Olona era esto
Vox prueba su propia medicina ante una dirigente jaleada cuando sus espectáculos incendiaban el Congreso
Cuánto se asombraron algunos en la última campaña electoral andaluza por la puesta en escena de Macarena Olona en los debates televisados. De repente, muchos descubrieron la retórica brutal y la argumentación onírica de la candidata de Vox, capaz de acusar al PP de fomentar la masturbación en las escuelas. Lo más sorprendente era que eso causase sorpresa, después de las performances que la ahora repudiada por su partido llevaba dos años y medio ...
Cuánto se asombraron algunos en la última campaña electoral andaluza por la puesta en escena de Macarena Olona en los debates televisados. De repente, muchos descubrieron la retórica brutal y la argumentación onírica de la candidata de Vox, capaz de acusar al PP de fomentar la masturbación en las escuelas. Lo más sorprendente era que eso causase sorpresa, después de las performances que la ahora repudiada por su partido llevaba dos años y medio representando en el Congreso de los Diputados. Pero en estos tiempos ya se sabe que cuenta más lo que se dice en los platós de televisión que lo que se hace en la vetusta sede de la soberanía popular.
Desde que asomó por el palacio de las Cortes, la que se definía a sí misma como “diputada togada” —tiene plaza en la Abogacía del Estado— reunió una colección difícilmente igualable de espectáculos presididos por el exabrupto y el desplante. A la presidenta, Meritxell Batet, la comparó con el golpista Tejero y la acusó de “prostituir” la Cámara; a la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, le llamó “fea” y la trató de “Yoli”; sostuvo que los miembros del Ejecutivo son “auténticos delincuentes”; un día se presentó en el hemiciclo ataviada de paramilitar y sus últimas apariciones, ya investida candidata, fueron un continuo show electoral.
Macarena Olona hizo todas esas cosas con el enfervorizado aplauso de la bancada de Vox. Sus jefes le daban palmaditas en la espalda y las voces más autorizadas de la derecha tertuliana le reían las gracias. Un icono del antisanchismo había nacido. Un martillo lanzado como un cohete sobre Andalucía en la seguridad de que no habría objetivo que se le resistiese. Con todo su histriónico bagaje en el Congreso —reproducido y jaleado en las redes sociales de la derechaza valiente—, Olona era, por lo visto, una candidata irresistible, con un gancho popular al que no podían más que sucumbir los andaluces. Pasado por alto el pequeño detalle de que jamás había vivido en Andalucía, su candidatura se presentaba como un éxito garantizado.
Y llegó la campaña y Olona fue… Olona. Se disfrazó de andaluza, se transmutó en modelo de Julio Romero de Torres y soltó barbaridades en los debates. Nada que no se hubiese visto cada semana en el Congreso. Solo que ahora empezaba a suscitar murmullos de desaprobación en la galaxia de la derecha, que subieron hasta el ataque directo cuando las urnas frenaron las desaforadas expectativas de Vox.
Todo lo que vino después ha sido como un descubrimiento mutuo: Vox ha descubierto las maneras de Olona, y Olona ha descubierto que su partido se gobierna con reglas de cuartel militar.