el paradero de Martínez, un hombre de 45 años con experiencia en la montaña a quien el mal tiempo sor...
La tierra se tragó al montañero José Antonio Martínez el 29 de diciembre de 2022, cuando transitaba desde la plataforma del Travieso al Canchal de la Ceja, en la sierra de Béjar y Candelario, en el sistema de Gredos. Los rastreos, el último en noviembre pasado, no han arrojado ni una pista, nada a lo que agarrarse para dar con el paradero de Martínez, un hombre de 45 años con experiencia en la montaña a quien el mal tiempo sorprendió en la travesía. La familia, las autoridades y compañeros de afición no cejan en su empeño de buscarlo por esas cumbres abruptas. Se sabe que empezó la ruta en un aparcamiento accesible de la localidad de Candelario (Salamanca), donde dejó su coche. Se sabe que la última señal telefónica lo ubicaba entre esas cumbres, en el pico de Tornavacas, pero pudo desorientarse y quizá caer, o refugiarse, en zonas inalcanzables. Y se conoce el último mensaje de móvil que envió a su pareja cuando ya estaba en el sendero: “Estate tranquila, te quiero”.
“El día aquel no empezó mal, pero acabó mal, desapacible”, recuerda el candelariense Roberto Cabrero, de 46 años, quien ha participado en todas las batidas. La última señal del teléfono del desaparecido lo sitúa en la zona de Tornavacas, muy cerca del Calvitero (el pico más alto de Extremadura, con 2.401 metros de altitud). El acceso más fácil a este macizo es el que viene de Salamanca, ya que en esta zona colindan esta provincia y las de Cáceres y Ávila. “Hay valles glaciares y zonas muy abruptas, no creemos que se cayera porque tarde o temprano habría aparecido el cuerpo, pero quizá cuando se perdió buscó refugio entre las peñas o la vegetación”, sospecha el voluntario.
El aniversario de la tragedia sacude a Merche Gasco, de 55 años, pareja del desaparecido desde hace 17 años. La mujer ha vivido “una cuenta atrás para el día 29″ de diciembre, cuando se cumple el primer aniversario de la desaparición. Esta Navidad se ha negado a bajar a su pueblo cacereño para distanciarse del suceso, y ha preferido pasar estos días “como buenamente pueda” en Las Franquesas del Vallés (Barcelona, 20.000 habitantes), donde cuenta con apoyo familiar y profesional. “Espero que no caiga en el olvido y que sigan buscando”, ruega la catalana, quien intenta mantener la serenidad al describir lo que sabe y lo que desconoce.
“Estate tranquila, te quiero”, fueron las últimas palabras que recibió Gasco de Martínez, por un mensaje de WhatsApp, a las nueve de aquella mañana. Siempre le mandaba un mensaje antes de lanzarse a la aventura y esta vez, al tratarse de unos parajes menos habituales, le describió dónde dejaría el coche y qué ruta seguiría. Pasaban las seis de la tarde cuando, mosqueada, lo telefoneó. Le entró el miedo porque el teléfono no dio señal. Gracias a que su pareja le había dejado claro el plan de ruta, pudo dar indicaciones precisas cuando llamó al teléfono de emergencias 112. Logró movilizar un equipo de rescate, con la participación clave del Greim (Grupo de Rescate e Intervención en Montaña) de la Guardia Civil.
“A partir de ahí, la pesadilla”, prosigue la mujer. Fue una “noche infernal”: vendavales brutales, caída de la temperatura a 12 grados bajo cero y granizo. Ni aquella primera intentona de búsqueda ni las posteriores dieron fruto. Según han investigado, se pierde el rastro en el pico Tornavacas. Los rescatadores piensan que, en lugar de girar a la derecha hacia una zona segura, en cierta parte el hombre se desvió a la izquierda, una zona peligrosa, fatal. “Es como si se lo hubiera tragado la tierra”, se frustra la barcelonesa, defensora de las capacidades del desaparecido, buen conocedor de las tácticas de supervivencia tanto en las alturas como cuando hacía submarinismo.
Él mismo le insistía a su pareja en que, si algún día se perdía en la montaña, buscara refugio y dejara una marca visible para ser localizada. De ahí que ella achaque la ausencia de señales a que el hombre estuviera exhausto tras horas vagando. La mujer aplaude y agradece el esfuerzo a los equipos de búsqueda y a los guardias que se han descolgado por gargantas y cavidades intimidantes solo con verlas en los vídeos grabados por los especialistas con drones.
Roberto Cabrero ha participado en las batidas. Alguna expedición se ha truncado por imprevistos cambios meteorológicos, temidos en estas complejas latitudes. Cabrero conoce la sierra tras muchos años entre paredes hoy desnudas, pero que en los inviernos duros están cubiertas por nieve o hielo. Sin contar con de las traicioneras brumas. “Me he involucrado sin preguntar ni juzgar. Si hay un compañero perdido, vamos a buscarlo y encontrarlo”, esgrime, molesto con las elucubraciones sobre la preparación o el equipamiento de quienes se pierden o se accidentan en estas cotas superiores a los 2.000 metros sobre el nivel del mar. “Hay muchas imprudencias por no elegir bien el día”, explica el montañero, que reclama prudencia. En un rastreo, con voluntarios de múltiples provincias y regiones, coincidieron con un grupo de escolares con dos monitores hacia las cuatro y media de la tarde, en una zona y a una hora en las que “una torcedura de tobillo o un cambio de tiempo” puede provocar disgustos, más aún con niños.
La mujer mantiene contacto con Cabrero, quien le informa a pie de monte. “Más que pensar qué nos podría pasar a nosotros, nos mueve entregar el cuerpo, por humanidad”, explica el hombre, quien acoge en su casa a las cuadrillas solidarias. La conversación transcurre en uno de los senderos por donde Martínez pudo iniciar la ruta. Desde allí se aprecia cómo los terrenos se van complicando y se escucha el correr del agua por grutas, trampas tanto para quien asciende como para quien desciende. Por las lomas se ve a dos personas caminar con sus mochilas y ropas rojas. Pronto empequeñecen y se pierden de vista.