Las víctimas del Alvia, en el juicio: “Se considera un monstruo. Verse en el espejo es recordar el accidente cada día”
Heridos y familiares describen las secuelas físicas y psicológicas que cambiaron sus vidas. Todos recuerdan el “espantoso silencio de muerte” que inundó el tren tras el descarrilamiento
Era una mujer viajera, cosmopolita, acostumbrada por su trabajo a recorrer el mundo en exquisitos eventos. Era, también, la “mano derecha” de alguien muy importante en el mercado del arte. Pero de forma imprevista, por una urgencia familiar, tomó el tren en Madrid para estar en A Coruña el 24 de julio de 2013. Aquel viaje no entraba en sus planes, ya que dos días después se iba a casar. A las puertas de Santiago de Compostela, el Alvia 730 descarriló. La señora del asiento de al lado, con la que dos minutos antes estaba habland...
Era una mujer viajera, cosmopolita, acostumbrada por su trabajo a recorrer el mundo en exquisitos eventos. Era, también, la “mano derecha” de alguien muy importante en el mercado del arte. Pero de forma imprevista, por una urgencia familiar, tomó el tren en Madrid para estar en A Coruña el 24 de julio de 2013. Aquel viaje no entraba en sus planes, ya que dos días después se iba a casar. A las puertas de Santiago de Compostela, el Alvia 730 descarriló. La señora del asiento de al lado, con la que dos minutos antes estaba hablando, era repentinamente un cadáver que aplastaba su cuerpo y ella misma se “rompió entera”. El esternón, las dos piernas, las costillas y la cara, completamente desfigurada. Después de largas operaciones, tiene dos amortiguadores en las caderas y 67 placas de titanio en el rostro, hasta en “las cuencas de los ojos”. Algunas de estas prótesis fueron colocadas de urgencia tras el accidente para salvarle la vida, porque se le “salían las meninges”. Todos los cirujanos maxilofaciales o estéticos que ha consultado desde hace nueve años le dicen que no hay nada más que hacer. No se deja fotografiar sin gafas de sol y ha quitado los espejos de casa. Una pierna se le va torciendo cada vez más con el paso de los años y esto le produce desgaste de cadera. “Se siente en la obligación de justificar” su físico cada vez que le presentan a alguien; “hasta cuando se sube a un taxi”, cuenta su cónyuge. “Esto me pasó por el tren”, confiesa ella a todo el mundo.
“Me siento insegura. No me gusta lo que veo”, ha explicado esta superviviente de la catástrofe del tren de Santiago esta mañana en el juicio. “Verse en el espejo es recordar el accidente cada día. Tiene muchísimo trauma. Se considera un monstruo. Además, de noche se despierta aterrorizada. Tiene miedo a todo”, ha asegurado después su pareja, durante la tercera sesión que el macroproceso dedica a escuchar los testimonios de las víctimas. En el accidente del Alvia, en la víspera del día grande de Galicia, se dejaron la vida 80 personas y otros 145 viajeros resultaron heridos. Se trata, en esta fase, de medir, si es que hay medida posible, cuánto se les destrozó la vida a los supervivientes y a los parientes de los fallecidos, que reclaman sus indemnizaciones. Y es por esto que —en el flanco de la sala opuesto al que ocupan los abogados de la acusación particular— quienes hacen las preguntas a las víctimas, siempre fríos y por momentos implacables e inmisericordes, son los letrados de las aseguradoras de Renfe (QBE) y Adif (Allianz Global).
No es infrecuente que estos abogados cuestionen si las dolencias físicas son realmente secuelas del accidente o si los tratamientos psiquiátricos y psicológicos —que siguen necesitando o han tenido que retomar las víctimas, adultos y niños, ante la perspectiva de enfrentarse al juicio y revivirlo todo— se deben al estrés postraumático o a asuntos personales ajenos al siniestro. Si a un testigo le preguntan por qué decidió seguir trabajando (como opción personal, para afrontar la desgracia) y no pidió la baja, a otra víctima (que no pudo volver a las aulas como profesora interina durante cuatro cursos) le plantean si es que no fue capaz o es que no la llamaron de la Xunta. Ponen en duda que el glaucoma de un trompista que tocaba en orquestas de medio mundo empeorase por causa de la tragedia hasta el punto de que ya no puede leer las partituras. Y preguntan si la ansiedad de una funcionaria judicial se debía a la carga de trabajo, cuando resulta que tras el accidente —y precisamente para poder sobrellevarlo— la víctima, que antes ejercía en un juzgado Penal de Madrid, fue destinada a uno pequeño de Primera Instancia en un tranquilo pueblo de Ourense.
Casi todos, al recordar la tarde y la noche del 24 de julio de 2013, no logran contener el llanto. Los testigos que van declarando en las primeras sesiones (en Santiago, desde diversas ciudades de España o desde el extranjero) coinciden en su forma de describir el momento del accidente: oscuridad, asientos y maletas disparados como proyectiles, hierros atravesados, gente atrapada, voces de auxilio que se acaban apagando, cuerpos mutilados, sangre, humo, tierra, hollín. Y luego un “silencio atronador” o un “silencio espantoso de muerte absoluta”, seguido al rato por el timbre de decenas de llamadas entrantes en teléfonos móviles que nadie contesta.
“Tiembla al subir escaleras”
Las víctimas también concuerdan en la soledad administrativa a la que se enfrentaron, sin que nadie se pusiese en contacto con ellas por parte de las aseguradoras y las empresas ferroviarias. Una mujer ha contado en la sala cómo un médico restó importancia a su dolor y le espetó: “Acabo de ver a un chico que se rompió la pierna jugando al fútbol y está mucho peor”. Poco tiempo después, una médica forense encargada de valorar a los heridos del Alvia le preguntó a la misma testigo en la consulta que “por qué iba al psicólogo”. “Salí de allí llorando, me sentí atacada e indefensa”, ha dicho este jueves en el juicio que se celebra desde octubre en la Cidade da Cultura de Santiago, “pensé en la pobre niña que venía detrás de mí y que no hablaba”.
Los testigos cuentan que antes viajaban en tren porque lo consideraban un medio “cómodo y seguro”. Ahora, la mayoría afirman que no son capaces de montarse en un vagón y algunos ya no pueden ni con el metro y el autobús, porque se “mueren de miedo”. Otros solo suben a un turismo si es despacio y con familiares o gente “de confianza”. Una señora ha contado que su marido “no puede subir escaleras porque se echa a temblar”. “Antes del accidente era un hombre de hierro, nunca había tenido problemas psicológicos o de salud y siempre estaba a mi lado para ayudarme”. Ahora, ha continuado la testigo, además de las secuelas físicas que perduran de las fracturas, “está fatal de los nervios” y necesita medicación. “Me ha hecho una desgraciada”, ha zanjado la esposa: “Antes él era mis manos y mis pies”.
“He tenido mucho dolor y mucho sufrimiento, y he tenido cero ayuda”, ha resumido otra testigo. “Era superjoven y estaba feliz con mi trabajo... ahora intento con todas mis fuerzas ser la persona autónoma que era antes, lucho por recuperar mi vida... pero te sientes fracasada, por un accidente que no tenía que pasar”, ha descrito la víctima por videoconferencia antes de que la jueza pidiese a un funcionario del juzgado en el que se encontraba que tratase de calmarla y consolarla.
“Estos días van a ver aquí que no hay nadie curado”, ha advertido en su turno, sin aguantar tampoco las lágrimas, un ex guardia civil que viajaba en el Alvia: “Por mi trabajo antiguo he visto accidentes y muertos, pero esto me ha superado, no tiene nada que ver”. “A medida que lo físico se va estabilizando, aflora todo lo demás, en pequeñas pestañas que se van levantando”, ha explicado a la jueza y a los abogados una víctima que todavía no es capaz de hablar con su familia del accidente, que durante años apenas se atrevió a salir de casa y que sigue precisando terapia psicológica. “En esta situación”, ha reconocido, “es fundamental tener ayuda, porque para esto nadie está preparado. El miedo te bloquea, no te deja salir de ahí, y con miedo no vives”.