La larga marcha inacabada de Bildu
La izquierda abertzale se ha hecho un hueco en la política institucional aparcando la causa identitaria, pero sigue sin condenar su pasado con ETA
Bildu viene recorriendo una larga marcha en la que no vislumbra el final. Aunque participa plenamente desde hace años de la vida parlamentaria, la mayoría de los partidos democráticos no le conceden su completa homologación. El déficit que arrastra no es menor: su núcleo duro, Sortu, aún no ha dado el paso de reconocer de forma autocrítica su pasada complicidad con ETA.
El recorrido ha sido lento, aunque considerable. Fuentes de Bildu sitúan el inicio de su larga marcha en junio de 2007, tra...
Bildu viene recorriendo una larga marcha en la que no vislumbra el final. Aunque participa plenamente desde hace años de la vida parlamentaria, la mayoría de los partidos democráticos no le conceden su completa homologación. El déficit que arrastra no es menor: su núcleo duro, Sortu, aún no ha dado el paso de reconocer de forma autocrítica su pasada complicidad con ETA.
El recorrido ha sido lento, aunque considerable. Fuentes de Bildu sitúan el inicio de su larga marcha en junio de 2007, tras romper ETA el diálogo con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, y sostienen que fue Arnaldo Otegi, líder de la izquierda abertzale, quien presionó entonces a la banda para que abandonase unilateralmente las armas. Otegi se mira en ese momento en el Sinn Fein, cuyo brazo armado, el IRA, había puesto fin a 40 años de terrorismo en 2006.
El historiador de la Universidad del País Vasco (UPV) Ludger Mees, autor de El contencioso vasco (identidad política y violencia), sitúa sin embargo el cambio estratégico unos años antes, en 2003, tras la ilegalización de Batasuna: “Otegi comprobó que la ilegalización le marginó y que esa medida no tuvo respuesta. Percibió el lastre de la violencia y apostó por las vías democráticas”, sostiene. Esa apuesta quedó plasmada en febrero de 2011 en los estatutos de Sortu, que por primera vez rechazaban el terrorismo. El Tribunal Constitucional legalizó las listas de Bildu —anulando la ilegalización que había dictado el Supremo— y así Sortu, junto a otras formaciones nacionalistas, concurrió con la marca Bildu a las elecciones municipales de mayo de aquel año. Cinco meses después, en octubre de 2011, ETA anunció el “cese definitivo de la actividad armada”.
Mees achaca la lentitud de esta evolución a que, “por vez primera, en ETA el brazo político se impuso al militar y eso afectó a proyectos vitales de militantes entregados a una causa extrema”. “Otegi amenazó a ETA con abandonarla y necesitó tiempo para asimilarlo”, afirma.
En las elecciones municipales de 2011 Bildu obtuvo sus mejores resultados y en las generales de diciembre logró su máxima representación. Buena parte de la sociedad vasca no entendía que resultara premiado quien fue brazo político de ETA, pero el historiador lo explica así: “La izquierda abertzale tiene una base sólida. Con sus diálogos con el Gobierno subía y cuando ETA los rompía bajaba mucho. El rechazo de la violencia era clarísimo. Eso explica que, cuando lo materializó, su electorado le premió. Sumó más al agrupar todo el nacionalismo fuera del PNV”.
Tras las elecciones, diputados y senadores de Bildu, en contraste con lo ocurrido hasta entonces, participaron activamente en las Cámaras. Abandonaron su pasado antisistema y condicionaron la composición de gobiernos posicionándose contra el PP. Esa estrategia, reconocida por fuentes de la formación, empezó en el Ayuntamiento de Vitoria tras las elecciones de 2015. El candidato más votado fue Javier Maroto, del PP. Bildu fue segunda fuerza, pero apoyó al candidato del PNV para evitar que gobernara Maroto.
Con ese mismo criterio apoyó la moción de censura de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy en 2018 y en 2020 facilitó la investidura del socialista. Respaldó los Presupuestos de 2020, 2021 y 2022, así como la mayoría de leyes del Gobierno de coalición, convirtiéndose en uno de sus puntales. Bildu rompió su rechazo a las instituciones españolas.
Los responsables de la formación abertzale aseguran que en las agenda política actual priman las reivindicaciones sociales sobre las identitarias. Mees señala: “El salto es espectacular. Entran en el sistema y quieren ser útiles. Para Bildu, sólo es posible con Sánchez. Se presentan como defensores de la democracia, aliados fieles que consideran superado el pasado y buscan la respetabilidad”.
El encuentro de Otegi, en 2019, con la patronal Confebask es otra expresión pragmática de esa evolución. Ernesto Gasco, dirigente del PSE-PSOE y Comisionado en La Moncloa para la pobreza infantil, subraya: “En momento críticos, como la pandemia y la crisis, vimos dos respuestas distintas: Bildu apoyó medidas de interés general, la CUP las rechazó. PP y Vox votaron con la CUP”. Ahora, sin embargo, Bildu ha sido uno de los grupos que ha evitado que prospere la reforma de la ley mordaza por considerarla insuficiente, algo que Gasco atribuye a “la proximidad electoral”.
En cuanto al acercamiento de presos etarras a cárceles vascas impulsado por el Gobierno de Pedro Sánchez en los últimos cinco años, Bildu niega que sea una contrapartida a su apoyo a los Presupuestos, algo que ratifica Gasco: “Tras finalizar el terrorismo, el acercamiento de presos etarras estaba en la base de nuestra política penitenciaria para favorecer su reinserción”.
Bildu trató de implicar a Euskadi en el procés independentista catalán. Hoy ha aparcado la vía unilateral, pero no renuncia al “derecho a decidir” (el eufemismo para el derecho de autodeterminación) y sigue atento los movimientos nacionalistas irlandés, escocés y corso. Ha estrechado relaciones con ERC en detrimento de la CUP. “Bildu comprobó que la vía catalana no tenía arraigo aquí. Salíamos de una enorme polarización. Cuando ETA desapareció la gente quiso normalidad”, dice Mees.
El historiador atribuye la actual preferencia de Bildu por los problemas cotidianos sobre los identitarios al cambio social en el País Vasco: “En esta etapa marcada por la crisis energética, la pandemia, la guerra y la desigualdad social se ha impuesto la cooperación global frente al aislamiento identitario. Bildu, finalizado el terrorismo, comprende que las políticas identitarias no conectan con su electorado. ¡Qué es el derecho a decidir en un mundo global! Prefiere la gestión de problemas reales con gobiernos estables que dan votos”.
Mees cree que el debate sobre un nuevo Estatuto vasco no está en la agenda. “No se abordará en esta legislatura y ya veremos si en la siguiente. Bildu apuesta por mejorar las condiciones sociales y ganar influencia para avanzar hacia la soberanía. Antes era al revés”, remarca. El historiador no contempla una revitalización del independentismo: “Solo ocurriría si el Estado no respetara el sustrato identitario vasco o ante una grave crisis económico-social”.
El último paso
Fuentes de Bildu recuerdan que, tras el fin del terrorismo, Sortu —la matriz de la coalición abertzale— propició entre 2017 y 2018 el desarme y disolución de ETA, esbozó un acercamiento a las víctimas del terrorismo y se desmarcó de los recibimientos públicos a los etarras excarcelados, los llamados ongi etorri. En el décimo aniversario del fin del terrorismo, en 2021, Otegi dirigió un mensaje a las víctimas en el que subrayó que su dolor “nunca debería haberse producido”, unas palabras que reprodujo solemnemente un año después Mertxe Aizpurua en el Congreso, en el 25º aniversario del asesinato del concejal Miguel Angel Blanco. La portavoz de Bildu expresó entonces “el compromiso sincero de Bildu con el reconocimiento y reparación de todas las víctimas”.
Pero Bildu no ha cerrado el proceso. “Falta el reconocimiento de que matar no tuvo sentido en democracia”, señala Mees. Bildu se atrinchera en que “protagonistas de la guerra sucia (aludiendo por ejemplo al exministro José Barrionuevo) alardean de ella en sus declaraciones”. Pero Mees está convencido de que antes o después la izquierda abertzale admitirá “que matar no tuvo sentido”. “Será la consecuencia lógica de su trayectoria”, dice, un vaticinio que fuentes de Bildu no desmienten. Hasta entonces, opina el historiador, los partidos deben mantener la exigencia de que, si Bildu quiere formar parte en algún momento del Gobierno vasco, debe rechazar antes ese pasado de complicidad con el terrorismo. PNV y PSE mantienen esa condición. “Bildu ha dado pasos. Pero le falta el definitivo”, coincide Gasco.
Entre tanto, su colaboración con el Gobierno —que PP y Vox han convertido en un eje de su oposición a Sánchez, recordando que el presidente cierra pactos con los sucesores de Batasuna a pesar de que en el pasado dijo que no lo haría— genera discrepancias en Sortu. En su congreso de 2022, un 22% criticó a Otegi por asumir la legalidad constitucional con sus pactos parlamentarios. Más radical es GKS, grupo juvenil situado fuera de Bildu.
“La participación institucional de Bildu es un triunfo de la democracia. La derecha debería ser inteligente y solidaria con los constitucionalistas vascos, incluido el PP de Euskadi, que defendimos con nuestra vida la democracia y les dijimos que sin terrorismo la democracia les integraría”, reivindica Gasco.
Esa opinión sobre la meta pendiente de la convivencia la expresó Sara Buesa en el 23º aniversario del asesinato de su padre Fernando, vicelehendakari socialista. Así se dirigió a los asesinos de su padre: “No les considero monstruos ni tan siquiera enemigos sino personas con vivencias distintas, con ideas profundamente equivocadas que les llevaron a deshumanizar su mirada y llegar a matar. Hay un nudo en mi interior que solo ellos podrían deshacer. Llevan consigo la marca de sangre de mi familia. Su redención pasa por nuestra reparación”.