La última campaña de sarda del marinero Fali y del desaparecido Walter a bordo del ‘Vilaboa Uno’

El naufragio del pesquero en Santander deja dos muertes y un hombre desaparecido

El presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla (a la izquierda), durante un minuto de silencio por las víctimas del naufragio del 'Vilaboa Uno', en el Barrio Pesquero de Santander, a 4 de abril de 2023, en Santander, Cantabria (España).Juanma Serrano (Europa Press)

El pequeño barrio pesquero de Santander alberga dos mundos opuestos. Hay uno soleado, de terrazas, pescado asándose en brasas, cervecitas en las mesas y turistas disfrutando de la brisa marina. También hay uno de luto. El de allí. El criado en esas casas humildes, de pescadores, de familias que viven por y para la mar. El que faena sin entender de Semana Santa o festivos. El de Francisco Sampedro Faleato, Fali, de 57 años pegados a ese mar Cantábrico donde nació y ...

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El pequeño barrio pesquero de Santander alberga dos mundos opuestos. Hay uno soleado, de terrazas, pescado asándose en brasas, cervecitas en las mesas y turistas disfrutando de la brisa marina. También hay uno de luto. El de allí. El criado en esas casas humildes, de pescadores, de familias que viven por y para la mar. El que faena sin entender de Semana Santa o festivos. El de Francisco Sampedro Faleato, Fali, de 57 años pegados a ese mar Cantábrico donde nació y donde murió en la madrugada del lunes al hundirse su barco a semanas de jubilarse. El que ha vuelto a sobrecoger a un gremio que conoce lo traicionero de aguas que incluso en calma pueden tragarse vidas como las de Fali y la del ghanés Kofi Buabeng, de 58 años. Raro sería que no se una a ellos el marinero peruano Walter Ferreyro, aún desaparecido.

El minuto de silencio de este martes en la barriada congrega a múltiples quintas hermanadas con el agua salada. Los rudimentos del mar se notan en la piel de las modestas casas, con desconchones y hasta helechos en las paredes, y en los rostros curtidos de expertos marineros. Las lágrimas y la tensión llevan a duras críticas contra el presidente regional, Miguel Ángel Revilla (Partido Regionalista de Cantabria), presente junto a otras autoridades, por comunicar el siniestro por redes sociales sin avisar antes a las familias. Él ha responsabilizado a Salvamento Marítimo, a quien atribuye esas competencias. El ministro de Agricultura y Pesca, Luis Planas, se ha reunido con los armadores del navío y los allegados de los difuntos y ha asegurado que ante lo “inexplicable” del suceso se dispondrá de robots para fotografiar el fondo marino, así como de buzos que complementen las labores de la investigación abierta por la comisión del ministerio de Transportes ante un caso que se ha judicializado para esclarecer las dos muertes.

Las promesas autonómicas y nacionales de volcar recursos se esfuman entre el malestar del vecindario, aún sobrecogido por lo sucedido. Muchos también sufrieron bajas en la mar. Las circunstancias atormentan a Gema Sampedro Faleato, de 57 años, hermana de Fali, fallecido al hundirse el Vilaboa Uno. “Él vivió muchos golpes de mar, ha salido a pescar con carros y carretas”, exclama en una plazoleta donde la abrazan e intentan consolarla. La noche fatal no había ni tempestad ni galernas como la que en 1963, como rememoran marinos jubilados, azotó el Cantábrico. “¡No ha habido mal tiempo, el barco no tenía carga, qué me estás contando!”, se desespera, incapaz de comprender cómo se hundió el buque en la media hora transcurrida desde el primer aviso de Salvamento, a las 4.10, y cuando el Siempre Nécora llegó a socorrer a sus compañeros. Allí encontraron aparejos flotando y siete cuerpos que subieron a cubierta sin lograr reanimar a uno de ellos.

Otros barcos rescataron otra vida y otro cadáver. Nadie localizó a Walter Ferreyra, de 58 años. Creen que pudo quedar atrapado en el navío, hundido a 120 metros de profundidad en aguas cercanas al Cabo Mayor de Santander. “¡Solo quiero encontrar a mi padre, enterrarlo y llorarlo!”, implora Max, su hijo de 29 años, junto a su hermana Milagros y madre Leonor, rotas de dolor. “¡Era un marinero que trabajaba para esta tierra!”, sollozan.

La hermana de Fali trata de ordenar el bombardeo de emociones. A las supuestas causas del hundimiento, una vía de agua que genera extrañeza por estar el litoral “en calma chicha”, se une el contexto del santanderino: podría haberse jubilado hace unos meses, pero decidió aguantar hasta la campaña de sarda, similar al tan cotizado bonito. “Nos parieron y criaron aquí”, señala la mujer, que compadece a la devastada esposa del difunto. El hombre deja viuda, dos hijas y pena en calles donde cada piso tiene familiares ligados a la mar. Bien la conoce Alfonso Ignacio, de 76 años, presentado en el bar donde toma el vermú como “el mejor redero de Santander”. Él conoció al padre de Fali, gallego y también pescador, y ensalza “toda la experiencia del mundo” del fallecido. “Lo que pasa en el mar nunca se sabe”, reflexiona Ignacio, sobre ese oficio “esclavo” que padece quien sale y quien se queda: su esposa, castellana, sufría lo indecible cuando él enlazaba días en barcos pequeños de angostos camarotes. “La familia no te veía, era muy triste”, evoca el marinero.

Más triste es enterarse de súbito que el pescador no regresará. Curro Zorrilla, presidente de la cofradía de costaleros de la Virgen del Carmen, patrona de los marinos, lo resume: “La mar es así, sabemos cuándo sales pero no si vuelves”. Las apreciaciones de este compañero de colegio del difunto las reafirma Carmen Pereda, de 77 años, que en 1964 quedó huérfana por morir sus padres en un accidente naval en Finisterre (Galicia). “Cada vez que pasa esto se nos revuelve algo por dentro”, empatiza. Al fondo del muelle, un pesquero atraca y extiende sus redes, sin descanso entre la tragedia. Hasta los chavales del colegio del barrio asisten a los silencios, los aplausos, los gritos y los lloros del homenaje.

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