El patrón del pesquero que ha rescatado a los supervivientes del naufragio en aguas de Santander: “Los encontramos flotando inmóviles y exhaustos”

Antonio Fernández Sanjosé, al timón del ‘Siempre Nécora’, recuerda la importancia de la solidaridad en el mar tras maniobrar para salvar a siete tripulantes del buque hundido ‘Vilaboa Uno’

El patrón del barco 'Siempre Nécora' que ayudó a rescatar a siete tripulantes del pesquero 'Vilaboa Uno', Pedro Antonio Fernández, posa en la zona del naufragio, 3 de abril de 2023, en Santander, Cantabria. Foto: JUAN MANUEL SERRANO ARCE | Vídeo: EPV

Los posos de café siguen en el fondo de dos vasos olvidados en la cubierta del barco. La suave marea del puerto de Santander mece al Siempre Nécora, amarrado al sol en el muelle tras la noche más dura de sus muchos años de faena: hace unas horas que sus marinos rescataban a siete marineros a la deriva tras hundirse el Vilaboa Uno. Uno de ellos falleció; los otros se recuperan gracias a la destreza de sus colegas, ...

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Los posos de café siguen en el fondo de dos vasos olvidados en la cubierta del barco. La suave marea del puerto de Santander mece al Siempre Nécora, amarrado al sol en el muelle tras la noche más dura de sus muchos años de faena: hace unas horas que sus marinos rescataban a siete marineros a la deriva tras hundirse el Vilaboa Uno. Uno de ellos falleció; los otros se recuperan gracias a la destreza de sus colegas, raudos para sacarlos de las gélidas aguas y prestarles sus ropas y mantas. El café les devolvió la vida que les arrebataba el Cantábrico, que se llevó a Francisco Faliato y a otro marinero ghanés. Un compañero peruano sigue desaparecido. El patrón del Siempre Nécora, José Antonio Fernández, suspira y reniega ante la desgracia. “Estaban exhaustos, flotando en el mar”, recuerda el hombre, que evita alabanzas: “Mañana me puede pasar a mí”.

Sorprende la naturalidad con la que estos veteranos de la pesca hablan de un naufragio mortal. Saben lo que hay, saben que al firmar contrato aceptan un peligro que tarde o temprano puede aparecer. Esta vez llegó a las 4.10. Martínez explica que él y su equipo faenaban, aún sin capturas a bordo, cuando recibieron el aviso de los servicios de salvamento: el Vilaboa se hundía tras una vía de agua con 10 personas a bordo. Cuando media hora después el Siempre nécora llegó a esta zona cercana a Santander, a seis millas del puerto y frente al cabo Mayor, apenas hallaron unos aparejos en la superficie y los siete hombres que en unos minutos vieron hundirse al navío, de 28 metros de eslora. Otros buques rescataron al otro superviviente y al otro cadáver.

La profundidad de la zona llega a 120 metros y se teme que el marinero desaparecido se encuentre allí, en ese fondo de difícil acceso. “Estaban agotados, no podían ni quitarse la ropa”, indica Martínez, que ni se atrevió a preguntarles qué demonios había pasado porque en esos momentos de pánico las palabras no salen. Toca simular una tranquilidad que no se tiene, conteniendo los nervios para no afectar aún más a quienes llevaban tanto rato peleando contra la hipotermia de los nueve grados del Cantábrico.

El patrón relata, con rostro cansado, cómo apagaron la hélice al acercarse al lugar del siniestro y extendieron palos y garfios para, poco a poco, izar a sus compañeros de pesca y penas. El motor del Nécora se convirtió en el brasero al que se arrimaron algunos de los rescatados, uno de los cuales fue trasladado al hospital al llegar a tierra hacia las seis de la mañana. El hombre ha recibido el alta y se recupera en lo físico mientras la herida mental sigue abierta. Todos se preguntan cómo en una noche tranquila, sin mar gruesa ni vendaval, se pudo hundir así de rápido un barco de esas características.

El buque 'Siempre Nécora', cuyos tripulantes rescataron a seis supervivientes y a un fallecido del naufragio del pesquero 'Vilaboa Uno' este lunes en Santander.Juan Manuel Serrano Arce

Antonio Posse, de 52 años y alias Peke en el mundillo naval de esta costa santanderina, abre las palmas de las manos y se encoge de hombros. Él, enrolado en el barco salvador, colaboró en el rescate y alojó en esa pequeña cocina a los náufragos. Junto a la nave aún se acumula la ropa mojada que les quitaron a los marineros accidentados, apiñados entre cajas de galletas y de huevos, un modesto fogón y un humilde grifo. Arriba, la cabina del timonel y su jergón. Debajo, los catres para intentar reposar, saludable hábito que este asturiano —¡De Candás!— apenas abraza porque tras tantos años peinando olas “y durmiendo con un ojo abierto” se ha olvidado de descansar sin temer que su barco pueda irse a pique.

“Intentamos reanimar al fallecido pero no hubo manera”, lamenta el pescador, que “como esta no” pero sí ha sufrido “percances” de los que él y sus compañeros salieron airosos. “Hay que llevarlo en la sangre, aquí te comes viento y agua y muchas horas de pie”, relata el hombre, sentado sobre decenas de cajas de plástico, apiladas, mientras juguetea con el perro Neko, “el más guapo del barco”. Este fiel tripulante y catador de bonitos ocasiona un alto porcentaje de los momentos de distensión que se viven en esos escasos metros cuadrados donde la tripulación pasa días y días sin ver a sus familiares. Peke habla también con resignación tras una vida en el mar y muchos golpetazos de olas contra el casco, caídas en cubierta o cicatrices de anzuelos que acaban hendidos en los dedos. El marino, que prepara gruesos nudos con sus expertas y ajadas manos, no puede evitar reírse cuando se le comenta el leve bamboleo del buque, una caricia frente al impacto de una borrasca en pleno océano.

Apenas se percibe movimiento en el muelle por la tarde pero, pese al latigazo que ha sufrido el gremio, la actividad prosigue. Las cercanas parrillas de afamados restaurantes siguen asando pescado. Los marineros que hace unas horas tendían sus aparejos para salvar vidas han quedado a medianoche para salir de nuevo al mar. No han recibido asistencia psicológica; quizá tampoco la necesiten porque cuando bajan del hormigón del puerto hacia esas escalerillas metálicas, con cabos cruzándose y con la proa rumbo al horizonte, saben que nadie les garantiza que vayan a regresar.

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